Las urnas medirán el día 28 el grado de desapego de los gallegos con la política

Aunque la participación en las municipales lleva tiempo estabilizada en torno al 65%, la caída de votos generalizada en las convocatorias más recientes dentro y fuera de Galicia preocupa a los partidos y añade incertidumbre a esta cita

Una persona vacía una urna para iniciar el recuento de los votos. ARCHIVO
photo_camera Una persona vacía una urna para iniciar el recuento de los votos. ARCHIVO

El nivel de participación es uno de los factores que más puede influir en el resultado electoral y, en escenarios apretados como el que pintan muchas encuestas para los comicios del 28-M, puede resultar determinante a la hora de que la moneda caiga de uno u otro lado. Lo que ocurre es que la participación es algo totalmente impredecible, porque las encuestas reflejan indecisos, pero son incapaces de predecir cuántos de ellos se quedarán en casa. Aunque en un contexto de fuerte desapego con la política como el reciente, puede ser bastante gente. Y eso es lo que se medirá también el 28.

Sobre el papel, el factor de la participación nunca fue algo que preocupase en exceso a los partidos en el caso de las elecciones municipales en Galicia, porque se mantuvo más o menos estable alrededor del 65% durante mucho tiempo. Votaron un 63% de los convocados a las urnas en 2007, en 2011 lo hicieron algo más del 69%, en 2015 un 66% y en 2019 un 67%, por citar las cuatro últimas.

El mejor ejemplo de la influencia de la partipación en el resultado es precisamente ese 2011, donde el cabreo generalizado con la crisis económica llevó a los gallegos a las urnas para castigar, a través de los alcaldes, a Zapatero. Un escenario que se ratificó meses después en las generales. La participación fue alta y el PP logró un resultado histórico con alcaldías como A Coruña, Santiago y Ferrol, junto a la Diputación coruñesa.

Sin embargo, el escenario actual podría ser el inverso, porque aunque las municipales tienen sus claves y dinámicas propias, lo cierto es que atendiendo a las últimas convocatorias dentro y fuera de Galicia, desde 2019 hasta hoy, a los ciudadanos les dan pereza las elecciones. Hay hartazgo.

Generales y gallegas

Los gallegos no votan desde 2020, un insólito periodo de tres años sin acudir a las urnas. Pero la última vez que lo hicieron no mostraron mucho entusiasmo: participación con récord a la baja del 48,97%. El porcentaje asusta, aunque debe matizarse, porque incluye el censo de residentes del exterior —que con la legislación que había entonces jamás votaban— y porque los comicios se celebraron en plena pandemia y recién salidos de un confinamiento. Eso no impide que la realidad sea la que es: la mitad de la gente se quedó en casa, cuando en 2016 votó un 68%.

La anterior cita con las urnas fue unos meses antes, el 10 de noviembre de 2019, en unas generales históricas, porque era la segunda convocatoria del año tras la de abril, de la que salió tal cambalache que nadie formó Gobierno. El cabreo ciudadano fue tal que la participación en Galicia cayó al 66%, cuando venía del 75%.

Sobre la participación en las elecciones hay tópicos pero no certezas, aunque los cambios suelen venir de niveles de voto elevados

Y fuera de Galicia, más de lo mismo. Autonómicas de Castilla y León en 2022: la participación más baja de la historia, un 63%. Andalucía, ese mismo año: 56%, una de las más bajas desde que existe como autonomía. Solo el efecto Ayuso logró romper esa tendencia en Madrid en 2021 con un récord al alza de votos en las urnas, pero no hay que olvidar que la cita tuvo clave estatal y dóping mediático al tomarse como un duelo directo y personal entre Ayuso y Pedro Sánchez.

¿Qué esperar en Galicia?

Con estos antecedentes, es normal que exista cierto grado de preocupación en los partidos por la desafección a la política. Porque además, si el 28-M tiene unas altas dosis de incertidumbre en algunas de las plazas más destacadas —Ferrol, Ourense, Santiago, Diputación de Lugo...—, la incógnita de la participación todavía las agranda.

Sobre la influencia de la alta o baja participación en las urnas no hay además ninguna regla exacta, solo tópicos: que si votar mucho favorece a la izquierda y quedarse en casa a la derecha, que si más implicación dispara a la oposición y menos a quien gobierna, que si el rural vota más y la ciudad menos... Aunque es cierto que sí existe una tendencia consolidada de que los grandes cambios suelen ir acompañados de altas participaciones. Ocurrió en las locales de 2011, donde el PP recuperó plazas históricas del PSOE como A Coruña o Santiago. Y en 2019, también con porcentajes elevados por encima del 67%, el PSdeG se impuso por primera vez en unos comicios en Galicia al PPdeG.

El próximo día 28 puede ocurrir todavía de todo. A favor de una participación elevada juegan dos factores: que los gallegos hace mucho tiempo que no acuden a las urnas, así que no están cansados de ciclo electoral; y que existe cierta sensación de cabreo con la inflación que podría mover a la gente a castigar al Gobierno a través de las urnas, aunque no al nivel del año 2011 con ZP.

Sin embargo, a favor de la baja participación también juegan dos cuestiones: que todas las encuestas apuntan a un escenario de pocos cambios; y que venimos de varias convocatorias que demostraron un enorme hastío ciudadano con la política. Y en este tiempo, nadie parece haber hecho nada para cambiarlo.

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