Un mes que vale por diez

Tres estudiantes checas están a punto de completar su estancia de un mes en A Mariña gracias al intercambio que su centro de Praga realiza con el IES Monte Castelo de Burela

Denisa, Bara y Natalie, en el IES Monte Castelo. JOSÉ Mª ÁLVEZ
photo_camera Denisa, Bara y Natalie, en el IES Monte Castelo. JOSÉ Mª ÁLVEZ

Denisa Kanoková, de 18 años, Natalie Urbanová y Barbora Bocianová, ambas de 17, son tres estudiantes checas que están a punto de terminar su estancia de un mes en la comarca, a la que llegaron con el objetivo primordial de mejorar sus competencias en español, una de las opciones, junto al francés y alemán, que se ofertan como segunda lengua en el Gymnazium Pripotocni de Praga, en el que estudian y con el que el IES Monte Castelo de Burela realiza intercambios oficiales desde hace dieciséis años.

Una experiencia que las tres jóvenes recomiendan y que les está permitiendo, además de mejorar la lengua, conocer las costumbres españolas y adaptarse al más pausado ritmo de vida de una localidad pequeña como Burela, en la que residen dos de ellas en casa de estudiantes españolas.

La tercera, Denisa, vive en Viveiro, con la familia de Emma, que ya estuvo en su casa en marzo; para la alumna checa supone su segundo año en la comarca, pues ya vino el curso anterior de intercambio. "Repetí, porque me gustó mucho y quería ver a mis amigos españoles, que ya son muchos y porque quiero aprender el idioma", dice en un perfectísimo español, que estudia desde hace seis años.

Las jóvenes destacan que aquí están menos masificadas y hay un contacto más directo entre profesor y alumnos

Los mismos que lleva aprendiendo nuestra lengua Barbora, a la que todos llaman Bara, y que se estrena en los intercambios con la familia de Raquel, con la que está muy contenta, al igual que Natalie, que reside con Saray en este también su primer intercambio, al que se anotó para mejorar una lengua que estudia desde hace tres años. "Lo escogí como asignatura porque, de pequeña, estuve en España muchas veces de vacaciones y quiero aprender el idioma", dice.

Un objetivo que los profesores responsables en esta edición del intercambio, Marcelino Luna y Francisco G. Nécega, creen que es más factible en una pequeña localidad, porque en las ciudades grandes es más difícil que la gente se pare a hablar contigo, algo que Denisa corrobora. "Allí solo hablo español en la escuela y aquí no me queda más remedio, porque nadie hablan checo", afirma.

A ello, suman la receptividad con el resto de alumnos del centro, "Los chicos y chicas del instituto son muy habladores y quieren comunicar con nosotras, que es bueno", recuerda Bara, quien en este mes lo único que ha echado de menos es a su hermano.

DIFERENCIAS. Unas semanas intensas, en las que este año les coincidió con las fiestas patronales de Burela, que vivieron muy de cerca, algo que a Denisa le encantó. "Hay mucha gente en un espacio pequeño, pero casi todo el mundo se conoce y es como más familiar todo", recuerda.

Una diferencia con Praga a la que añaden, como no, la de los horarios de las comidas, sobre todo de la cena, que en su ciudad es en torno a las seis de la tarde. A cambio, hablan maravillas de la comida, como el pulpo, que en su país no comen y que todas han probado, incluida Denisa, que es vegetariana, aunque la palma de la comida típica se la lleva "la tortilla de patatas y los churros", cuentan entre risas.

La tortilla de patatas

Otra de las cosas que les encantan es vivir cerca del mar y aprovechan estos días para pasear por la playa y creen que a Burela le vendría bien "un sitio para hacer actividades cuando el tiempo no es bueno" y sugieren bolera o billar, como ocio alternativo, además de reclamar más transporte público, cuya falta la sufre sobre todo Denisa, que se debe desplazar todos los días desde Viveiro.

También les llama la atención que aquí saludemos con dos besos -allí se dan la mano- o que no nos quitemos los zapatos al llegar a casa -en su país en la entrada hay un lugar para dejarlos y calzarse las zapatillas- sin olvidar que en la República Checa es normal doblar el edredón o el nórdico a la mitad a la hora de hacer las camas, detalles que les ayudan a empaparse de nuestra cultura.

Su estancia es también una oportunidad para conocer la zona y los sitios más destacados de Galicia, sin perder de vista el estudio, pues a la vuelta tienen exámenes finales por lo que aprovechan para estudiar en Burela, al tiempo que acuden a varias de sus clases, con las que encuentran diferencias. «Hay menos alumnos por aula, pues en mi país son unos treinta y aquí los estudiantes comunican más con el profesor, pues allí la relación es más distante», señala Bara, quien quiere estudiar Medicina. Denisa duda entre Biomedicina, Bioquímica o algo con Biología, mientras que Natalie apuesta por Audivisuales; aunque todas tendrán que esperar para entrar en la Universidad, pues en la República Checa estudian un año más de Bachillerato.

INICIOS. Las tres recomiendan la experiencia burelesa, que ya vivió hace años la hermana de Denisa, como otros muchos estudiantes de uno y otro país desde que se oficializaron los intercambios en el curso 2002/03. Una relación que se inició en el 2000 con la presencia en el Monte Castelo de la ayudante lingüística Petra Mocova. "Apostamos por un centro en el que nuestros alumnos pudieran hablar ingles y los que vinieran aquí, español y se contactó con el de Praga", recuerda Marcelino Luna, coordinador del proyecto.

Unos intercambios que han sido de una semana, quince días, un mes o tres meses, en este último caso pioneros en el Erasmus Junior, recuerda el docente, pero la falta de fondos europeos llevó a reducir la estancia. Los viajes se han mantenido, aunque hay años que sin ayudas, por lo que son los alumnos los que deben costearse el desplazamiento, "pero al estar con familias prácticamente solo tienen que pagar el precio del billete de avión", recuerda Luna, quien destaca que las notas, y sobre todo las habilidades sociales, es lo que se evalúa para seleccionar a los alumnos bureleses en caso de que haya más que plazas disponibles.

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