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Tacones altos

Quizá no existen las cosas ordinarias, que se agotan en sí mismas, y por eso observas unos tacones altos y al cabo te preguntas qué significan. ¿Son buenos o malos? ¿Son feministas o antifeministas? ¿Transmiten autoridad? ¿Tal vez subordinación? ¿Confianza? ¿Opresión? ¿Sexualidad? ¿Profesionalismo?
 

Tacones altos
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La periodista californiana Summer Brennan lo hace a lo largo de casi doscientas páginas en High heels (Bloomsbury), ensayo en el que recupera a Daphne, a la sirena de Hans Christen Andersen, a la Dorothy de El mago de Oz, a la Carrie Bradshaw de Sexo en Nueva York adicta a los Manolo Blahniks, a algunas mujeres con pies castigados como Cenicienta, e incluso a Sylvia Plath, quien un día se cansó de ese "zapato negro / en el que he vivido como un pie".

High Heels es un retrato del más moderno de los zapatos de mujer, "zapatos que son míticos y reales, que hieren o excitan, que cojean o tienen ganas de volar". Representan a la vez el dolor, el placer, los sueños, el deseo, la sangre, la belleza, el poder. El libro instruye, turba, entretiene y deprime, a la vez que la sociedad fetichiza, celebra y demoniza el tacón alto y a las mujeres que lo usan.

No hay una respuesta definitiva a la controversia que, cada poco tiempo, suscitan los tacones altos. Mientras unos grupos los censuran como opresivos, patriarcales o elitistas, otros defienden su uso en nombre de la feminidad, la elección personal o el empoderamiento. Brennan husmea en su historia desde su aparición en los pies de los hombres de caballería persas del siglo XVI, antes de seducir a los ejércitos europeos y las cortes reales, donde tanto hombres como mujeres los usaron a lo largo del siglo XVIII. "Después de que María Antonieta fuera guillotinada en un par de tacones altos, el estilo pasó de moda". Los zapatos se aplanaron. En el siglo XX, sin embargo, los tacones regresaron y a medida que las mujeres ganaron más libertad empezaron a ser considerados exclusivamente como zapatos de mujer. También se hicieron más altos, más delgados e, inevitablemente, se volvió más difícil y perjudicial para la salud caminar sobre ellos.

En los últimos cuarenta años se consideraron parte vital de la vestimenta profesional de las mujeres porque "el mero hecho de tener un trabajo y buscar el éxito y el poder era visto como algo inherentemente masculino". Los tacones altos eran un contrapunto necesario "a la noción masculina de ambición, y un deseo de controlar su propio destino financiero". Brennan sostiene que, en vez de transformar los lugares de trabajo para dar la bienvenida a las mujeres, las distintas sociedades se han ocupado sistemáticamente de "transformarlas para que encajen en un espacio que no se construyó para ellas". Artículos de revistas y publicidad aún se centran en lo que las mujeres deben hacer, decir, vestir y comprar para ser dignas de respeto profesional. Incluso términos como empoderamiento ponen el énfasis en que las mujeres necesiten encontrarse, hacer o convertirse en algo, en lugar de favorecer la reforma de un sistema que habitualmente las perjudica.

Mientras unas mujeres usan tacones altos por autoexpresión o gusto, otras se ven obligadas por los estándares de la industria, e incluso porque sus jefes dicen que tienen que hacerlo. Al final, "lo que limita, empobrece, explota, esclaviza, oprime, enferma, sangra, viola y mata a las mujeres no son generalmente la ropa o el calzado, sino las leyes y las normas sociales", los prejuicios, la misoginia, las corporaciones depredadoras y las leyes laborales injustas, las políticas de trabajo y contratación discriminatorias, la falta de protección legal contra la violencia en el lugar de trabajo, el hogar y la calle, el sexismo médico, el sexismo religioso o la burocracia armada, afirma. Así que si se pregunta a Brennan si los tacones son feministas o antifeministas, o si comunican autoridad, independencia, opresión, libertad o frivolidad, su respuesta "es sí a todo".

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