Opinión

Una ilusión llamada URSM

CUANDO ÉRAMOS jóvenes y orates, en Montirón de Abajo —mi barrio natal— soñábamos con independizarnos de todo quisque, perdonen la ordinariez, y establecer la URSM (Unión de Repúblicas Socialistas de Montirón) junto a nuestros vecinos de Montirón de Arriba. En nuestra imaginaria Arcadia reinaría la felicidad, la sencillez y la paz en perfecta comunión con la naturaleza —o sea, las carballeiras—. Como en una justa república comunista, todo sería de todos y no existirían clases sociales, solo un Estado fuerte para ‘velar’ por los comunes intereses de sus conciudadanos. Cualquier vecino tendría las mismas obligaciones y derechos; esto es, no habría privilegios por proceder de una casa más ‘acomodada’ o de rancio abolengo.

El pueblo al completo nos apoyaría, salvo el terrateniente, al que habría que expropiarle... ‘algunos’ terrenillos; pero él solo era uno, adinerado, pero uno. Teníamos una historia y una cultura propias, que nos habían inculcado nuestros hermanos mayores. Decíamos «ir a Lugo» refiriéndonos al ‘lejano’ centro de la ciudad —kilómetro y pico, aclaro— e incluso las niñas se entendían entre sí empleando una jerga propia que consistía en añadir el prefijo fi- a cada sílaba. Así, yo era Fina-ficho Fifouz, fihi-fijo fide Fipa-fico fiy Fiol-figa. Soñábamos con levantar unas vallas muy altas para que nadie pudiera entrar en el barrio. Todo iba bien hasta que mi hermano Pachi nos abrió los ojos: «¿Y si hay empalizada cómo hacemos para salir, idiotas?», espetó. Hummm... No lo habíamos pensado, no se podría ir al trabajo, al médico, al colegio, al Breogán, a Studio 3... ¡La hecatombe!

Habría que consensuar las entradas y salidas con Lugo; pero... ¿y si no querían? No disponíamos de más armas que las fabricadas por Manolo del Pardo y Antonio de la Felicitas, los carpinteros del arrabal, y en verdad no creíamos que ese fuese el camino.  En Montirón siempre fuimos muy de Paul Valéry, que afirmaba que «ninguna cosa impuesta por la violencia será duradera. La violencia lleva implícita en sí misma la debilidad». Consecuentemente, fantaseábamos con una especie de Revolución de los Claveles, como aconteciera en Portugal.

LA ‘INTRANSICIÓN’. Lo que nos parecía incuestionable, pese a nuestra corta edad, es que habría que romper con el pasado de forma drástica y empezar de nuevo. No creíamos en la idolatrada Transición tras la dictadura de Franco [sobre esto incidiré más adelante]. «Pero si Lugo o Galicia o España no quieren, ¿qué vais a hacer, cretinos? Eso es una utopía», aseveró O Ñácaras, cuyas opiniones eran muy valoradas por ser un chico ‘estudiado’. Pero tantas transgresoras ‘cabesiñas’  —las nuestras, aclaro— daban para mucho. Fue entonces cuando confabulamos el plan.

En primer lugar, se propondría que la URSM —cuyos principios serían innegociables— firmaría con el reino de España un convenio similar al de Gibraltar, que nos permitiese entrar y salir a Lugo con total libertad por la nueva frontera. A Federico el cartero y las otras personas que frecuentaban el barrio se les daría unos pases y sanseacabó. Además, seguiríamos usando la peseta para no embrollar las cosas, que había mucha gente mayor en el barrio [nota bene lo que sufrieron con la llegada del euro]. Si esto no convencía no recurriríamos jamás a la violencia, como está dicho. La idea era hacerlo desde dentro, desde las propias instituciones, a lo zorrito; no yendo contra las leyes, sino adaptándolas a nuestras necesidades.

EL JURAMENTO. Seríamos alcalde/sa, concejales, parlamentarios, senadores... para predisponer a las sociedad no montironesa y favorecer de ese modo la ejecución de nuestro brillante plan. Y así lo conjuramos y sellamos en un solemne acto en el que fusionamos nuestras propias sangres [de todo esto puede dar fe —entre otros— mi querido amigo Checheíto de la Maruja, ya que hablé con él sobre este tema para reafirmarlo].

De esta suerte, también se dispuso la necesidad de ‘tunear’ el cruceiro de Montirón, que había sido colocado por no me acuerdo bien qué corporación municipal en el mismo corazón del barrio —lo que actualmente se conoce como praza das Illas—. Como la paz comienza con el respeto, no era plan derribar nada ni a nadie ni ir contra ninguna creencia; la idea era yuxtaponerle una hoz y un martillo —emblemas de la Unión Soviética—, como símbolo inequívoco de una nueva era [ver el fotomontaje que acompaña esta narración, que plasma de manera notoria nuestras pretensiones].  El forjado se le encomendaría a Berto El Garabitos, un adulto eternamente joven que no haría preguntas.

