Bodas de terceira xeración

NO LE RESULTA AJENO el hecho de que muchas decisiones trascendentales de la vida vienen dadas por cuestiones aparentemente azarosas, por decisiones que se toman casi a la ligera o por motivos peregrinos. La vinculación con la hostelería le viene a Ramiro López del hecho de considerar guapos y elegantes a los camareros. Con 14 años, el colegio acabado, y tras una discusión con su padre, decidió ponerse a trabajar. La imagen de hosteleros enchaquetados se le vino a la cabeza y, ya decidido, fue a pedir trabajo al restaurante que siempre oía mencionar en los anuncios de la radio: La Ruta.

Dada su progresión no parece haberse equivocado en esa elección. A los tres meses ya se hacía cargo de la barra y a los seis, servía mesas y aprendía de experimentados compañeros el abecé de una profesión que le gustó enseguida. Con dos años de experiencia, gracias a la intermediación de un sereno y con el empujoncito de no coincidir demasiado con una ex novia que trabajaba en La Ruta, se plantó ante Dositeo Vázquez Capón, dueño de La Palloza.

El negocio era el mismo, pero distinto. También tenía barra y restaurante, pero se trataba de un lugar emplazado en una carretera nacional, es decir, la vía que tomaba todo el que quisiera llegar a Asturias, en los tiempos en los que las carreteras y los coches obligaban a parar con mucha más frecuencia que ahora. Mucha gente de paso y mucha actividad de la mañana a la noche. Recuerda la enorme cantidad de cenas que servían de lunes a viernes, una comida que en los restaurantes de la actualidad sólo llena en fin de semana.

En poco más de un año, el empresario se decidió a dar el paso que llevaba tiempo acariciando y se fue a Palma de Mallorca con dos objetivos: aprender más y ahorrar dinero. Trabajaba a jornada completa en un hotel de El Arenal, zona turística por excelencia y era extra en el Victoria, el hotel que frecuentaba el por entonces príncipe Juan Carlos.

De nuevo, una cuestión sentimental tuvo que ver en su cambio de rumbo. Volvió a Lugo de vacaciones, se echó novia y se quedó. De nuevo, en La Palloza, donde se inició una relación profesional con Vázquez Capón que duraría siempre, salvo el periodo de la mili. En 1975 empezó a ejercer de encargado y, de alguna forma, fue la licenciatura que no pudo hacer en la universidad. En el 90 su jefe se retiró y se produjo el traspaso de forma oficial, aunque previamente ya funcionaban oficiosamente como una sociedad.

Con anterioridad, La Palloza ya se había convertido en un restaurante de bodas y banquetes. Frente a las celebraciones escogidas de los 70, pequeñas y a la carta, los
hosteleros supieron ver la necesidad de dar cabida a otra clase de enlaces. El boom de las bodas en los 80, años en los que se puso definitivamente de moda gran parte de la escenografía que hoy reconocemos como tradicional y en los que creció exponencialmente el número medio de invitados, pilló al establecimiento preparado. Cuando se empezaron a presentar las primeras parejas que planeaban un enlace para 300 personas y debían ser rechazadas por un local que tenía capacidad para 170 apretadas, se amplió el local con un anexo con un comedor amplio.

Al poco de asumir por entero la gestión del local, López inició su remodelación, un lavado de cara, que se completó con la adquisición de nuevos locales. En 2002, Ceao Exprés, hoy Casa Balbina (el único de los locales de Jesús Lence cuya explotación todavía lleva, después de asumir durante años la del Rodicio Exprés, Vía Santiago y Gomeán Exprés. En 2005, abrió Mencía Mencía, después Aromas del Dakar y compró O Figón.

Este ultimo aspira ahora a materializar la esperanza frustrada de que Mencía Mencía se convirtiera, según sus propias palabras, en la sucursal de La Palloza en el centro. Cree que la Administración no ayuda a mantener la estación de autobuses en buen estado y muestra la opinión de un bloguero para dar fuerza a su teoría de por qué un restaurante con una buena carta, decoración cuidada y servicio dedicado no acaba de cuajar: el estado de lo que le rodea. Reconoce que, una cosa son los negocios, pero que nadie elige para una celebración un local que obliga a pasar por una estación que define como el Bronx.

Si bien reconoce que la crisis se puede notar en las comidas de semana o en la ausencia de banquetes de empresa a lo grande, el negocio de las bodas continua casi intacto. Al contrario que en otras zonas de España, en Galicia no se juega con la comida y se siguen pidiendo menús de igual precio. Desde hace tres años cuenta con Val dos Soños, una apuesta que llega tras la experiencia de gestionar la Casa Grande de Nadela y Las Bridas en su momento. Un sitio para bodas más calmadas, generalmente de menor tamaño y cuyos protagonistas buscan mayor intimidad.

No le podría ir mejor. Ha pasado de acoger pocas más de 20 el primer año a las 55 de este. La fórmula funciona y augura que el negocio de las bodas irá por ese camino de intimidad, recogimiento y calidad, aunque sigue habiendo enlaces de muchos comensales y, por tanto, La Palloza aún cuenta con mucho predicamento en Lugo.

Dice que casa ya a la tercera generación. Esa longevidad le beneficia y perjudica. Siempre hay jóvenes que quieren escenarios distintos al de sus padres y abuelos. Por eso, a Val do Soños, se sumará en el futuro otra finca, donde optar por esa boda que él ve como actual y futura. Ya tiene echado el ojo a alguna, pero no suelta prenda. Por el momento, prima la cautela.

FICHA ♦ Aspira a abrir sucursal en Madrid

Le cuesta llamarlo proyecto y elige idea o  sueño para definir un anhelo tras el que lleva años: abrir una sucursal en otra ciudad. Madrid o Barcelona son las dos posibilidades que se plantea, aunque la primera tiene más probabilidades por proximidad.

Este sueño tiene al menos ocho años de edad y, en su momento, Ramiro López hasta llegó a echar un vistazo a varios locales. Sin embargo, la crisis hace que no desee ahora embarcarse en nuevos planes y lo ha postergado hasta que su hija pequeña, que aún duda qué carrera estudiar, pueda incorporarse al negocio familiar.

Tibio inicio en la autovía
Los restaurantes de las áreas de servicio de la autovía de O Corgo son la última aventura empresarial del grupo La Palloza. El comienzo en el negocio ha sido tibio y, según comenta el empresario lucense, esperado. Cita a otros colegas, especializados en el tema, para indicar que esa clase de cafés y restaurantes precisan entre seis meses y un año para empezar a funcionar con normalidad. Los que viajan habitualmente por carretera suelen tener unos sitios predeterminados para parar y hacerse un hueco en las agendas de esos viajeros es cuestión de perseverancia y tiempo.

Además, reconoce que en ese sector sí se nota crisis. Dice que le llama la atención la cantidad de propietarios de coches de gran cilindrada que recurren al bocadillo y la lata que traen de casa. Los camioneros, la gran esperanza de los bares y restaurantes de carretera, también se apuntan cada vez más al hornillo y a hacerse su propia comida.

Así, el despegue va lento, pero no duda de que llegará.

5 millones de euros
Es la facturación que el grupo La Palloza tuvo el año pasado. Cuenta con 85 empleados, aunque contrata muchos trabajadores extra en función de algunos eventos. La mayor plantilla son las áreas de servicio (20) y La Palloza (16).

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