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Regreso a lo esencial

La felicidad no implica logros recompensados por el resto de la sociedad

SEÑOR DIRECTOR:
La necesidad lleva a aprovechar las sobras del cocido. Así surge la ropa vieja como receta y plato en Castilla o como herencia de la cocina sefardí en otras zonas. La sobras de la comida no se tiran, se aprovechan. Pudiéramos andar ahora mismo en esas. O preparándonos. Este recurso a la comida me lo permitirá usted como concesión a un viejo coleccionista de libros gastronómicos, para situarnos así gráficamente en la actualidad, cuando llega a su fin, por mandato de la naturaleza, la filosofía de la 'codicia es buena', que se impuso en la década de los ochenta del pasado siglo. La versión para la hasta entonces austera España la conocimos como 'cultura del pelotazo'. "El que no se hace rico es tonto", dijo un ilustre ministro de Economía, en una concepción y pervertida práctica de la socialdemocracia, que adoró el becerro de oro. De aquellos polvos hay lodos y aguas agitadas todavía en la política española.


Descomposición y nostalgia

Intentaré por otra vía situarnos también visualmente en esta actualidad de zozobra. Catherine Wilson ('Cómo ser epicúreo'. Ariel) trae al presente a Lucrecio. Nos advirtió este de que no solo nuestras vidas "sino todos los logros de la civilización pueden perderse en cuestión de horas, días o semanas a causa de diminutas entidades microscópicas". Nos suena. De fondo estaba la peste que asoló Atenas durante varios años. Se iba y reaparecía. También nos empieza a resultar experiencia conocida. En Lucrecio, con imágenes de podredumbre y descomposición, tomadas de Tucídides, esa peste es 'la metáfora del Estado enfermo', habitual en la filosofía política. Hay quien diagnostica aquí y ahora que el modelo de crecimiento económico y hasta de sociedad en el que estábamos situados hace agua por la presencia activa de un miembro de la extensa familia de los coronavirus y sus efectos devastadores sobre la economía. Es la advertencia que viene de la antigüedad clásica y habíamos olvidado.

Un integrante de la familia de los coronavirus quiebra la visión entusiástica del progreso y las capacidades del hombre

El escritor austríaco Stefan Zweig, para analizar la aparición de 'El malestar en la cultura', de Freud, enumera previamente de forma brillante y entusiástica los grandes logros de la humanidad en el primer tercio del pasado siglo. En resumen, el "hombre, ese bípedo implume, ha sometido la naturaleza a su voluntad". Sin embargo, "experimentamos un malestar, una misteriosa nostalgia que nos hace volver los ojos hacia el pasado", hacia una época primitiva. Dejemos para los expertos las interpretaciones de Freud sobre el malestar en todas las culturas. Pero, en una visión de periodistas, que procuramos estar atentos a la actualidad, podríamos coincidir usted y yo en que andamos ahora mismo en uno de esos viajes de los ojos hacia el pasado. Algunos incluso pintan, como correspondería a un pensamiento mitológico, ese pasado, al que regresamos por imposición de la necesidad, como una Arcadia en la que reina la paz y la felicidad. De ahí que para quienes así piensan no hay mal que por bien no venga.

Si unos asisten alarmados a las negras consecuencias para la economía y el empleo por la ausencia de turismo en España, otros ven un lado bueno a esta nueva realidad. Apuntan ya al fin del turismo de masas, que, no solo nostálgicos del pasado y ecologistas con convicciones, entienden como insostenible. El futuro dirá si se cumple esta como otras muchas profecías que se formulan, diríamos que precipitadamente, desde que hizo su presencia el virus en modo de pandemia.


Belleza y felicidad

Nos obligarán a regresar a la ropa vieja los efectos del coronavirus y otras patologías previas que ya estaban incrustadas en la economía española, de las que se ignoró o silenció su diagnóstico. Incluso no se les aplicó tratamiento alguno. Si usted prefiere lo vemos de esta otra forma. Se multiplicará la afición, que aseguran está en expansión, por la lectura de la experiencia estoica, que nos invita a reconciliarnos con las inevitables pérdidas que trae consigo la vida. Y en términos epicúreos, como aconseja Catherine Wilson, experimentaremos que las actividades más satisfactorias de la vida son aquellas que sustituyen ignorancia por conocimiento y las que traen orden y belleza al mundo. La felicidad, sigo con la filósofa de York, no implica aspirar a logros válidos y recompensados por el resto de la sociedad ni para tener una vida plena necesita ocupar la portada de la revista Time, como personaje del año. Esas tertulias en el jardín en las noches de verano o la lectura mañanera del periódico con un café en una terraza pueden ser plenitud, con una serenidad que no se logra en la opulencia y en los excesos de nuevo rico. En el Jardín de Epicuro la amistad entre iguales, la búsqueda del conocimiento y los placeres moderados formaban la vida cotidiana. Fuera quedaban la codicia y las ansias de poder.

No será cuestión, en un movimiento pendular más, de regresar a aquel discurso ideológico de cristiana resignación ante la pobreza que predicaba el cura de mi pueblo a los parroquianos que carecía de casi todo. La compensación a sus estrecheces estaba en el más allá. Así, claro, la muerte se ve como una liberación. Aquellas homilías eran como una clase práctica de la sociología de Max Weber sobre la oposición o resistencia de la tradicional posición católica alejada del proletariado y el capitalismo ilustrado.


Ropa para durar

Algo está ciertamente cambiando cuando marcas textiles, emblemáticas en la moda gallega, fijan su estrategia de márketing y publicidad en un consumo sostenible. Anuncian ropa para durar, para usar más allá de una corta temporada de moda, un comprar para usar y tirar que marca la economía de la obsolescencia. Ese sistema que el propio papa Francisco criticó en su novedosa encíclica 'Laudato si'; novedosa para el tradicional discurso de la doctrina vaticana. Francisco nos alertó frente al consumismo que define y sostiene este modelo económico y nos recordó la obligación que nos toca a todos frente a la degradación medioambiental y el cambio climático. A lo mejor por estas posiciones no cae bien este papa en algunos medios.

Permítame usted un apunte final con estoicos y epicúreos, y también con 'Laudato si' frente a resignación. En un verano sin movimiento de masas, sirvan como lectura a la sombra de una higuera o como materia para tertulia de atardeceres en los que, en el dominio del silencio en el entorno, llega el sonido de una campana lejana que anuncia el anochecer.

De usted, s.s.s.

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