Testigos de vidas llenas de talento

Lois Pereiro junto a su hermano Xosé Manuel.
photo_camera Lois Pereiro junto a su hermano Xosé Manuel.

Lois Pereiro fue el último intelectual gallego homenajeado en el Día das Letras Galegas. El monfortino, que comenzó a escribir con solo 15 años, ha dejado una profunda huella entre todos los que lo conocieron, algo que su familia achaca a que era una persona que siempre daba afecto a todo el mundo. «No ámbito privado era moi cariñoso e, no intelectual, moi observador e irónico», asegura su hermano Xosé Manuel. En un intento de hacer una descripción fideligna del poeta, el periodista añade alguna pincelada más: «Era moi educado, pero tamén cunha habilidade extrema para o sarcasmo. O seu mundo literario era a centroeuropa xermánica, pero o seu carácter tiña o humor dos británicos».

De los 38 años que vivió el autor de ‘Poesía última de amor e enfermidade’, un total de 35 los pasó junto a Xosé Manuel [ambos aparecen en un retrato infantil en la portada]. A este le resulta difícil escoger alguna vivencia que guarde con especial cariño en su retina. «Nos recordos sempre volves á infancia: aos xogos na horta, no faiado da casa ou nas obras do noso barrio, a eses veráns na aldea, xogando a perderse nos soutos, ou ás guerras nos prados cando íamos cos animais», recuerda.

Xosé Manuel conoció a su hermano en todos los ámbitos de su vida, ya que también trabajó codo con codo con él. Ambos, junto con Manuel Rivas, fundaron la revista Loia. «Lois tiña, como dixo Rivas, un radar para detectar todas as manifestacións artísticas que pagaban a pena, a vangarda, nunha época na que o que se viña de escoitar na radio eran ‘Mi jaca’ ou ‘Madrecita María del Carmen’, e na televisión poñían as películas de Alfredo Landa», cuenta. Por ello, el poeta era una especie de oráculo para toda la gente con la que participó en proyectos como la mencionada revista Loia o en el movimiento La Naval. «Era o que pechaba as discusións, e non por impoñerse a berros», aclara su hermano.

Además de visionario, Lois Pereiro también era muy meticuloso: «Traballaba moito as reportaxes literarias que fixo para La Naval -as que se lle ocorrían ou as que lle suxeríamos-, as intervencións e as entrevistas», cuenta Xosé Manuel. Esta característica lo marcaba en el día a día. Así, para el diálogo con Manuel Rivas que publicó en parte en Diario 16 y para el ensayo ‘Unha modesta proposición’, hizo un sinfín de borradores, al igual que para sus poemas. «Era un perfeccionista compulsivo, pero ao tempo era bo traballando en equipo, iso que agora se chama proactivo», concluye Xosé Manuel.

Ramón Piñeiro

El primer regalo que Grial Parga recibió de su padrino, Ramón Piñeiro, fue una suscripción a la revista que lleva su nombre, que el intelectual lucense había fundado en 1963 . En su momento, Grial no entendió el significado de lo que se ha convertido en un tesoro que guarda con un cariño muy especial. Además del nombre, no le habría podido dejar mejor herencia.

Humilde, tímido e incluso introvertido. Así es como Grial define a su tío y padrino. «A mí me imponía mucho», asegura. Ahora lamenta no haber podido disfrutar de las largas e interesantes tertulias que cada día se montaban en torno a la famosa mesa camilla que el escritor tenía en su casa de Santiago. «Cuando era pequeño recuerdo que todo el mundo hablaba de la mesa camilla, que yo estaba harto de ver una y otra vez e incluso de corretear a su alrededor. Pero un buen día le pregunté a mi padre cuál era esa famosa mesa. ¡Ah, es esa!, respondí cuando me enteré», relata.

Echando mano de su memoria, Grial explica que aquella casa de Santiago era un incesante entrar y salir de gente interesada en departir con el fundador de la editorial Galaxia. «Siempre había alguien a comer, porque era un gran conversador. Mi tío entablaba continuas discusiones políticas e intelectuales de las que disfrutaban todos los que estaban a su alrededor», relata. De hecho, su familia todavía sigue manteniendo una tradición, de la que Piñeiro estaría muy orgulloso: «Cada vez que hablamos de la realidad gallega seguimos recurriendo a él para interpretarla», afirma su ahijado.

Grial asegura que no pudo disfrutar de Ramón Piñeiro todo lo que le hubiera gustado. «Durante mucho tiempo estuvimos en dos mundos distintos. En mi niñez y adolescencia me interesaban otras cosas y, aunque de vez en cuando intentaba seguir alguna de las conversaciones en las que él estaba presente, me perdía», confiesa.

