Opinión

Rafael y el tío Toni

LA DESESPERACIÓN acumulada durante todo el partido llevó a Wawrinka a realizar un golpe ridículo, una volea de revés a mitad de pista que ni llegó a la red, se estrelló antes de tiempo como si la bola se hubiese pinchado en pleno vuelo. Nadal cayó de espaldas por décima vez en la arcilla de Roland Garros y millones de personas pidieron perdón al balear de rodillas por haber dudado de él, por haber perdido la fe, por aquella conversación de bar en la que, con el rostro serio, habían asegurado que Rafa estaba acabado.

Seamos sinceros. Desde hace tiempo no contábamos con empezar el mes de junio con la foto de Nadal mordisqueando la Copa de los Mosqueteros. Por aquí, cuando se da a alguien por acabado, es que está acabado. Esta es tierra de toreros, de talentos que emergen desde un pueblo con un campanario y un riachuelo para maravillar al mundo durante un tiempo antes de empezar una inevitable cuesta abajo hacia la lástima. Pero es que Nadal tiene poco de torero. Lo suyo es más cuestión de trabajo, de una vida entera sudando en las pistas junto a su tío Toni, el culpable de que el talento de Rafa parezca eterno.

Toni Nadal tiene una máxima que, a medida que se escucha, va esculpiendo la figura de su sobrino. «La verdadera satisfacción llega cuando detrás del éxito hay mucho trabajo; prefiero ése al que llega por inercia, por puro talento». Tras los fuegos artificiales que acompañan la carrera de Rafa hay mucho pico y pala. En una conferencia reciente, su tío reconoció que en ocasiones se pregunta si no ha sido demasiado duro como entrenador. Nunca se sabrá, pero lo que parece seguro es que el alumno acepta las reglas. Con 31 años y 15 títulos de Grand Slam en la mochila, Rafa Nadal pasa la red de barrido por la pista al acabar cada entrenamiento porque su tío le explicó, cuando era un niño, que la cancha se deja como estaba antes de empezar. Si a alguien se le ocurre otra muestra de respeto más clarificadora, que la suelte.

Yo también soy de los que no hace mucho daban por terminada la era Nadal. Hasta que un día escuché a su tío decir que estaba seguro de que Rafael iba a ganar otra vez en París. Y recuperé la fe. ¿Se han fijado que siempre dice Rafael? Es el único que no se refiere a él como Rafa. Ese detalle me llama mucho la atención desde hace mucho tiempo. Me imagino a un niño de tres años con una raqueta más grande que él en la mano y al otro lado de la pista un señor llamándole ‘Rafael’. Quién sabe... tal vez ése fue el primer paso hacia el décimo título en la tierra de Roland Garros.

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