La comuna de Ernes continúa su día a día durante la época de confinamiento

Los habitantes de esta aldea de Negueira de Muñiz siguen trabajando el campo en la zona más aislada de la provincia
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photo_camera Ana Neira, en su huerto. ELISEO TRIGO (EFE)

Un buen día de los años 60 varias personas decidieron instalarse en Negueira de Muñiz y montar una comuna hippiy. El gran motor de vida es la agricultura ecológica, con la que combaten el éxodo rural. Hoy hacen lo propio con una enorme crisis sanitaria.

Lejos de las aglomeraciones, Luz Rossel trabaja a diario en el lugar de Ernes. Sus tomates, pimientos y lechugas no se ven mermados por las restricciones del estado de alarma motivado por la pandemia de Covid-19. Aunque sí se enfrenta a una reducción de las ventas.

Su aldea está entre los 26 núcleos que se hallan esparcidos en los 72 kilómetros cuadrados del término municipal del ayuntamiento menos poblado de Galicia, con un padrón de 215 habitantes. Carece de supermercado y únicamente cuenta con un médico dos veces por semana.

En los años cincuenta este municipio quedó dividido en dos con la construcción del embalse de Salime sobre el cauce del río Navia. La falta de puentes propició que aquellos que moraban la orilla aislada optasen por emigrar. Y fue ese abandono el que se convirtió entonces en un atractivo para muchos hippies.

Esta es la historia de un paraíso que experimentó un tránsito de gentes procedentes de diferentes ciudades españolas y europeas, y que continúan viviendo de un modo alternativo, aunque ya gocen en la actualidad de infraestructuras para moverse sin necesidad de barcas.

Proc/JFIF/EFE-Calidad:ExcelenteEn esa tesitura, apareció hace 28 años la belga Luz Rossel (en la imagen). "Me marché buscando la naturaleza, de lo que vemos, y también mi propia naturaleza", cuenta la agricultora, que crió a sus dos hijos en este paraje que limita con Asturias.

Con el objetivo de fijar población, creó junto a Dora Cabaleiro la cooperativa Ribeira do Navia, a través de la cual transforman sus hortalizas y comercializan conservas y productos ecológicos como miel, mostaza, mermeladas e incluso ketchup casero.

"Ahora mismo estamos a tope, haciendo producción de todo. El tiempo está ayudando para trabajar y son productos de primera calidad", abunda Luz, que cuenta que las medidas para frenar la expansión de la pandemia les impiden vender sus alimentos en ferias, al haber sido suspendidas. Al no entender que se pueda adquirir comida en grandes superficies y no en mercados al aire libre, han redactado un manifiesto en defensa de la economía de «los pequeños productores».

En el reparto de productos a domicilio sus cifras han caído en días en los que la gente organiza víveres de una manera diferente. Y, sin cuestionar la imprescindible lucha contra el patógeno, Rossel apunta, en lo referente a la cancelación de mercados, que «salud es más que prevenir que nos contagiemos, son más cosas».

"La ciudadanía tiene que poder acceder a la alimentación a la que accedía antes", agrega su socia Dora Cabaleiro, que cree que se ve restringido este pequeño comercio ecológico y de proximidad.

Cabaleiro, llegada del ayuntamiento pontevedrés de Redondela en 1999, dedica en el presente menos tiempo a la cooperativa para conciliar, desde el cierre de escuelas, pues vive con sus cuatro hijos.

Pequeños, adultos y ancianos de Negueira gozan de metros de fincas y jardines en los que respirar

"En el día a día salgo por la ventana y veo lo que veía en un día sin confinamiento", comenta esta cooperativista, que asume que están acostumbrados a un cierto aislamiento pues, por ejemplo, la farmacia más cercana, en A Fonsagrada, se encuentra a una hora en coche.

Así es que la cuarentena en el rural poco tiene que ver con la de aquellos que han recibido la noticia del decreto en su piso de 70 metros cuadrados, opina. Pequeños, adultos y ancianos de Negueira gozan de metros de fincas y jardines en los que respirar .

"El mundo se ha parado", prosigue la vecina de Ernes Ana Neira. Nacida en Pontevedra y afincada en este enclave desde hace tres décadas, reivindica su otra mitad, ligada al sur de España. "Mi madre que es andaluza me ha metido la chispa en el cuerpo", bromea.

Y lamenta que las políticas para frenar el avance del virus la pillasen desprevenida y no pueda ir a verla a la residencia en la que vive: «Si lo hubiera sabido me la hubiese traído para casa».

Ana Neira estudia un curso de atención sociosanitaria de personas dependientes en instituciones y dedica además largas horas a cuidar de sus cultivos, entre los que sobresalen sus "bonitas" fresas, una manzanilla biológica y el cilantro, "que dicen que es muy bueno para eliminar los metales pesados del organismo".

"Quedemos en casa, respiremos, seamos felices y estemos con nuestros hijos", aconseja Ana, que ve, en lo positivo, una buena oportunidad para pasar tiempo en familia y "sentir el cariñito".

Ella es una de los 22 habitantes que tiene Ernes, cuyas ocupaciones se reparten entre la apicultura, la artesanía, la carpintería y la venta de comida en festivales.

Proc/JFIF/EFE-Calidad:ExcelenteEl espíritu de fraternidad existente entre estos moradores ha propiciado varios proyectos comunes como la restauración de una casa para convertirla en espacio de actividades económicas. "Es como si fuéramos una gran familia", asegura a la agricultora Usoa Areitio, natural de Éibar, que llegó hace seis años al lugar, donde vive con su pareja y sus dos hijos.

Por este mismo sentir de unión, comparten un tractor entre todos. "Compramos uno conjuntamente, compartimos el gasto y compartimos el uso", dice Usoa, y añade: "No tenía mucho sentido tener más de uno". Tan natural es el comentario como el edén que cohabitan.

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