Desde siempre, el intelectual galleguista había sido un mito en casa de Grial. Fotos, retratos, artículos... todo recordaba la figura de su padrino. «Yo leí a todos los críticos de Ramón Piñeiro antes que a mi propio tío, porque de él ya sabía lo que me iban a contar mis padres. Quería tener otros puntos de vista», dice.

Aunque siempre fue consciente de la importancia de su figura, es ahora cuando la analiza más como escritor que como un personaje familiar. «Lo quiero recordar como el intelectual que tuvo un concepto muy interesante de Galicia como país, aunque después no llegó a realizarse como tal», subraya.

Ánxel Fole

Emilio Fole llegó a Lugo cuando tenía 12 años para cursar los estudios de bachillerato. Entró entonces en contacto con su tío, Ánxel Fole, al que fue descubriendo poco a poco y con el que llegaría a entablar una estrecha relación. «Como narrador nato, era un placer estar con él», subraya.

Emilio define a Fole como una persona afable, de gustos sencillos, tranquilo, gran observador y con una cultura muy amplia. Perteneciente, con Álvaro Cunqueiro y Rafael Dieste, a la generación de escritores gallegos formados antes de la Guerra Civil, debido al ostracismo interior al que se vio sometido tras la contienda quedó muy marcado por esa época y no dudaba en hacerlo saber, tal y como señala su familia.

A la prodigiosa memoria del autor de ‘A lus del candil’ Emilio le sacó mucho provecho. «Ánxel era una enciclopedia viviente y yo nunca dudé en requerir su ayuda cuando la necesitaba», reconoce. Además, asegura que era su fan número uno a la hora de escuchar cualquiera de las correrías de sus tiempos de universidad, así como sus relatos cortos.

Acudir cada día a la redacción de El Progreso, periódico en el que colaboraba, era una de sus pasiones. «Era casi su segunda casa», cuenta Emilio. Porque, si algo horrorizaba a Fole, eso era encontrar un gazapo en los artículos que publicaba en el diario lucense. «Si esto sucedía, nos daba la tabarra a toda la familia hasta que se le iba pasando», dice. Pero, por encima de todo, era un hombre generoso y amigo de sus amigos.

Para describir el especial sentido del humor que caracterizaba al escritor gallego, Emilio recurre a una anécdota que le quedó especialmente grabada: «Había un lector que envió al periódico un artículo en varias ocasiones, e incluso llegó a amenazar con suicidarse si no se publicaba. Mi tío lo conoció en una ocasión y no dudó en espetarle: ¡Que formalidade é isa!, ¿non dixo vostede que se suicidaría senon se publicaba?».

Aunque su ingreso en la Real Academia Galega se produjo en una fecha muy señalada, el 5 de octubre de 1963, día de San Froilán, Emilio revela que Fole siempre se escapaba de las patronales. «No le gustaban y aprovechaba para irse a Baralla», finaliza.

Lorenzo Varela

El escritor de Monterroso llegó a la vida de Fernando Scornik cuando este era un adolescente. En un primer momento, ni él ni sus hermanos se tomaron muy bien el matrimonio de su madre con el intelectual gallego. Sin embargo, el autor de ‘Torres de amor’ lograría conquistarlos también a ellos. «Se convirtió en un consejero extraordinario. Era un hombre muy inteligente y no solamente tenía cultura literaria y pictórica, sino una extraordinaria capacidad de análisis», asegura su hijastro.

Este abogado de raíces argentinas, aunque instalado desde hace muchos años en España, no puede olvidar dos anécdotas que lo marcaron profundamente y que denotan la inteligencia del monterrosino. «Recuerdo la primera vez que la Unión Soviética puso un satélite en órbita. Lorenzo ya me aseguró en aquel momento que aquello iba a tener un gran impacto sobre las comunicaciones, como así fue», dice.

En otro momento de su vida, en 1975, cuando en Argentina no corrían buenos tiempos, Fernando consultó de nuevo a Varela. «Yo tenía un puesto importante en el Ministerio de Agricultura argentino y no dudé en buscar consejo en él. Rápidamente me contestó que pronto habría un golpe militar muy duro y que no sería bueno que me quedara allí». Fue así como el abogado se trasladó a España. Efectivamente, meses después, el golpe asoló el país. «Mi padrastro tenía la perspicacia y la intuición de ver el conjunto de las cosas», asegura.

Si alguna huella le ha dejado este, esa es la de su gusto por la poesía. El escritor monterrosino le enseñó a hacer versos, llegando a escribir Fernando dos libros.

Años después de su muerte, solo tiene palabras de admiración y cariño hacia el que fue su gran consejero.

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