A aquellos poco juiciosos zagales la edad nos fue serenando poco a poco y la vida —ese valle de lágrimas, como decía mi madre— nos proporcionaba cada vez más y más responsabilidades a la par que nos iba robando la gallardía. Y así se fueron esfumando nuestros anhelos, aunque no se quebraron del todo. «Yo he vivido porque he soñado mucho», dice el aforismo del escritor mexicano Amado Nervo. Y en Montirón somos unos avezados ilusos ya desde la más tierna infancia, tanto que incluso tenemos lugares ad hoc, como los árboles Pensamiento 1 y Pensamiento 2.

EL HOY. Muchos años después, es decir ahora, algunos acontecimientos acaecidos en España —y no solo en Cataluña— podrían guardar ciertas similitudes con la historia que les acabo de relatar, que es tan inverosímil como cierta en nuestro imaginario colectivo. A ver... ahondemos un poco y empecemos por la Transición,  ¿acaso el origen de todos los males? El historiador y sociólogo Santos Juliá opina que «en muy poco tiempo, los españoles desmontaron pacíficamente las instituciones de la dictadura y pusieron en su lugar una Constitución democrática en un proceso que provocó una gran sorpresa para casi todos». Juliá estima que «no faltaron quienes, por no haber asistido a una revolución en toda regla ni a un ajuste de cuentas con el pasado, han tenido la democracia española como si de una carta otorgada se tratara, como si presos del miedo, los españoles hubieran aceptado la continuidad pura y simple del régimen franquista con otra fachada. [...] Aquí la aspiración a la libertad coexistió con el deseo de preservar la estabilidad».

Estas reflexiones de Juliá, hechas en 1999, parecen estar en boga más que nunca. Se alzan voces que piden un referéndum para decidir uno de los pilares básicos de nuestra Carta Magna: la organización política del Estado español. Es imposible un consenso porque los partidos políticos se orientan en direcciones contrapuestas; los que quieren reformar la Constitución y los que la ven como nuestro principal baluarte democrático y desdeñan tocar algo. Lo que en el fondo subyace es el profundo desacuerdo entre los que admiten que la Transición fue un proceso ejemplar y los que estiman —como aquellos tiernos montironeses— que se hubiera necesitado una insurrección.

Hace pocos días, en este mismo medio, el miembro del Grupo Doxa de Filosofía Gonzalo Pérez López hacía la siguiente consideración: «En España no se produjo una auténtica ruptura con la dictadura y los prebostes del franquismo mantienen intacta la influencia económica y política. Los poderes fácticos, con la banca y la Iglesia al frente, conservan, arrogantes, prebendas e influencia y el linaje sigue condicionando demasiado la realización personal».

Y es que resulta difícil de entender —y de explicar a las nuevas generaciones— algunas cuestiones; por ejemplo, las actuales patochadas en torno al Valle de los Caídos; la cuestión no es tanto si se trasladan los restos del caudillo como el hecho de descifrar el porqué todavía están ahí, después de 40 años de democracia y de alternancia en el Gobierno de PSOE y PP. O las pavorosas  pérdidas por el ‘rescate’ financiero a la banca, que el Banco de España cifra en más de 42.000 millones de euros y que han salido del dinero público de todos los contribuyentes; precisamente en el país de los embargos y los desahucios.

CAPITALISMO FEROZ. Pérez López hablaba del capitalismo financiero como el modelo hegemónico en el mundo, sin contrapesos estatales que pudieran poner freno de alguna manera a las especulaciones y a las profundas desigualdades que origina, sobre todo a raíz de la crisis económica. Algunos datos que lo corroboran (extraídos de diarios económicos): la luz subió casi un 70% y los alquileres, un 50%; los salarios bajaron un 32% de media; los ricos aumentaron su riqueza pero el porcentaje de españoles en riesgo de pobreza y exclusión continúa creciendo; el coste de la corrupción se cifra en 90.000 millones de euros anuales y el de evasión de impuestos, en 80.000. Un estupendo caldo de cultivo para los populismos, en el sentido despectivo de la palabra.

El periodista Enric Juliana observa además que en España se está generando una dinámica de odio a la política que fortalece a la extrema derecha; es decir, a la irrupción de Vox con fuerza en el panorama político. Pero... ¿quién es Vox? Personalmente, solo conocía a este partido por la experta en protocolo Mónica Ceide, que fue su coordinadora en Lugo. El catedrático Roberto Blanco explicaba en El País que Vox, como otros partidos europeos de extrema derecha, competía con la democracia desde dentro y que no parecía que quisiera acabar con el sistema, aunque matizaba que él identificaba a la extrema derecha con fuerzas más violentas, más antidemocráticas. El historiador Fernando del Rey, en el mismo medio, consideraba «una exageración» hablar de fascismo al referirse a este formación. Seguro que lo iremos viendo, aunque ¡tate!: ‘Vox bloqueará la Junta andaluza si mantiene ayudas contra la violencia de género’ (El Progreso de anteayer).

COROLARIO. Tal vez haya llegado el tiempo de renovar los votos con mis camaradas del barrio y retomar nuestro viejo plan antes de que sea demasiado tarde. ¿Quién sabe? A fin de cuentas mañana es día de Reyes y en Montirón, ya se sabe, somos ingenuos, románticos y muy, muy soñadores.

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