"Oigo: 'Deberías exponer en Madrid"

Quique Bordell se confiesa en la muestra 'Cosas mías', que abrió en la About Art de Lugo

Quique Bordell, como Piantao. J. VÁZQUEZ
photo_camera Quique Bordell, como Piantao. J. VÁZQUEZ

"Si no apareces iré a buscarte al estudio", amenazaba a media tarde de ayer María Díaz Rey a Quique Bordell a la puerta de su sala de Lugo, About Art. Quique Bordell es un artista tan potente visualmente como inhóspito para la vida pública. Los galeristas adoran su obra y temen su falta de rigor. "Ya me tomé dos valerianas", apunta el artista como un modo peculiar de confirmar que acudiría a la inauguración de Cosas mías, su primera exposición en un espacio privado en 18 años.

"No me gustan las inauguraciones: hay demasiada gente, demasiado ruido, demasiadas conversaciones cortadas, demasiados 'deberías exponer esto en Madrid'...", confiesa Bordell (Lugo, 1962).

La galerista sabe que es fácilmente localizable: gran parte del día está en el estudio sometido a unos horarios que ordenan su mundo caótico, surrealista, fantasioso,... como si estuviese en un cantón suizo.

Sus cuadros tratan sobre sus obsesiones, que son Bordell, Bordell y Bordell. "Mi pintura es autobiográfica. Hablo sobre mí mismo. Si estoy triste, pinto triste; si estoy alegre, pinto alegre". La muestra es un recorrido por los estados de ánimo que atraviesa en esta década.

Antes de entrar en la sala, en el escaparate que roza el sol cansado de la tarde, puede verse una imagen de su "primer cuadro", la pieza que lo representó en el Bienal de Pontevedra de 1990. "Lo traje para que se vea que no he cambiado tanto" desde aquel Loco Loca.

La retranca, la exageración, el dramatismo, la monstruofilia, la quiebra del buen gusto, el asalto a la convención social,... Cosas mías es un todo Bordell mostrado en 14 cuadros y una esculturas, aunque también hay una adenda con ilustraciones de libros sobre el creador, etiquetas de vinos o libros que ilustró, entre los que figura su trabajo para "Por unha presada de machacantes", de Isy New, seudónimo de Isidro Novo, el poeta y amigo que sabía encontrarlo cada mañana en su estudio de Campo Castelo hasta morir.

A media tarde, cuando todavía no se puede publicar que Quique Bordell vaya a ir a la apertura de su muestra, pide "dos chupitos". Se refiere a dos vasos pequeños de cristal que quiere usar como alzas para algunas de las obras con predominio de rojos que se exponen en el escaparate estrecho y vertical de About Art. Fue él quien dispuso las piezas con un cuidado que es el envés de su taller y no quiere dejar un eje torcido.

María Díaz Rey señala que "levo detrás de Bordell desde que abrín a galería, en novembro de 2017. Sempre me dicía que non tiña obra, ofrecíame obras soltas para unha mostra colectiva; pero eu quería unha individual". Están sentados uno frente al otro con una mesa transparente en medio. María recompone su melena, corta y rubia. Quique levanta la cabeza como si ese gesto ampliase el cristal de sus gafas empastadas en negro. "Ella supo tocar mi talón de Aquiles", apunta el artista, bajo una visera oscura y abrigado del fresco de la galería por una camisa naranja.

Con el talón no se refiere a dinero. "Xa me gustaría dispoñer del para tentalo", bromea Díaz Rey. "No es eso, no es eso", confirma Bordell meneando la cabeza.

El motivo solamente lo conocen ambos, pero es excepcional que el artista lucense acceda a ser el protagonista en un acto abierto a cualquiera que pueda incomodarlo con un comentario sobre la geografía limitada de su carrera animándolo a ir a Madrid o, simplemente, interrumpiendo una charla amena.

SILENCIO. A pesar de sus ganas de escapar a la quietud de Campo Castelo, donde el silencio es una alfombra mullida que pisan algunos amigos, Quique Bordell está presente en el acto. Su obra recibe otro trato. No hay ninguna firma que ponga Bordell, sino Visceral B, Piantao o El Buen Salvaje; las representaciones que le protegen.

"No soy nada nostálgico, no me gusta el pasado", remarca el creador, aunque se apoya en estéticas de otras décadas para inventar las suyas. La más antigua de esta muestra es la década de los años 30. "Hice unos recortes de carteles de la Guerra Civil para hacer dos collages: Guerrero y Minotauro", señala. Añade que completó las obras con grafiti, que remiten a los 80. "Me interesa cómo paso de los vagones de tren a las galerías", señala.

Los recuerdos de las fiestas populares de los años 60, de todos los San Froilanes disfrutados, salen a flote en "las barracas" que Bordell convierte en denuncias sobre la crueldad de los poderosos. A veces, la referencia la transmite claramente con trazos del Ubú Rey, la comedia teatral y grotesca de Alfred Jarry. Junto al dramaturgo francés, otra constante es el Gregorio Samsa de La metamorfosis de Kafka. Bordell se representa en un metáfora de su cabeza para ser acosado por cucarachas.

Por si las máscaras no eran suficientes, imprimió una careta con una imagen de su cara en la que se lee Piantao, que significa excéntrico en lunfardo.

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