San Froilán no es santo para plagas

Hace ahora un siglo, las fiestas de San Froilán se vieron interrumpidas por una epidemia de la llamada gripe española que dejó en Lugo cientos de muertos. Años antes, en 1884, otra epidemia, la del cólera, hizo tambalear los festejos hasta el último momento. Está claro que San Froilán no es, precisamente, un santo que ahuyente plagas. 

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photo_camera Anuncio de Anís del Mono, un remedio utilizado para la epidemia de cólera de finales del siglo XIX. EP

La intrahistoria de Lugo demuestra que su patrón no las tiene todas consigo cuando se trata de ahuyentar epidemias. El cólera estuvo a punto de dejar a los lucenses sin fiestas en 1884, cosa que la gripe española sí consiguió varios años después, en 1918.

Todo hacía pensar solo un mes antes que el San Froilán de 1884 no tendría carreras, certamen de cometas, cucañas al carbón y  luminarias. La epidemia de cólera, que incidía fuertemente en Levante, hacía temer a las autoridades que la enfermedad se extendiese por Lugo, por lo que en septiembre el Concello planeaba suspender las fiestas, presupuestadas en 10.000 reales.

Esta idea fue cuajando hasta el punto de que el Diario de Lugo publicaba el 16 de septiembre de 1884 la noticia de la suspensión de las fiestas por el cólera morbo que afectaba duramente a la ciudad italiana de Nápoles. «Debemos pensar en la epidemia solamente y dedicarnos a rezar pues solo de este modo podremos preservarnos del contagio». 

También la Hoja Literaria, publicada por este periódico los domingos, daba por buena la suspensión alegando que «no es prudente divertirse mientras en Alicante mueran españoles con diarrea y vómitos».

El temor al cólera movió la feria de ganado de sitio pasando de la actual Praza da Constitución a Montirón. Sin embargo, finalmente, la ciudad se preparaba para las fiestas fijando los mástiles de los gallardetes y decorando la fachada del Ayuntamiento.

El Diario de Lugo resumía así el cambio de decisión municipal, ya en vísperas del 5 de octubre: «Ayer, ante el peligro del cólera que reinaba en Nápoles suspendían los festejos; hoy, como la epidemia ha desaparecido, quieren que te diviertas».

Gripe
No ocurrió lo mismo en 1918. Ese año fue al revés. Comenzaron celebrándose las fiestas y terminaron por suspenderse ante la avalancha de fallecimientos producidos por la epidemia de la llamada gripe española o mal de Nápoles que afectaba, según informaba entonces El Progreso, a tres cuartas partes de la población lucense. Lugo era una ciudad donde diariamente las campanas de las iglesias tocaban a muerto.

El 9 de octubre de 1918, las fiestas de San Froilán se interrumpieron bruscamente. El gobernador civil, Enrique Alberola, dio la orden de demoler las casetas del ferial incluidas las del pulpo que, por entonces, se instalaban en A Mosqueira. Días más tarde, la gripe también obligaría a suspender las fiestas de As San Lucas en Mondoñedo.

Las pulpeiras, descontentas con la demolición de las casetas antes de tiempo, se manifestaron y acudieron a El Progreso porque el gobernador civil culpaba a este periódico de su decisión.

Además de la interrupción del San Froilán, la gripe motivó el retraso en el inicio de las clases en las escuelas, cerradas para evitar la propagación. También se cerró el cementerio de San Froilán en Todos los Santos y se prohibió el uso de cintas en las carrozas fúnebres.

La vida cotidiana transcurría en Lugo sin paseos por el Cantón (los músicos de la banda estaban con gripe) y sin funciones teatrales ni ‘soirées’ en sociedades recreativas a fin de evitar todo tipo de reuniones de gente. 
La epidemia se declaró en Lugo, Vilalba (con 1.500 «atacados» y 25 muertos) y Begonte. También resultaron afectadas Viveiro, Cospeito, Monforte, Mondoñedo y Ribadeo (más de 700 enfermos). 

En el Ayuntamiento de Lugo, se estableció una oficina para socorro a los enfermos pobres, donde se les proporcionaba medicamentos y leche, único alimento recomendado por los médicos. Para surtir de leche a los enfermos, la Alcaldía contrató a lecherías de fuera de Lugo para que suministrasen diariamente 70 litros.

Por otra parte, el Gobierno publicó dos reales órdenes  instando a que desinfectasen los trenes y a que se prohibiese la importación de «trapos».
Además, se recomendaba desinfectar la nariz, la boca y la garganta con biclorol y oleumnol. Remedios todos ellos más difíciles de saborear que el Anís del Mono que, años antes, había cogido la fama de haber evitado que los vecinos de un pueblo catalán llamado Monóvar —de ahí lo del mono— hubiesen contraído el cólera.

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