Un pasajero del tren accidentado en La Hiniesta: "Hubo ataques de ansiedad"

Alberto Gálvez admite que se asustó al ver la locomotora "volcada". Fue inevitable pensar en el terrible accidente de Angrois de 2013
Efectivos de Emergencias y pasajeros en el lugar del accidente. EFE
photo_camera Efectivos de Emergencias y pasajeros en el lugar del accidente. EFE

"Había gente que salía nerviosísima. Hubo ataques de ansiedad". Alberto Gálvez tiene hoy 27 años. Recién estrenada esa década vital, vio por televisión el descarrilamiento de un Alvia en Angrois, en la víspera del Día de Galicia. Aquel terrible episodio del 24 de julio de 2013 regresó con toda su crudeza y decibelios a su mente. Y, en los primeros instantes, eso mismo les ocurrió a muchos otros. 

Esta vez, este joven de Zaragoza, con pareja en Compostela (Nora), no estaba ante una pantalla. Él iba en el tren que realizaba la ruta Ferrol-Madrid y que sufrió un trágico percance en la zona de La Hiniesta, en Zamora, al precipitarse desde un paso elevado un vehículo todoterreno contra el que impactó la locomotora de ese convoy. 

Técnicos de la Comisión de Investigación de Accidentes Ferroviarios y de la Policía Judicial de la Guardia Civil han inspeccionado este miércoles la zona de la vía que este pasajero jamás olvidará. Topetazo, servicios de emergencia, gritos, llanto, heridos (siete) y muertes (dos). 

"Una pena toda la gente que salió lesionada, el conductor del coche de 89 años, el maquinista de 32". El primero, pereció en el acto. Y el segundo, no recuperó pese a las maniobras de reanimación. Era Álex Pedreira, coruñés, hijo de familia ferroviaria. Estaba en prácticas. Semanas antes de la pandemia había conseguido el traslado a su tierra, desde Portbou, la localidad más septentrional del mar mediterráneo. 

El maquinista titular al que acompañaba quedó, como él, atrapado en la cabina, y está grave. 

Alberto Gálvez iba en los últimos vagones. "Notamos un frenazo gordo", cuenta a Efe, y añade que "el susto fue mayor cuando vimos la máquina volcada. Los más jóvenes ayudamos a la gente mayor, o con dificultades, a salir". 

La alarma inicial quedó mitigada cuando unos y otros comenzaron a ver que la gente sin problemas de movilidad empezaba a salir por su propio pie. "Entonces detectamos que algo en la máquina había tenido que pasar, porque se llevó la peor parte". 

Alberto debió ayudar a decena y media de personas, de las que tenían dificultades, calcula, y colaboró con el transporte de maletas, sobre todo con dos "que pesaban mucho". Con esos portes, recorrió más de un kilómetro. 

Las fuerzas y cuerpos de seguridad, comenta, llegaron "enseguida". Policía Nacional, Local, Guardia Civil, Protección Civil, Bomberos, ambulancias... "Todos se portaron con muchísima humanidad. Nos preguntaban ochenta veces si estábamos bien, si echábamos en falta algo o a alguien". 

Alberto no tiene secuelas. Llegó a Madrid, capital en la que reside desde hace tres años, con apenas dos horas y media de retraso. "Eso da muestras de que la actuación fue muy rápida". Al norte se había trasladado esta vez por trabajo, una estadía de cuatro días, permitida pese a las restricciones imperantes por el virus. 

Santiago tiene muy presente la tragedia que acabó con muchas vidas, ochenta, y partió por la mitad otras tantas. 

"No fue lo mismo. Este tren no llegó a volcar. Pero es lógico acordarse de aquello y asustarse", concluye Alberto, que, en su despedida, vuelve a lamentar el saldo mortal, el registrado en 2013 y el de este 2020. 

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