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Una mierda que flipas

ME HE LEVANTADO con una ilusión de la leche. Era el Día del Padre e Irene me había avanzado el miércoles algo del regalo que se habían currado este año en clase: "¡Papá, es una mierda que flipas!". Las expectativas eran, por eso, muy altas. 

He preparado el desayuno y los he despertado con ansiedad. Elías, no sé si aún dormido o despierto, me ha dado un abrazo y, con una de esas voces que solo son posibles desde la profundidad de la adolescencia, me ha dicho: "Seguramente será el mejor regalo que tengas hoy". Ha envuelto la escena con dos palmaditas en la espalda y lo ha rematado con un lazo primoroso: "No te quejes, te regalo mi sinceridad". Me he emocionado, qué remedio, sabía que hacía bien al no envenenar su zumo.

El regalo de Irene ha estado a la altura de lo esperado, una mierda que flipas, No estaremos criando a una virtuosa de la artesanía, pero a una mentirosa, tampoco. Es una funda para móvmireinoil cosida de tal manera que no cabe el móvil, pero nos hemos estado riendo hasta la hora de comer. Lo ha compensado con un vale por un abrazo grande que ya quisiera Juan Carlos I. Antes renuncio a un reino que a este pedazo de papel.

Como era festivo, ha quedado en suspenso el estricto organigrama diario del resto de la semana que todavía no hemos cumplido ningún día. Ahí, pegado con imán en la nevera, parece el código ideológico de Ciudadanos.

El regalo de mi mujer tampoco ha estado mal: me ha dejado saltarme la sesión de pilates, aunque me sonríe con cara de "tú verás, mañana será peor". ¡Qué narices, quién piensa en mañana!

Vodafone nos lleva haciendo la puñeta con la conexión todo el día, y eso que se supone que pago la fetén. Por la mañana, en el chat del trabajo, tratamos de tapar con bromas y humor negro de periodistas quemados los momentos de tensión, pero en medio de las risas llega la muerte de un hombre de 75 años infectado por coronavirus que estaba ingresado en el Chuac. El cabrón no da respiro.

No tengo mucho curro que hacer por la tarde, pero trasteo con el ordenador y las redes por sentir que hago algo. Mi hijo nos ha ganado al Apalabrados, reclamando un trono que todavía no estoy preparado para ceder.

Hoy me he acordado mucho de mi padre. Lo echo de menos.

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