Indalecio Mosquera de Castro

Indalecio Mosquera, el gran empresario taurino que no sabía de toros

El lucense encumbra a figuras como Guerrita, Vicente Pastor y Bienvenida, y desprecia a otros maestros

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El Progreso 28/07/2021
  
FUE EL PROTAGONISTA del Madrid taurino durante los primeros años del siglo XX. Aunque él no se ponía delante de los toros, sino detrás, Indalecio Mosquera de Castro (Lugo, 1850), se hizo tan popular como empresario de la plaza de toros de Madrid, la de Fuente del Berro, que su nombre apareció en coplillas como paradigma de agarrado, unas veces, y de descubridor de talentos, otras.

En ese momento ya es un cincuentón y poco podemos añadir sobre los años anteriores, salvo su origen lucense y su inmediato trabajo como jefe de la División de Tráfico de la Compañía del Ferrocarril de Madrid a Cáceres y Portugal, que preside el marqués de Comillas.    

Su llegada a este mundo, en compañía de otros que nunca se citan, se realiza a través de la subasta para el arriendo de la plaza en la que es el único postor al ofrecer 212.700 ptas anuales, es decir dos pelas más que el tipo señalado. Como no tiene competidor la prensa le toma el pelo: “¡Qué tonto! Se pudo ahorrar las dos rubias”.

Lo que se ahorra, según todos los del mundillo, son conocimientos en la materia porque no los tiene, salvo un sexto sentido que le indica los gustos del público, eso que entonces y ahora se llama pesquis, como la que tuvo Pedro Balañá, otro ignorante.

Se estrena con toros de Miura, Benjumea, Oñoro y otros para Conejito, Algabeño, Bombita, Lagartijo, Machaquito, Vicente Pastor,  Cocherito, Mazzantinito y  Regaterín. Le auguran éxito, pero hay de todo, porque esa temporada pierde 45.000 ptas. Después dicen que gana un millón.

Sus partidarios le alaban que paga puntualmente a la Diputación lo estipulado, extremo que no venía siendo habitual, y sus enemigos le acusan de comprar toros sin trapío para ahorrarse unos duros en animales de casta.

De hecho, una de sus corridas de 1909 acaba con un escándalo fenomenal, manifestaciones y tumultos en protesta por la mansedumbre de los astados. A la autoridad no le cabe otra que multarlo para que la próxima vez se ponga las pilas y deje de comprar vacas.

Aunque no es un entendido, tiene sus fobias y sus filias como todos. Limeño y Gallito están entre los preferidos, sobre todo el segundo, hermano de Rafael Gómez Ortega el Gallo.

De Rafael Guerra Guerrita y de don Indalecio se cuenta una de esas anécdotas que los buenos aficionados gustan recordar ante los jóvenes. Resulta que el lucense quiso contar con el Califa del Toreo para una corrida de toros de primera, pero el maestro le pide una cantidad que al empresario le parece excesiva, por lo que se niega: “Sí, Rafael, y un jamón”. El torero lo desprecia: “En Madrid, ¡que toree San Isidro!”

Al año siguiente lo vuelve a intentar y le ofrece lo que el anterior le había pedido. Guerrita acepta, aunque puntualiza: “De acuerdo, pero me tiene que dar el dinero y un jamón”. Y don Inda se lo da.

En 1911 van a surgir graves discrepancias entre la empresa y la Diputación, aunque al final se alcanza un acuerdo. Deteriorado o no de este combate, Mosquera deja la plaza en 1914 entre división de opiniones. O fue un gran empresario o un negociante que solo cuidó de sus intereses. Incluso pudo haber sido ambas cosas.

Cuando fallece en 1928, se recuerda que Mosquera encumbra a Rafael el Gallo, a Gaona, a Bombita y a Vicente Pastor, que da a conocer a Bienvenida padre y que favorece el esplendor de la fiesta cuando esta atravesaba una profunda crisis económica. También tuvo en sus manos la plaza de Valencia.

Pudo morir unos cuantos años antes cuando es hospitalizado por una grave intoxicación de setas.

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