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Un 2019 perdido

España, un país que no anda precisamente sobrado de gestión eficiente, se encamina a tirar a la basura otro año más

Feijóo, Touriño y Quintana, reunidos en 2007.AGN
photo_camera Feijóo, Touriño y Quintana, reunidos en 2007.AGN

LEJOS DE APROVECHAR el periodo de bonanza económica posterior a la crisis para acometer en el país los cambios estructurales necesarios para solucionar los problemas que destapó la recesión —precariedad laboral, sistema productivo, modelo fiscal, financiación territorial...—, España se dedicó a ir tirando a trompicones, poniendo parches allí donde se necesitaban medidas de calado y enredando hasta límites insospechados en la cuestión política. Y los resultados de todo este cóctel de incompetencia salen a la luz ahora, justo cuando el país camina con una asombrosa parsimonia hacia el contenedor de basura donde resposan apilados los años 2016, 2017 y 2018. Parece ser que es allí donde toca arrojar también 2019.

Esta suerte de maldición bíblica comenzó con las elecciones de diciembre de 2015, que se tradujeron en seis meses de parálisis hasta que en junio de 2016 se repitieron. Entre comicios, pactos postelectorales e investiduras ese fue un ejercicio perdido. Pero después el bloqueo a los presupuestos de Mariano Rajoy obligó a operar en 2017 con unas cuentas prorrogadas, una situación que tuvo las consecuencias habituales que implica el uso de este recurso financiero. Así entramos en 2018, que pintaba algo mejor cuando el gabinete de Rajoy lograba sacar adelante los PGE en mayo gracias al apoyo del PNV, aunque la alegría le duró poco. Apenas unos días después la moción de censura volvió a tambalear a una España que ya renqueaba por la floja gestión del PP. Pedro Sánchez, en minoría y con compañeros de viaje sospechosos, hizo casi de todo menos gobernar. Y así llegamos hasta hoy.

El líder socialista podía por lo menos maquillar su gestión y ponerle la guinda con una convocatoria conjunta de elecciones en el superdomingo del 26 de mayo; no porque lo diga el PP sino porque lo dice el sentido común. Pero tampoco. Porque esto es España, que como va sobrada de gestión eficiente puede permitirse el lujo de meterse en una macrocampaña que acabará allá por junio. Luego viene el verano, las vacaciones... y ya se sabe. El año 2019 a la basura.

El adelanto electoral no solo echa a perder el año en curso sino que incluso amenaza con cronificar la situación política de España ante el escenario de fragmentación que se avecina. Las encuestas que manejan las empresas demoscópicas y los partidos —es decir, todos menos el CIS de Tezanos— solo coinciden en una cosa: no habrá mayorías sólidas. Y las alianzas, sean por la derecha o la izquierda, tendrán que engrasarse mucho porque hasta el momento demostraron ser demasiado frágiles para garantizar una mínima gobernabilidad en el país.

Galicia ante el 28-A

Para colmo, y por mucho que lo disimulen, el 28-A le sentó a los partidos políticos gallegos como un tiro en un pie. Demasiado pronto y, sobre todo, demasiado cerca de las municipales y europeas, para las que la mayoría ya habían empezado a trabajar. En líneas generales, las siglas más potentes cuentan con recursos materiales y personales suficientes para hacer frente a la doble o triple convocatoria, según como se mire; pero los pequeños partidos se ven obligados a realizar un sobreesfuerzo sin que además sea garantía de éxito.

Al PPdeG, con el adelanto electoral, se le acaba la coartada del Gobierno enemigo de Sánchez y su ‘aldraxe’ a Galicia, lo que suponía un combustible perfecto para carburar en las municipales. Ahora tendrá que repensar parte de su estrategia.

El PSdeG afrontará en abril la primera prueba de fuego para confirmar si abandonó definitivamente los vicios del pasado que acabaron relegándolo a tercera fuerza en la comunidad o si, por la contra, la recuperación que pregona el nuevo líder no está todavía consolidada. La elaboración de listas, históricamente conflictiva en el socialismo gallego, será el termómetro definitivo.

Pero si hay un partido al que las elecciones le caen especialmente mal ese es En Marea. Recién salido de un traumático proceso de primarias, todo invita a pensar que se fragmentará ante la imposibilidad de soportar otro para la selección de listas. Lo que hará el 28-A es acelerar lo inevitable.

El BNG tiene mucho que ganar y poco que perder tras su doble batacazo de 2015 y 2016, por lo que las urnas podrían confirmar su recuperación, especialmente si se alía con otras siglas nacionalistas. Y para Cs y Vox, la batalla primordial en Galicia no es esta sino la que vendrá un mes después.

La reforma del Estatuto está de nuevo de actualidad

El 17 de enero de 2007 la reforma del Estatuto de Galicia quedó aparcada de forma indefinida y así continúa en nuestros días. Tras seis horas de negociación, el presidente de la Xunta, Pérez Touriño, su vicepresidente, Anxo Quintana, y el entonces líder de la oposición, Alberto Núñez Feijóo, no fueron capaces de llegar a un acuerdo en materia de financiación, lengua y, sobre todo, la forma de definir la identidad nacional, dado que el PPdeG no aceptó nunca el término «nación»; así que carpetazo al asunto y al cajón. Ahora, años después, la oposición desempolva el asunto y reabre el debate estatutario. Pero si en aquel clima político no fue posible, en el actual es ya impensable.

Pachi no será el único que estrene siglas

AUNQUE PARECE que la operación del exlíder socialista Pachi Vázquez de montar un partido para las municipales reclutando a la cofradía de cabreados del PSdeG va adelante, no sería la única pieza novedosa en el tablero político ourensano. En la capital provincial llevan tiempo dándole vueltas a un proyecto en clave local que llevaría por nombre Vamos Ourense (VOu) y detrás del que podría haber algunos empresarios y rebotados de la órbita de la derecha. De hecho, fueron unas siglas —demasiado parecidas a Vox para mi gusto— con las que se llegó a relacionar al exportavoz municipal del PP Pepe Araújo, que finalmente optó por Ciudadanos para emprender su nueva aventura política. En este contexto y asumiendo que en política tres meses son una eternidad, Ourense se presenta, junto a Ferrol, como la ciudad con la batalla electoral más imprevisible y fragmentada el 26-M. En algunos sondeos aparecen hasta siete u ocho partidos con posibilidades de representación. Pues si este mandato ya fue ingobernable...

Beiras rompe su aparente neutralidad

MIENTRAS EN MAREA se desangraba en sus primarias para renovar la dirección, el veterano Xosé Manuel Beiras se alejaba de los focos y marcaba distancias con todo el proceso, llegando incluso a recriminar el uso de sus palabras o su imagen en la campaña. Durante un tiempo, el cofundador del BNG, Anova, Age o En Marea tuvo que lidiar con la equidistancia entre su pupilo Martiño Noriega y Luís Villares, con el que tenía una especie de deuda personal por haberlo arrancado del sillón de magistrado para subirlo al barco de En Marea. Ahora, tras esa etapa de aparente neutralidad, Beiras parece haber tomado partido de forma definitiva por el sector de los críticos. O al menos eso se desprende por su defensa del voto de Fernán Vello, Gómez Reino, Díaz y Pam a favor de los presupuestos del Estado, desoyendo la consigna de la dirección de Villares. Hay quien dice incluso que el pronunciamiento de Beiras era la señal esperada, el paso que faltaba para oficializar el finiquito de eso que en su día se llamó la confluencia.

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