EN EL FÚTBOL, como en otros tantos lugares, el amor se sella entre lágrimas, en la derrota. Porque entre trofeos, serpentinas y botellas de champán se puede coger cariño, pero es con el corazón destrozado cuando se sellan los contratos para siempre, cuando por todos los poros de tu piel se escapa uno de los motores que mueven el mundo: las ganas de venganza.
El idilio entre Quique Setién y el Lugo se hizo eterno en una de las jornada más negras, la que se conoce como ‘el día del Alcoyano’. El conjunto rojiblanco firmó por entonces una campaña casi perfecta. Se proclamó campeón de grupo y llegó a las eliminatorias de ascenso con el viento a favor. Los 1.500 de siempre que empezaron la temporada en el Ángel Carro se vieron cada vez más acompañados hasta que el 26 de junio de 2011 el estadio se quedó pequeño. Había que remontar un 1-0, pero aquel Lugo estaba acostumbrado a ganar.
Perdonó en el inicio de partido y en la última acción de la primera mitad encajó el 0-1. A tres goles del ascenso, el equipo rojiblanco firmó una pobre segunda parte presa de los nervios y de la ansiedad que provoca ver cómo el destino te la está jugando. Los últimos minutos fueron un suplicio con el reloj corriendo cuesta abajo mientras el Alcoyano se sentía ya equipo de Segunda A. Entonces, desde la grada donde se ubicaba la afición más joven, aquella que se fue incorporando a medida que avanzaba la temporada, surgió un cántico tan sencillo como sentido: "Quique Setién, lolololó".
La afición, lejos de reprochar algo al equipo, quiso agradecerle los buenos momentos pasados durante la temporada y lo personificó en la figura del entrenador, quien con los ojos bañados de lágrimas, aún en el estadio, y después de ser llevado en volandas, prometió intentarlo al año siguiente. No solo eso, sino que lo consiguió. Setién ascendió al Lugo en Cádiz 12 meses después y lo mantuvo en Segunda con holgura. Cada poco sonaba para un equipo superior, pero él siempre repetía: "En Lugo soy feliz y solo lo dejaría para volver al Rácing de Santander". Lugo, tierra de emigrantes, sabe lo que significa regresar a casa, así que la relación ganó aún más fuerza.
Cuando se vio obligado a dejar el equipo rojiblanco encontró sitio en Primera, como se sospechaba, y saboreó el éxito, como cuando se paseó con el Betis por Europa. Y desde allí, desde las alturas, recordó lo feliz que fue en Lugo, adonde vuelve cuando puede a hacer las mismas cosas y con la misma gente que cuando entrenaba en Segunda B, para comer los callos del Cotá o los pollos camperos de Crecente. Ahora su sueño se hace realidad al ocupar el banquillo del Barcelona, donde podrá lograr títulos que añadir al que logró entre lágrimas ‘el día del Alcoyano’.