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Pronóstico reservado

Nadie alcanza a estimar el duro impacto que tendrá la crisis del coronavirus en la economía
Centro de PSA, en Vigo.AEP
photo_camera Centro de PSA, en Vigo.AEP

UNA ECONOMÍA de mercado, aparentemente sólida, abierta y que había dejado atrás una dura crisis de diez años, camina con paso firme y decidido hacia el colapso. Lo hace a un ritmo de vértigo, el que marca la expansión del coronavirus. El cortísimo plazo se impone, por mucho que cueste creer ahora que la sacudida llegue a afectar a una parte sustancial de la población, con víctimas mortales que se cuenten por miles. España, como Galicia, se mira en el espejo de Italia y todavía no se reconoce, pero se barrunta ya el pico más alto del covid-19 para la primera quincena de abril. Este es el escenario, por el que el miedo transita con total libertad. Y a una velocidad endiablada.

El recurso fácil define a un economista como aquel que sabrá mañana por qué las cosas que predijo ayer no sucedieron hoy. Es un clásico. Sin embargo, esta vez el chiste es de imposible aplicación. Nadie es capaz de prever el alcance del impacto de la crisis del coronavirus en la economía española, y mucho menos la gallega. Resulta inútil, en esta ocasión, consultar a un gurú. Solo contamos con un vaga idea para apuntalar un negro denominador común: se da por hecho que España entrará en recesión en el segundo trimestre, después de que las previsiones de crecimiento ya hubieran sido recortadas para este año. Y es que esta vez todo es distinto. Y no hay precedentes.

Para empezar, la esencia de esta crisis no está en la demanda sino en la oferta. No es necesario más dinero para consumir o invertir, como sucedió durante los diez años de crisis pasados, sino que ahora lo que se precisa son nuevas condiciones para seguir trabajando, creando valor, es decir, políticas de oferta. De ahí que los expedientes temporales de regulación de empleo estén sobre la mesa de muchas empresas desde el primer momento. Y debido a ello también es el esfuerzo por mejorar condiciones, por ejemplo, fiscales, de muchas compañías.

El impacto, además, viene a ser múltiple: sobre la producción, el consumo y los dichosos mercados. Se han roto las cadenas fabriles, no solo en España, sino en un mercado global que abastece también a las empresas españolas y gallegas, y se contraen los suministros. El miedo hace el resto y los lineales de los supermercados comienzan a estar vacíos, no por falta de productos en sí, de momento, sino debido a problemas de distribución y encaje logístico, por la fuerte y súbita demanda.

Esta es una crisis sanitaria, no hay que olvidarlo. Pero antes ha llegado el golpe económico, de imposible cálculo por ahora. Todo ello rodeado de unas circunstancias que son tan adversas como desconocidas. No es solamente la salud. Es el bienestar. La declaración del estado de alarma responde a toda esta serie de factores. A falta de cualquier estimación por llegar, es la propia Bolsa el indicador que puede situarnos, pese a su hipersensibilidad y al oportunismo de los inversores bajistas, que apuestan a caídas con operaciones intradía y sacan partido. El retroceso del jueves, el mayor de la historia en España, más de un 14%, es muy superior a los marcados en otros momentos críticos recientes. Por ejemplo, cuando se activó el Brexit (un descenso del 12,3% en una sola jornada) o en los peores momentos de la crisis financiera, con caídas que en cualquier caso no superaron el 10% en una sola jornada.

Nos engañamos si pensamos que el teletrabajo lo solucionará todo. Desde casa no se producen coches. Tampoco se construyen barcos. Ni las vacas dan leche solas. Es un cambio absoluto de paradigma el que nos ofrecen estos momentos. Esta crisis es diferente y su solución también deberá serlo.

Desde luego, demonizar la globalización, por mal rumbo que lleve, supone elegir el camino directo a una mayor pobreza. El coronavirus no atiende a fronteras, como tampoco los mercados de capitales, por desigual que sea la distribución de la riqueza que generan.

Cuando se decretó el único estado de alarma hasta el de hoy, con la crisis de los controladores aéreos, el gran temor oculto del Gobierno de Rodríguez Zapatero estaba en los puertos, no en los aeropuertos. Eran los estibadores, si tomaban una decisión similar de huelga, quienes podía paralizar el país. Una lección de la historia reciente.

Solo un aliado está por llegar para que la batalla frente al coronavirus no deje demasiadas víctimas a su paso: el tiempo. Este colapso tiene que acabar cuanto antes.
 

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