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Temporales

Un otoño lluvioso y un par de borrascas han bastado para sacarnos los colores
Temporal. EP
photo_camera Temporal. EP

GALICIA DESPIDE el año con buen tiempo, pero con los destrozos causados por Elsa y Fabien todavía en la retina. Los últimos grandes temporales de 2019 no hicieron más que confirmar que no hemos aprendido del todo la lección. Hay que aceptar que la furia de la naturaleza es incontrolable, pero también que sus efectos sobre la seguridad ciudadana se pueden minimizar a través de una serie de políticas y leyes. Y lo más grave de todo es que algunas ya existen, pero nadie las cumple. Después, todo son lamentos.

Cortes eléctricos

La primera consecuencia de los últimos temporales fueron decenas de miles de hogares sin luz. Es un asunto recurrente en Galicia, especialmente en la zona rural. Aunque no afecta a la seguridad de las personas (exceptuando casos extremos como la tragedia de tres muertos en Curtis), sí tiene consecuencias económicas nocivas para negocios y particulares. Hay que pensar que en varios días sin suministro eléctrico se echa a perder un congelador de comida que, para muchas casas del campo gallego, es el resultado de un año de trabajo.

Pues bien: la mayoría de estos cortes de luz están directamente relacionados con la caída de árboles y ramas sobre el tendido eléctrico. Esto no ocurre en las líneas de alta y media tensión, donde las compañías eléctricas se ocupan de mantener limpias las franjas de seguridad para que, por ejemplo, Alcoa no se vaya a quedar sin suministro. Pero sí ocurre con los pequeños consumidores particulares, cuyo tendido (en ocasiones en obsoletos postes de madera) acaba hecho trizas por la caída de árboles. ¡Hasta cuatro días han tardado en recuperar alguna de estas líneas tras el paso de Fabien!

Por eso resulta increíble pensar que a estas alturas no hayamos aprendido que no puede haber árboles cerca de los cables, sean de luz o de teléfono. Y lo peor es que muchas veces somos los particulares los que nos negamos a talar un par de eucaliptos o de robles, los mismos que después ponemos el grito en el cielo porque nos dejan cuatro días sin electricidad. Aunque aquí la Administración apenas tiene responsabilidad, sí podía hacer un poco de pedagogía por las parroquias para evitar que, año tras año, se repita este problema.

Seguridad vial

En el caso de las carreteras sí hay que exigir responsabilidades a las administraciones. La mayoría de heridos durante el paso de Elsa y Fabien fueron conductores que tuvieron incidentes con árboles o ramas caídas. Aquí hay una ley clara y específica: no puede haber árboles en las cunetas. Existen unas distancias de seguridad mínimas (que pueden ser cuestionables o no) que hay que cumplir, pero que nadie se preocupa de ellas. Medio Rural calculaba hasta 290 hectáreas arboladas en Galicia en situación ilegal junto a la red viaria. Los gallegos nos concienciamos un poco sobre este problema durante las grandes oleadas de incendios, especialmente la de 2017, pero cada vez que hay un temporal medianamente fuerte nos vuelve a sacar los colores. Ningún coche se quedaría atrapado en una carretera por el fuego y ninguno chocaría contra un árbol durante una borrasca si las plantaciones estuvieran suficientemente alejadas de al red viaria. Admito la dificultad de controlar hasta cada pista rural, pero no es aceptable que haya accidentes por esta causa en autopistas, autovías o carreteras nacionales. Y los hay. Todos tenemos clara la solución. Otra cosa es que los alcaldes no quieran perder votos arrancando plantaciones de sus vecinos y hagan la vista gorda. Pero después, como ocurre con los cortes de luz, llegan los lamentos.

Inundaciones

La última lección que nos dejó este otoño lluvioso tiene que ver con las inundaciones. Hay que recordar que, si bien tuvimos un 2019 húmedo en su recta final, no fue ni mucho menos un año récord de pluviosidad. Sin embargo, hubo problemas con el agua.

Lo primero que tenemos que aprender al respecto es que el urbanismo debe replantearse y que los tiempos de barra libre donde se secaban y desviaban cauces para levantar edificios se acabaron. El agua tiene memoria y siempre regresa. ¡Que se lo pregunten a los vecinos de A Limia! Aunque el franquismo desecó la laguna de Antela, la que en su día era la mayor de España, cada año lluvioso emerge de nuevo, arruinando las cosechas. Y lo segundo que debemos tener en cuenta es que la prohibición de cortar árboles al lado de los ríos es un error de bulto. La nueva ley de pesca continental de la Xunta pretende agilizar la burocracia para que se puedan clarear las riberas, como se hacía antaño, porque los cauces están tan sucios y llenos de maleza y arboleda que el agua, en cuanto llueve un poco, no tiene sitio y se descontrola, provocando inundaciones importantes.

Una vez más, con pequeños esfuerzos legislativos y un poco de pedagogía, se resolvería parte del problema. Ojalá en 2020 no haya que volver a escribir sobre esto, porque significaría que vamos en el buen camino. Hasta entonces, feliz año.