Pedro Delgado: "Hemos vivido la edad de oro del ciclismo"

En 1988 ganó el Tour de Francia. En aquel mismo curso, Evaristo Portela se hizo con el mando del Grupo Deportivo Supermercados Froiz

Pedro Delgado. DAVID FREIRE
photo_camera Pedro Delgado. DAVID FREIRE

FUE EL LÍDER natural de la generación de ciclistas que despertó a España de más de una década de letargo en el panorama internacional. Su ambición y su talento le hicieron ganar un Tour de Francia y dos Vueltas a España. Su palmarés, en cambio, fue más corto de lo que su potencial recomendaba. Es posible que su vitrina no tenga tantos trofeos como la de Valverde, Contador o el marciano Miguel Induráin. En cambio, ninguno de ellos puede presumir de contar con el mayor título del segoviano: el de ser el ciclista más carismático de la historia de España.

¿Cómo era Portela en la carretera, en las pruebas que coincidieron?

Evaristo era un hombre muy charlatán, ya se le ve. Pero en carrera la velocidad y la fatiga condicionan. Puedes ser muy locuaz y durante cinco horas no decir ni una palabra. Me acuerdo de él. Al haber despuntado, no lo veía como un peligro. Es más fácil que él recuerde anécdotas conmigo que yo con él. Pero el ciclismo profesional, tanto antes como ahora, es una familia grande, de 300 personas con las que coincides mucho a lo largo del año.

Antes hablaba de la crisis. Parece que España está lejos todavía de su época dorada en cuanto a equipos de máximo nivel...

Desde el año pasado empezamos a levantar la cabeza. El ciclismo, como cualquier otro deporte minoritario, se vio afectado por la crisis, al perder mucho apoyo administrativo. Los bancos y también otros patrocinadores grandes y pequeños dejaron de colaborar. La crisis ajustó presupuestos y ello desencadenó que desapareciesen carreras y equipos. Desaparecer cuando las cosas van mal es muy fácil, pero cuando todo empieza a ir mejor siempre hay cierto temor a hacer inversiones. Cuesta reinstaurar las estructuras perdidas. Afortunadamente, hace dos años se volvió a organizar la Vuelta a Valencia, que este año ha tenido un gran éxito. En esta temporada la gran noticia es que ha regresado la Vuelta a Aragón, que ganó gente importantísima, como yo (se ríe).

¿Y en cuanto a equipos?

Antes había dos equipos profesionales. Uno, el Movistar en categoría World Tour, la primera división, para que la gente lo entienda, y otro en categoría Profesional Continental, la segunda división, que es el Caja Rural. Ahora se han incorporado dos equipos nuevos a esa categoría, el Burgos BH y el Murias. Esto es un gran revulsivo, un salto cualitativo importante. Y en la tercera división (Continental) habrá dos nuevos conjuntos: el Polar Tech y el Orbea.

¿Qué repercusión tiene este factor para el mundo del ciclismo?

Es fundamental para los jóvenes, como los del SuperFroiz, que quieren tener una opción de llegar a la alta competición. Si no hay equipos, sus opciones de dar el salto son menores. El SuperFroiz es un gran equipo, pero hay estructuras más grandes a nivel nacional. Al final pasan a profesionales cuatro o cinco ciclistas al año. A veces necesitas un padrino, no solo ser bueno. Si no caes en gracia y tienes suerte, no llegas arriba. En la época de Portela y mía, pasábamos 20 corredores al profesionalismo cada año. Además, el panorama vuelve a ser ilusionante para los jóvenes. Algo que parecía imposible, se ve ahora como una apuesta complicada, pero viable. Parece que estamos saliendo del túnel.

¿Habrá relevo para la gran generación de corredores que han dado gloria últimamente al ciclismo español, con Alberto Contador, Valverde, Joaquim Rodríguez y Samuel Sánchez a la cabeza?

Dentro de la cantidad tiene que aparecer la calidad. Hasta ahora ha habido una generación magnífica, que esperemos que se repita. Hemos vivido la edad de oro del ciclismo español. La gente que no es muy aficionada se acordará de mis triunfos y de los de Induráin y no lo verá así. Pero es que en nuestra época solo había un perfil de corredor: de gran fondo. Carlos Sastre y Contador siguieron esa línea. Pero además, a su lado, han tenido a grandes clasicómanos: Joaquim Rodríguez, Samu Sánchez, Valverde, que nos sigue dando alegrías, u Óscar Freire. Han ganado en terrenos en los que los españoles no éramos nadie. Al esprint, en mundiales en ruta, en las grandes clásicas... Hemos vivido la edad de oro, aunque ello no se haya reflejado en la creación de más equipos profesionales. Hemos atravesado una etapa de grandes éxitos que será difícil repetir.

¿Por dónde pasa el futuro?

Hemos tenido suerte. Siempre hay un corredor de referencia. Se ha retirado Alberto (Contador), pero llega Mikel Landa. Tiene un perfil diferente, pero ahí hay un corredorazo. A nada que haya muchos amateurs, la calidad aparecerá. Siempre hay alguno que tiene un don: al que le ha tocado el de arriba con la varita mágica, que es una superestrella y que luego nos da alegrías: ese corredor que invita a la gente a practicar el ciclismo y a los patrocinadores a confiar en este deporte.

¿Usted es más carismático como ciclista o como comentarista?

