Opinión

Vacunas e igualdad

Escribir sobre la igualdad demanda un mínimo espacio que desborda ampliamente la limitación impuesta por un artículo semanal como este. No obstante, lo que es objeto de estas líneas creo que sí tiene cabida.

Me quiero referir a la tendencia cada vez mayor a referirse a la igualdad como un absoluto, y deseo enfatizar que muchos responsables políticos y los medios de comunicación se recrean en ello, aunque lo que aparentemente se postula no es cierto.

Lo acontecido en las últimas horas con el orden de la vacunación del covid, y su alteración en algunos casos, puede servirnos para precisar que en esta materia se iguala todo cuando se generaliza y se discrimina a conveniencia cuando se actúa.

Socialmente no estamos a principios del siglo XX, y por tanto creemos que la preferencia de los pasajeros de primera clase para subir a las barcas de salvamento en caso de naufragio es una estampa histórica. Pero lo cierto es que sigue habiendo asientos distintos y varias clases en los medios de trasporte. En la flamante alta velocidad ferroviaria hay ofertas de asientos de clase turista, clase preferente y clase club. Y en los aeropuertos los pasajeros de clase negocios, o superiores, existentes en algunas compañías, acceden al avión separadamente y lo abandonan primero.

Algún orden hay que seguir, y lo que es patente, lo que nadie puede negar, es que el régimen de cola, señalado por el derecho administrativo como el general de acceso a las prestaciones y servicios públicos, si no hay señalado otro, no es universal. En realidad, ni siquiera es el predominante. A eso habría que añadir que, quienes ejercen autoridad, y no se aprecia diferencia más allá de anécdotas entre unos y otros, se recrean en el establecimiento de excepciones, y en la práctica de otras aunque no estén establecidas. Valgan como ejemplo la llamadas salas de Estado y de autoridades en los aeropuertos, por las que acceden a los aviones los dignatarios y muchísimos que no lo son, y evitan así pasar los controles de seguridad, de pasaportes y de aduana. Existen en todos los países, y a mí me parece que en su praxis actual se justifican difícilmente. No el lugar físico, la estancia, lógica por ejemplo para poder acoger a un jefe de Estado en visita oficial, sino su estructura, que tiene como fin dar un trato privilegiado a una nómina caprichosa de mandatarios y altos cargos. A tales salas no se puede acceder, como sucede en las de espera VIP de las compañías o de los aeropuertos pagando el servicio. No, a estas no se accede si no se está entre los elegidos, cosa distinta de electos, que por cierto no suelen estar incluidos entre los posibles usuarios.

Otra perla de muchas. ¿Qué justifica que los presidentes del Gobierno y otras autoridades, sin la concurrencia de una circunstancia excepcional, puedan decidir a su solo arbitrio que se accione la señalización luminosa que sus vehículos oficiales tienen instalada y así dejar de detenerse en los semáforos, circular por carriles de servicio público e incluso hacerlo por zonas peatonales? En el Moscú de la Unión Soviética existían carriles solo accesibles a determinados vehículos. Pero los paraísos marxistas son verdaderos paradigmas de excepciones a la igualdad.

Desde otra perspectiva : ¿No es verdad que nadie se queja de que en las puertas de muchos centros oficiales, entre ellos los ayuntamientos situados normalmente en zonas de estacionamiento limitado y regulado, los aparcamientos en la vía pública se reserven no solo para vehículos de servicio sino para los de las personas que trabajan allí? ¿Es compatible con la idea de igualdad una medida como esa, que está realmente generalizada? Y las localidades gratuitas en espectáculos y otros recreos de las que disfrutan tantos por ser esto o aquello, ¿afecta a la igualdad?

Ayer la cosa se alteró mucho porque algún consejero de Sanidad se había vacunado, y anteayer porque lo había hecho algún alcalde, en algún caso con su cónyuge, que para algo se comprometió al contraer nupcias a cuidar de ella o de él, en la salud y en la enfermedad, digo yo. Y hoy la escandalera tiende a ser porque al parecer lo ha hecho el general jefe del Estado Mayor de la Defensa y alguno más. Y más que habrá. Para asegurarse una tarde de gloria, una parlamentaria del País Vasco ha preguntado si se ha vacunado el Rey. Que dejen ya de irritar con esto por favor. En el búnker nuclear no cabemos todos. Y no se preocupen que el acceso al mismo, si algún día se tercia, Dios no lo quiera, no será mediante cola. Ahí les querría ver. A todos.

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