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Templos fabricados de cine

Me ocurrió el otro día. Dije Casablanca delante de un grupo de jóvenes, de edades comprendidas entre quince y dieciocho, y todos pensaron que era un bar. Los que llegaron más lejos, que era un pub donde pinchaban música distinta. Intenté explicarme: un clásico del cine, dije. Con Humphrey Bogart e Ingrid Bergman, dije. ¿Con quién?, preguntaron ellos. Lo de "siempre nos quedará París", insistí. Bueno, fue evidente que no sabían de qué estaba hablando. Entonces me entró la curiosidad y averigüé cosas. Lo clásico, en general, es lo que llaman mítico, y eso para ellos es algo como Harry Potter, El señor de los anillos o Los juegos del hambre. A una parte le gustaba también el género de terror, películas gloriosas, o eso me pareció, por su entusiasmo. Algunos preferían las de risa, como Jackass, dijeron, que es para partirse. Después de eso, la conversación se fue apagando y no quedó nada más que decir.

El cine ha pasado a ser la columna estriada y el capitel con volutas de nuestro templo de la memoria. Nadie va allí a adorar a sus dioses más que nosotros, los nostálgicos, los fuera de tiempo. Nadie, más que nosotros, se planta allí para apoyarse en esos pilares y dejar que la vida proyectada, en sus múltiples formas, se clave en nuestra retina, y de ahí, baje y suba, se despliegue por músculos, huesos, piel y cerebro. La generación perdida somos nosotros porque la sangre que fluye por nuestras venas es sangre de celuloide. Y ahora discurren otros elementos por el interior adolescente que, quizá, convendría pensar. 
Sobre todo por el futuro.

Sobre todo por el futuro, hay catedrales, sinagogas, mezquitas y edificios sagrados esparcidos por el mundo hechos de cine

Los dioses en la actualidad —si es que hay alguno— son tan efímeros como los coches conducidos  por individuos anónimos que pasan, un buen día, delante de una ventana y jamás regresan a la mirada que los vio. Así, es evidente, no hay quien se ponga a adorar nada, que no da tiempo. Y la devoción requiere de sus lapsos, sus espacios, sus ritmos. Cada rezo tiene un coro referencial que necesita sonar al mismo tiempo porque el sentido es ese, está ahí, con todo. La cultura se sabe los caminos para atraparte pero no se manifiesta si tú no buscas. Sería como ir contra ella misma si nos lo pusiera tan fácil. Ahora bien: cómo construirte un templo —para no estar sola, para no rendirte, para no perder, para no caer, para no levantar muros, para no creerlo todo, sin más y sin preguntas—, si no hay columnas. 

Poner a los jóvenes al principio de las sendas puede que sea un trabajo de todos. Ir a las canteras y picar piedra es tarea social. Para erigir pilares, armar estructuras, esculpir frontones y poner, en ello, el alma de artista de cada uno, hay, primeramente, que desfilar al yacimiento y sudar un poco. Formar una hilera disciplinada de ciudadanos comprometidos con sus templos. Sobre todo, lo digo, por el futuro.

Recuerdo ¡Qué verde era mi valle!, la película y la sensación. Entonces supe que el cine significaba algo o mostraba algo o decía algo que servía para algo. Entonces levanté un templo a John Ford. El algo se fue definiendo después. Recuerdo Las noches de Cabiria y entonces fui a mi templo a adorar a una diosa —Cabiria— y a una actriz —Giuletta Masina— y a un semidios, Fellini, que supo contar la ternura en una película inigualable. Digo semi, porque para dios, Visconti, con Rocco y sus hermanos, con Muerte en Venecia. Aprendí a perder y a ganar y a reir y a querer con películas. Con Lubitsch y Preminger y Wilder y Wyler y el cine mudo y el ruso y el alemán y el francés. Aprendí a pensar y a argumentar y a contar y criticar con películas. Me hice mis columnas jónicas porque, ya de elegir, me parecen las más elegantes. Me fabriqué mis templos griegos en pantalla grande rodeada de butacas en cines de todas partes, con gente a mi lado, imagino, como yo. Haciendo lo mismo que yo. Solidaridad cinéfila. Que es como decir la misma religión.

Sobre todo por el futuro, hay catedrales, sinagogas, mezquitas y edificios sagrados esparcidos por el mundo hechos de cine. Hechos de cultura. Con pilares de piedra clásica. Que no deberíamos dejar caer nunca. 

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