Francisco de Seijas y Lobera

Seijas y Lobera, el fabuloso aventurero palingenésico

Admirado y estudiado por Cunqueiro, el marino de Mondoñedo vive 55 apasionantes años por todo el mundo

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El Progreso 08/02/2021

ÁLVARO CUNQUEIRO CONFIESA su rendida admiración por su paisano Francisco de Seijas y Lobera, (Mondoñedo, 1650), especialmente en todos aquellos aspectos que puedan rozar la fábula. Escribe artículos sobre su conciudadano, lo persigue en bibliotecas y da conferencias en torno a sus hazañas, una de las cuales, en el Instituto Laboral de Mondoñedo el año 1959, la imparte con el sugestivo título de “Verdad y fábula de los viajes y navegaciones del almirante Seijas Lobera”, aunque siendo Cunqueiro el conferenciante, sabemos de antemano que la verdad y la fábula van a caminar estrechamente ligadas.

Dice el escritor que Seijas salió muchacho de Mondoñedo y no volvió jamás, ni siquiera a Galicia, pero pese a ello, conserva modos y diceres del valle, como fue llamar “gallina choca” a la gallina clueca, o recordar que desde su ventana mindoniense había visto en cierta primavera tres arco iris juntos.

De Seijas le interesa todo lo relacionado a sus experimentos de palingenesia, es decir, devolver la vida a plantas y seres que la tuvieron y la perdieron, no por catalepsia, sino por muerte.

Digamos que Seijas pasó de Mondoñedo a Salamanca, para instruirse, y de allí a Sanlúcar de Barrameda para vivir con unos parientes y apasionarse con los viajes viendo el tráfico de marinos por la bahía gaditana.

La edad que se le supone grumete de un barco por el Mare Nostrum contradice la estimación de Cunqueiro sobre su salida de Galicia, pero avancemos pensando que en efecto, era un chaval.

Con facilidad para los idiomas, la vida le abre nuevas posibilidades, como acompañar al aventurero Jean-Baptiste Tavernier siendo embajador extraordinario a la Corte del emperador del Gran Mogol, y  seguir luego a China, a las Molucas y a Holanda.

Recala en España y tras viajes y estancias en América del Norte, acaba por adquirir la propiedad de La Concepción, una fragata de 200 toneladas y veintiséis cañones, con la que comercia entre Europa y África.

Obtiene la patente de corso para ayudar al Rey español contra Francia y regresa a la Corte española con su experiencia de corsario a cuestas. Cambia de vida, vende el barco y recibe un sueldo de 600 escudos anuales por escribir de re varia.

Publica entonces en Madrid “Theatro naval hydrográphico (1688), y “Descripción geográfica y Derrotero de la región austral Magallánica” (1690). Ese año  obtiene el título de capitán de mar y guerra, aunque él se las ingenia para ser nombrado alcalde mayor de Tacuba, en México, a donde va con su mujer, María Damiana Cuevas y Seijas, y dos criados. 

Sus deudas y su enemistad con el  virrey de la Nueva España, el conde de Galve _ que no quería testigos de su hacer _, lo llevan a la cárcel más de una vez. Total, que solo puede estar 55 días al frente de la alcaldía, como los de Pekín en la película de Samuel Bronston.

Así las cosas decide abundar en lo suyo, viajar. Recorre por completo América Central, antes de irse a Perú y explorar allí minas de oro y plata. Nueva cárcel en Lima y nueva fuga hacia España, cuando su embarcación es abordada por piratas franceses, a los que acaba persiguiendo él mismo. Como para no entusiasmar a Cunqueiro.

Consigue una pensión de los franceses para describir sus aventuras a Luis XIV, lo que hace en largo a través del marqués de Torcy. Son tiempos de prestigio, docencia, cartografía y excelentes relaciones. Fabula con sus riquezas y quizá con sus conocimientos, pero firma una vida de película antes de reposar para siempre en París ¡a los 55 años! ¿O se beneficia de la palingenesia?

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