Era carismático como ciclista. De hecho, si no fuese por mi época como corredor, no habría llegado a ser comentarista y no podría contar tonterías mientras se ven las carreras.

¿Ha pensado en hacer un diccionario con los términos que emplea en las retransmisiones: terreno pestoso, campos magnéticos...?

...Carretera botosa. Algún aficionado me ha dicho que teníamos que hacer un glosario de vocabulario ciclista. Yo puedo usar algunos términos, pero en realidad están acuñados por el pelotón de toda la vida. No me invento palabras, simplemente recupero las que emplean algunos compañeros de salidas en bicicleta: las que me hacen gracia y expresan a la perfección una sensación que como ciclista he experimentado.

¿Tiene la impresión de que ganó menos de lo que debería en su carrera profesional?

¡Hombre! Claro que tenía que haber ganado mucho más (se sonríe con tono irónico). Debería haber vencido, como mínimo, tres Tours. Alguno me ha dicho: "si llegas a ganar tres o los cinco de Induráin, ni el Rey podría contigo". "Entonces, he tenido suerte de ganar solo uno y dos Vueltas a España’, le respondí yo. Hay carreras en las que demuestras que eres el más fuerte, pero no triunfas, y otras en las que te impones porque alguien ha pinchado, se ha caído o se ha puesto enfermo. Vencer es muy bonito, pero el ciclista está acostumbrado a saber perder. En mi caso, al cabo del año, hacía 100 días de competición y ganaba en diez. Es cierto que por mi condición física podría haber conquistado alguna carrera más de las importantes. Pero mire, Julio Jiménez, al que quiero muchísimo, hizo segundo en un Giro y en un Tour. Mucha gente creía que debería haberlos ganado porque era el mejor. Yo me acuerdo de él, pero si le preguntas a la gente, nadie sabe quién es. Es el salto de fama que los triunfos te permiten dar. Dentro de que pude haber ganado más veces, he conseguido victorias que confirmaban mi poderío físico. Y eso es agradable.

¿Cuándo se dio cuenta de que no volvería a llevarse el Tour?

Cuando llegó Miguel (se ríe), cuando llegó la apisonadora Induráin. Miguel Induráin era muy bueno. Marcaba muchas diferencias en la contrarreloj y luego, subía al nivel de los mejores. Yo lo viví, porque primero trabajó para mí y vi el corredorazo que era. Entonces no imaginábamos adónde podía llegar. Ni él mismo lo sabía. Cuando apareció en escena, desmoralizaba a cualquiera. En una contrarreloj en la octava etapa del Tour, en Luxemburgo (1992), sobrepasó a Laurent Fignon, que había salido seis minutos antes, y dejó a tanto tiempo a Bugno y los demás que después el único interés de la carrera era saber quién iba a ser segundo. Estaba en otra órbita. Los que estábamos ahí metidos nos dimos cuenta de que no volveríamos a ganar el Tour, al estar Miguel Induráin presente.

Hablando de Luxemburgo, ¿fue el Tour que comenzó allí (1989) el que más rabia le dio no haber ganado?

Sin el tiempo perdido en la primera semana estaría con Fignon y Lemond... No es que estuviese en tiempos de Fignon y Lemond. Es que era superior. Había ganado la Vuelta a España con una pata. No había llegado muy mentalizado a ella, el equipo trabajaba para Induráin, ya que Etxabarri (el director deportivo del Reynolds) quería que ganase él. Miguel se rompió la muñeca, perdió opciones, yo me metí en faena y al final gané. En cambio, al Tour llegué sobrado de confianza y con demasiadas ganas. Tenía tal nivel de concentración que cualquier cosa que no era competición me molestaba. Y ese fue el error que me llevó a salir tarde en la etapa prólogo (más de dos minutos). Iba al punto de inicio y veía que si prensa, que si aficionados, que si una foto, que si un autógrafo... No quería saber nada de aquello, solo llegar y arrancar. Esa obsesión por no estar ni un minuto parado fue lo que provocó que llegase tarde a la salida. Esa presión que me puse a mí mismo se reventó ese día. El tiempo que perdí aquel día no había sido tan significativo...

Pero sí el de la crono por equipos posterior...

Me mató, me mató. Perdí cinco minutos más, eran ocho en total. Ahí me vine abajo por lo tonto que había sido al cometer aquel error del que me costó trabajo rehacerme. Aún así, acabé tercero.

Vivimos en una época de grandes avances técnicos en el ciclismo que también han conducido a menor autonomía de los deportistas. ¿No la echa de menos?

Sí. Para los entrenamientos la tecnología es ideal. Pero yo quitaría los pinganillos (vía de comunicación instantánea por radio entre el director deportivo y el corredor). Todo el mundo dice que es vital para la seguridad. Estoy convencido de que sí, pero impondría la misma frecuencia a todo el mundo: es decir, les daría acceso a Radio Vuelta para que sepan si hay una caída, si viene una ambulancia o si un corredor está escapado. Ahora el poder del director es muy grande. Él es el responsable del equipo y lógicamente no quiere perder ese poder. Pero para al espectáculo de las etapas es un problema. De cara al aficionado quedarían carreras más bonitas sin pinganillos. Habría más pájaras, más errores tácticos y la prueba se movería más. Mi compañero en TVE Carlos de Andrés y yo coincidimos en ese aspecto: el deporte vive del error y el error humano es el que engancha. Si queremos que haya más fallos y dinamizar las carreras, sería ideal prescindir del pinganillo.

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