Opinión

Querernos a poquitos

EL LUGO QUE ME adoptó no se quería. A lo mejor tampoco a mí, lo que no sería reprochable, pero desde luego no a sí mismo. Igual fue por eso que me adoptó, porque creía que no había mucho más que perder. A veces incluso parecía que se odiaba, con uno de esos odios íntimos y enfermizos que nacen del desprecio por uno mismo y del complejo de inferioridad, con una inexplicable tendencia a la autolesión.

Desde entonces han pasado muchos años, demasiados para mi gusto, y varios Lugos. En este tiempo, la ciudad fue aprendiendo a quererse, a poquitos, a veces hasta a empujones, como por obligación, pero a quererse. Las heridas dolían más y curaban peor, así que mejor tratar de evitarlas, o al menos dejar hacérselas uno mismo. Fue mérito de muchos, de casi todos, y todo ayudaba: una universidad en forma, una peatonalización que sacó lustre a un joya histórica, rehabilitaciones, el respeto al patrimonio arqueológico, el reconocimiento mundial a la muralla, la apertura del cinturón verde, los hosteleros y comerciantes renovando sus negocios, el Arde Lucus, arreglos en barrios y parroquias, un nuevo hospital...

Fueron muchos años en los que parecía que todos queríamos remar en la misma dirección, hacia delante, y en los que los lucenses parecíamos orgullosos de serlo. Sin excesos ni algarabías, tampoco somos gente de entusiasmo natural, pero sí lo suficiente como para sacar pecho por ahí adelante. Había razones.

Creo que nadie puede negar ese impulso, como si todos participáramos de un modo u otro, cada uno según sus posibilidades, en un proyecto común de ciudad. Quizás no demasiado ambicioso ni definido visto desde fuera, pero suficiente vivido desde dentro: había ansia de mejorar, de dejar atrás los días de niebla y grises y redescubrir el maravilloso efecto de la luz sobre nuestras piedras.

Un odio íntimo que nace del desprecio por uno mismo


Tengo desde hace tiempo, sin embargo, la sensación de que ese efecto, esa ilusión común, se ha perdido. Quizás porque una vez que nos acercamos a ese modelo de ciudad, que era sencillamente mejor, fuimos dejándonos llevar, tal vez autocomplacientes, como si nos hubiéramos quedado sin metas. Y Lugo ha ido a peor.

Se aproximan ahora unas elecciones municipales, veo las opciones y los programas, y sigo echando en falta aquello: alguien que nos proponga un modelo de futuro, otro proyecto común, otra dirección en la que poder remar todos, más o menos rápido, pero remar.

De entrada, creo que son unas de las elecciones locales menos locales que recuerdo. Buena parte de las propuestas parecen fiadas a la estrella emergente del líder nacional de turno que ampara las siglas. O a reclamaciones y luchas que no se dirimen en estos comicios, como los servicios del Hula o la llegada del Ave. Los pocos que están absolutamente volcados en propuestas por y para la ciudad lo hacen convirtiendo la necesidad en virtud, como el PP, para intentar desvincularse todo lo posible de sus ‘gobiernos amigos’.

Y aún en el caso de las propuestas centradas en la ciudad, estas no dejan de parecer más un conjunto de ocurrencias, una selección de pequeñas necesidades presentadas como grandes retos, que un modelo de futuro en sí. Me temo, además, que los programas que nos van a presentar van a ser en sus líneas principales muy coincidentes, si nos hemos de creer lo que todos los grupos políticos nos han dicho hasta el momento de su elaboración: todos, sin excepción, dicen haberse reunido con las distintas asociaciones vecinales, culturales y económicas para incluir las reclamaciones de estas en sus programas; dado que, como es razonable, los problemas de un barrio o de un sector no varían por el hecho de estar sentados a la mesa con unos o con otros, los programas han de ser necesariamente coincidentes en su gran parte. Si no es así, nos han mentido: o no han preguntado a quienes decían, o no les han escuchado.

Sigo echando en falta, en cualquier caso, propuestas ambiciosas, una meta que dé sentido de ciudad y de comunidad a todas esas pequeñas inversiones que, indudablemente, es necesario hacer. ¿Cómo evitar que nuestros hijos tengan que emigrar? ¿Dónde merece la pena invertir la parte gruesa del presupuesto? ¿De qué queremos vivir en el futuro, del turismo, de la industria, del campo, del aire? ¿Hasta cuándo seguiremos queriéndonos?

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