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Un lujo exquisito en la historia

La familia de Simonetta Dondi lleva años trabajando para poder devolver al Pazo de San Isidro, en Mondoñedo, el mismo brillo que en el siglo XVII arrojaba sobre la capital religiosa de la comarca. Al fin, el inmueble será declarado Bien de Interés Cultural
Pazo de San Isidro
photo_camera Pazo de San Isidro

Si uno pasea por Mondoñedo un día tanquilo y sin niebla, y si sabe mirar más allá de la catedral y sus calles empedradas, podrá ver una reliquia del tiempo que se ha quedado encerrada en lo alto de este valle. El Pazo de San Isidro permanece silencioso en el Couto de Outeiro, aguardando que llegue el momento idóneo para volver a brillar.

Hay quien cree que este edificio del siglo XVII, aunque con un origen y una planta baja más medieval, fue en su día una lugar de jurisdicción civil y criminal para la antigua ciudad de Vallibria, Mondoñedo. No resulta difícil imaginar el por qué.

La entrada principal de San Isidro mira hacia el antiguo Camino Real y no a la ciudad de Mondoñedo. Su localización estratégica era perfecta para cumplir una posición de defensa para la ciudad.

Simonetta Dondi, que dirige actualmente el museo catedralicio diocesano en Mondoñedo recuerda que cuando adquirió la propiedad, la maleza recubría gran parte del pazo. Incluso recuerda un árbol de veinticinco metros que crecía entre una de las puertas en el patio interior de San Isidro. Conforme se iba restaurando el edificio, aparecían nuevos testimonios y hallazgos que no hacían más que respaldar la importancia que la parroquia mindoniense tuvo en el medievo y en los siglos posteriores.

El último descubrimiento que se ha hecho en el Pazo de San Isidro vino de la mano del periodista Ramón Loureiro. Este apunta que una de las laudas sepulcrales del siglo XIX que se hayan en el interior de la capilla del edificio corresponde a la mujer del juez Ramón Pedrosa, quien condenó en su día a Mariana Pineda por portar una bandera liberal en 1831.

El musgo todavía recubre las pareces que rodean el pazo, con pesadas piedras que cuesta imaginar cómo llegaron a levantarse del suelo. «La planta baja es la más antigua -comenta Simonetta mientras avanza por el recorrido laberíntico de escaleras y puertas que conoce de memoria-, su estilo medieval se puede apreciar en los ventanucos, que tanto contrastan con los pisos posteriores».

Origen
Hay quien mantiene que el edificio sirvió en el siglo XVII como una torre de jurisdicción criminal y civil

Descubrimiento
El último hallazgo en el inmueble fueron las laudes sepulcrales que guardan a la mujer del juez Ramón Pedrosa

Curiosidad
El pazo está orientado mirando hacia la antigua calzada, en vez de apuntar al valle, en posición defensiva

Al permanecer tanto tiempo prácticamente abandonado, el pazo sufrió un deterioro considerable. Pese a todo, aún guarda la mayor riqueza que puede poseer: su propia historia. San Isidro resulta un libro abierto para esclarecer hasta qué punto fue importante Mondoñedo como centro de la vida religiosa en el actual litoral lucense.

Dispone de pocos lujos, tan solo lo necesario. Sin embargo, el pazo cuenta con quizás la mejor vista del valle mindoniense. Cualquiera puede imaginar al capitán Vaamonde apostado en uno de sus balcones, con la vista fijada en una catedral que desde allí se vuelve pequeña.

Tras reunir toda la documentación necesaria y pelear por sacar adelante un proyecto de tal envergadura, Simonetta logró que la Consellería de Cultura publicara el 11 de agosto un comunicado donde se exponía la futura declaración del inmueble como un Bien de Interés Cultural (BIC) y con un categoría de monumento.

El expediente incluye la importancia artística e histórica de diversas zonas del edificio, como el escudo de la familia Vaamonde, una chimenea, una lareira y el palomar perteneciente a San Isidro, «el más grande de la comarca», señala Simonetta.

Pese a ser todo un tesoro, reflejo del desarrollo económico de Mondoñedo en los siglos XVII y XVIII, el pazo se ha mantenido en el anonimato durante demasiados años. Solo queda apostar por la propia cultura, tal como Simonetta ha hecho con su hogar.

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