Ramón Descalzo Faraldo

Faraldo, escurridizo y solitario

Consideraba que la función del crítico de arte era más parecida a la de un nigromante que a la de un experto

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El Progreso 21/07/19
 
AL SEGUIR LA biografía de Ramón Descalzo Faraldo (Foz, 1915), se tiene la sensación de perderle la pista a cada momento. Es difícil pensar que hubiese en él una intención predeterminada en desdibujarse  y resulta más factible achacarlo a su propia forma de ser, el saber estar sin hacerlo, o el irse cuando todo el mundo cree que sigues ahí.

El despiste empieza con el propio nacimiento y la confusión con Xesús Descalzo Faraldo. Nace en Foz o en Tui; en 1915 o en 1918… 

Tomás Paredes dice que “las fechas en Faraldo, bailan como los trasgos y los fuegos fatuos, en los maizales que sobreviven en estío”. Por ello se puede decir que Faraldo fue un hombre escurridizo, guionista de cine, novelista y crítico de arte como notas más destacadas, pero tampoco tanto. Por ejemplo, forma parte de un trío a través de la productora Aspa films que llevan a cabo algunas de las películas más emblemáticas de los años cincuenta en España y cuyas otras dos patas son Rafael Gil y Vicente Escrivá. Pues bien, habiendo colaborado al menos en once de ellas, su nombre apenas aparece en dos y con la categoría de adaptador cinematográfico. No obstante la sospecha es que entre los tres se pueden repartir las mismas responsabilidades, según en qué películas.

Conoce y trata a los hombres y mujeres del cine de esos años, a varias generaciones de pintores y a los escritores más destacados, pero sin embargo sus fotografías son escasísimas, como si tuviese el don contrario al de los aspirantes a famosos, es decir, saber desaparecer en el momento del click.

Su filmografía abarca los títulos de Rafael Gil como director, desde Sor Intrépida (1952), hasta Salto a la gloria (1959). Y dos de Vicente Escrivá: El hombre de la isla, (1960) y Dulcinea (1962). También se acreditan dos apariciones delante de las cámara, una como profesor en Murió hace quince años, y otra como indio herido, en Sor intrépida.

De La guerra de Dios hizo la adaptación a novela, que se publica el propio años 54 en La novela del sábado. El resto de su producción son libros sobre pintura y pintores, como Rafael Zabaleta (1947), Espectáculo de la Pintura Española (1953), Antonio Valencia (1957), José Caballero (1958), Cuadernos de Arte número 22: Orlando Pelayo (1972), Benjamín Palencia (1972), Dibujos de Pelayo (1972), Don Nicanor Piñole (1973), Carlos López Boado (1977) y Marino Amaya (con Jesús Torbado, Tico Medina y Antonio Cobos) (1982).

De su relación con Jorge Oteiza _ de su odio convendría decir _, surge una turbadora Suite Faraldo, que fue expuesta, creo que por primera y única vez en 2013 en el IVAM de Valencia, cuando ambos, artista y crítico ya están muertos, donde Oteiza lo trata con burla y desprecio en actitudes de grotesca parodia sexual.

Pero al margen de éste y otros desencuentros, la voz de Faraldo fue siempre considerada como una de las más certeras dentro de la crítica artística y poco escritores como él fueron tan citados, quizás porque siempre supo expresar en el menor número de palabras el significado de cada uno de los pintores.

Se le considera el descubridor de muchos valores y sin duda, quien envía al fracaso a otros que intentaban triunfar sin méritos para ello, según su particular criterio. Entre los primeros figura el lucense Tino Grandío, a quien reconoce su valía desde el primer momento.

En 1978 la asociación de pintores y artistas Panorama 78 le dedica un homenaje. El crítico A. M. Campoy celebra la exposición y el acto como una alabanza a un "hombre solitario".

 

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