Obituario: 'Arena, sol y libertad' para Serafín de la Fuente Rego

Emotiva carta de despedida de un amigo al constructor vilalbés Cholo, que esta tarde recibe el último adiós

Serafín de la Fuente, 'Cholo'. AEP
photo_camera Serafín de la Fuente, 'Cholo'. AEP

Calculo que corría el año 1970 o quizás el 71 cuando un grupo de familias de Vilalba compraron un piso cada una en la preciosa villa marinera de Ares. De ese grupo de familias una era la mía y las otras eran las de Casa Julio. Con motivo de aquella compra ‘ los del Julio’ y nosotros comenzamos a pasar juntos los veranos, en el mismo edificio, durante los mismos meses y en la misma playa.

Aquella circunstancia fue el pistoletazo de salida de los que fueron sin duda alguna los mejores veranos de mi vida, que empezaban cuando terminaban las clases y duraban hasta que llegaba el tan esperado San Ramón.

Era la felicidad en forma de playa, de sol, de mar, de juegos infantiles, de olor marinero, de fiestas del Carmen, de fuegos artificiales y sobre todo de libertad. Era nuestro verano azul.

Las jornadas eran largas como lo era la luz del día. Empezaban por la mañana temprano. Tras un desayuno que nos cargaba las pilas…… todos a la playa¡¡¡¡¡¡.

Con arena, algas y madera que encontrábamos, y cuando a primera hora había marea baja, nos gustaba hacer fortalezas con la vana intención de que alguna de ellas resistiera el imparable envite de la marea alta que llegaba puntual cuando ya frisábamos la hora de comer. A aquellas fortalezas le poníamos el pretencioso nombre de Ricardo, Ricardo I, Ricardo II, Ricardo III y así sucesivamente en honor a mi hermano pequeño, supongo que por el hecho de ser uno de los pequeños del grupo. Las fortalezas eran enormes y todavía tengo en la memoria la imagen de 10 o 15 niños sentados en la orilla entre los restos de lo que hacía unos minutos era un orgulloso Ricardo, vencidos y agotados de luchar contra el mar.

Jugábamos a todas las cosas que nuestra imaginación era capaz de ingeniar. Había que esperar las 2 horas preceptivas para terminar de hacer la digestión y por tanto teníamos que discurrir cosas que hacer hasta las 12 de la mañana más o menos, que era cuando las mamás daban el permiso para poder disfrutar del primer baño del día. Dicen que el cuerpo humano resiste poco tiempo en el agua fría antes de sufrir hipotermia. Es mentira. El cuerpo de los niños de Vilalba puede estar en el agua horas y horas sin sufrir ni el más mínimo síntoma de ese mal.

Tras una mañana que se pasaba en un suspiro llegaba la hora de la comida reparadora. Hay pocas cosas en la vida mejores que un filete empanado con patatas fritas después de una mañana de playa. De esto no hay ninguna duda.

Las tardes solían ser también de playa pero no siempre. A veces eran diferentes pues las dedicábamos a otro tipo de actividades que principalmente consistían en salir en bicicleta, jugar al futbol en la plaza, ir al Campo de la linda o, y esta era la mejor de todas, sentarnos en el muro de la playa a ver cómo pasaban en bicicleta unas mozas de Ferrol que nos traían por la calle de la amargura. Julito Puentes y este servidor llegamos a ser monaguillos de la parroquia de Ares para intentar ligar con aquellas muchachas que con sus guitarras y a golpe de ‘Blowin in the wind’ animaban la misa vespertina. No nos sirvió de nada.

Volvíamos a casa a cenar y todavía nos dejaban dar una vuelta pequeña después de cenar para tomar un helado en el bar de Finso hasta que ya a eso de las 12 de la noche buscábamos el sueño reparador que nos alcanzaba ya metidos en la cama mientras en la sinfonola del bar de abajo de casa atronaba la Credence Clearwater Revival y su ‘Have you ever seen the rain’.

Así pasaron los veranos hasta que el inesperado éxito como guitarrista de folk con Xorima me apartó de aquellos veranos, de aquella pandilla, de aquella playa y de aquella maravillosa infancia que, junto con las personas que la compartieron conmigo, ha ido siempre en mi corazón.

Uno de los integrantes de aquella invasión Vilalbesa de Ares era nuestro amigo Serafín, del que hoy desgraciadamente me he tenido que despedir para siempre.

No he podido evitar emocionarme profundamente y tras dar a su familia un abrazo de esos que intentan consolar lo inconsolable me he quedado mirando unos segundos el féretro en el que mi amigo y compañero de infantiles veranos se dispone a emprender su último viaje. En ese preciso instante he pensado en Ares y en esa parte de la infancia que un grupo de niños de Vilalba compartieron juntos hace ya muchos años. De pronto noté que dentro de mi corazón se arremolinaban todos los recuerdos de aquellos veranos interminables y no pude evitar sonreír. Si lo que nos llevamos de la vida al morir son los momentos felices que en ella pasamos yo doy fe de que Serafín se lleva unos cuantos compartidos con todos en aquellos veranos luminosos, eternos e inolvidables.

Buen viaje, Sera. Nos vemos en la playa.

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