Juan Montes Capón

Juan Montes, nada de la música le era ajeno

Se cumplen los 180 años del nacimiento del músico lucense y su busto sigue moviéndose de sitio

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El Progreso 25/04/2020

LA PRIMERA NOTICIA de Juan Montes Capón (Lugo, 1840) que tuve vino a través de una anécdota que mi padre contaba, cuando la ocasión lo requería, para ilustrar la dificultad en el arte de manejar la batuta, dicho en corto, saber música. 

En 1949, con ocasión del cincuentenario de su muerte, se le dedican unos cuantos homenajes, algunos de los cuales tienen lugar delante de su busto, en el jardincillo de San Roque. En uno de estos actos, cuando la Banda Municipal interpreta Negra Sombra a la órdenes del maestro Méndez, el director le cede la batuta a Purificación de Cora, invitándole a participar de esa forma tan directa en las honras al músico.

El periodista toma la varilla, la baila por el aire y todo parece ir en conforme hasta que intuye llegada la hora de parar y no sabe cómo, de modo que la baja de repente y los músicos se quedan sin referente haciéndose una negra sombra sonora.

Quizá fue la interpretación más indecorosa de la famosa traducción musical del poema rosaliano, pero nos tronchábamos de risa. El busto de Montes residía entonces, como hoy, en el tercero de sus domicilios, después de conocer la plaza de Santo Domingo antes y después de convertirse en “la sartén”, como se la llamó. Hay intención de buscarle un cuarto destino y la peripecia es todo un símbolo ciudadano. ¿Dónde colocamos a Montes?, nos preguntamos desde 1903, cuando Eugenio Duque lo hace busto.

Montes, que era sacerdote sin órdenes, porque la música lo había atrapado en su mundano laicismo, oficiaba bajo las sábanas nocturnas sus ritos de guitarra y lo hacía cada vez con mayor pasión, hasta que logra ese rasgo que lo caracteriza como artista, ser considerado el Schubert gallego sin haber abandonado Lugo.

Director, intérprete y compositor, Montes no quiere que nada relativo a la música le sea ajeno y por eso las bandas y los orfeones; los conciertos y los recitales, lo sacro y lo profano, van a quedarse al margen de su actividad.

Destaquemos que en 1879 organiza la agrupación que va a originar el Orfeón, con el que triunfará dentro y fuera de Galicia y que le dará fama aquí y Lonxe da terriña.

La crónica de esos éxitos artísticos, sus avatares y desventuras está fielmente recogida en el libro Juan Montes. Un músico gallego (1990), de Juan Bautista Varela de Vega, al que nos remitimos para cualquier información sobre el compositor.

De vuelta de sus triunfos, Lugo le dedica un recibimiento apoteósico, comparable en las épocas modernas a los que se ofrecen a los equipos de fútbol cuando logran alguna hazaña, y no es cosa de denostar ahora el deporte, pero sí de lamentar que hoy se vibre por asunto tan prosaico y sea imposible experimentar aquellas emocionantes jornadas en torno a Montes, Chané o Veiga.

A Montes lo sitúan un paso por delante de sus colegas gallegos. Las causas escapan a este formato, pero bien puede valernos recordar las palabras de Chané, que por rivalidad natural, no es precisamente un entregado admirador: “Si yo fuera muy rico mandaría esculpir esta partitura (la Negra Sombra) en planchas de oro y que cada nota fuera un brillante, para regalarle una plancha a cada gallego”.

Se cuenta como cierto que en los primeros años del XX se organiza en Lugo un homenaje a los dos grandes músicos, Veiga y Montes, y se invita para la ocasión a la condesa de Pardo Bazán, que se levanta a los postres del banquete final y pronuncia un discurso sobre... Richard Wagner, sin citar ni por el forro a los dos músicos. Esas cosas pasan.

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