Un bajista desmontable

Ron Carter dejó en el Festival de Jazz de Lugo una muestra de sus 50 años de maestría
Ron Carter, al frente de Four Sight, en el Círculo de las Artes. VICTORIA RODRÍGUEZ
photo_camera Ron Carter, al frente de Four Sight, en el Círculo de las Artes. VICTORIA RODRÍGUEZ

Su lugar de trabajo es la puerta de Bispo Aguirre, según se entra en la muralla de Lugo. Escapó hace veinte años del derrumbe de otro muro, el del Este. Junto a otros músicos de países exsoviéticos se estableció en Lugo.

Suele sentarse a diario bajo el amplio arco de piedra para tocar la guitarra con escasas concesiones a temas que reconozcan los viandantes, pero esperando escuchar el sonido de las monedas sobre la funda abierta en el suelo.

Este jueves se cogió la noche libre. No porque ventease con furia ni porque lloviese con tanta mala idea como a Noé. Se caló el gorrillo marinero de lana, metió las manos anchas en la cazadora azul oscura y caminó veinte metros hasta la entrada del Círculo de las Artes.

Subió las escaleras apurado, negándose lo que dolían las rodillas por las horas que pasa sentado en una banquetilla baja. Dentro había empezado a tocar The Four Sight, con la pianista Renee Rosnes, el saxofonista Jimmy Greene y el baterista Payton Crossley. Nada menos.

Carter llegó a A Coruña a las cinco de la mañana. Lo metieron en un coche para acercarlo a Lugo a acostarse a la misma hora que los funcionarios estaban fichando

Las sillas granates estaban ocupadas, en la platea y en los palcos, por medio millar de aficionados de toda Galicia, Asturias y Castilla, incluso de Madrid.

El motivo era Ron Carter. Lo vio en el escenario, tan alto y sobrio como su contrabajo desmontable; a pesar de los 82 años, a pesar de que su avión había pasado tres horas en la pista del John Fitzgerald Kennedy. Un pasajero se había puesto a gritar. Tenía un problema. Después de tres horas con los pasajeros sentados y abrochados sin mucho más que hacer que enterarse del acontecimiento, el vuelo despegó.

Carter llegó a A Coruña a las cinco de la mañana. Lo metieron en un coche para acercarlo a Lugo a acostarse a la misma hora que los funcionarios estaban fichando. Tres horas de sueño.

Ron Carter fue acompañante de primera hora de Miles Davis; podría escribir una crónica de la historia del jazz moderno sin consultar; es el bajista con más discos grabados del mundo. Para tocar pidió lo mismo que pide su seguidor callejero para trabajar: nada.

Únicamente hizo un ruego. Quería cenar a las seis de la tarde. Lo ordinario en cualquier país es una batalla en el país de los horarios inhóspitos.

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