Tumor invasivo

Si NO QUEREMOS o no somos capaces de conocer y diagnosticar qué pasa en la sociedad y en la política española va a resultar muy dificil dar respuesta desde dentro. El escándalo de las tarjetas opacas de Caja Madrid y los comportamientos personales, sin distinción de siglas partidarias o sindicales, refleja que el mal está incrustado en las instituciones y que también es un problema cultural, que hay que enmarcar en una atmósfera social de una larga tradición. La indignación ciudadana, justificada y de expresión necesaria, frente a los comportamientos que muestra la amoralidad de esas tarjetas no debería encontrar como única canalización la demagogia o unos salvadores idealistas por la incapacidad y la resistencia de las actuales élites dirigentes a asumir y afrontar el problema. No hay soluciones mágicas ni desde dentro ni desde fuera. Pero no vale paracetamol y eso es generalmente toda la letanía de medidas de transparencia que se anuncian- frente a un mal como el que refleja la sucesión de escándalos que afloran en este país desde el inicio de la crisis económica. Nominalmente existen los mecanismos de control. Es evidente, la reiteración de hechos así lo demuestra, que no funcionan. El «familiarismo» y el amiguismo, tan de esa cultura de secular tradición española, vimos que estaba en activo en el mismo Consejo de Cuentas. No en uno de esos consellos o consejos autonómicos, que probablemente que también. Teniendo siempre presente que no hay personas perfectas y no esperar milagros, sí es algo constato que falla la selección de sus élites en el sistema. La meritocracia en los partidos, como forma de ascenso y seguridad para quienes quieren dedicarse a la política y arma de poder para sus dirigentes, es un activo agente tumoral. Como lo es, y así lo han expuesto los profesionales de Politikon, una administración pública sometida en exceso a la influencia política. La lista de los cargos realizados con esas tarjetas pide cirugía y no paracetamol. Hay riesgo de curanderos.

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