PERFIL

El otro marqués de Bradomín

La ética y la estética de Valle Inclán se reflejan en la figura de Gerardo Pardo de Vera, que comparte parecido con el escritor de A Pobra do Caramiñal, fruto quizá de un lejano parentesco, y cultiva su forma de ver el mundo.
Gerardo Pardo de Vera. SEBAS SENANDE
photo_camera Gerardo Pardo de Vera. SEBAS SENANDE

Desde la adolescencia, Gerardo Pardo de Vera (A Coruña, 1942), sintió una temprana admiración por Ramón María del Valle Inclán. De adolescente tenía tres retratos en su habitación. Uno era el de Federico Martín Bahamontes, dada su gran afición al ciclismo. Otro de Carmen Servilla, una actriz que ya despuntaba en los años 50. Don Gerardo fue siempre "un mullereiro", un admirador de la belleza y la inteligencia de la mujer, que no un mujeriego", aclara. La otra foto era Ramón María del Valle-Inclán, con el que guarda un lejano parentesco. Era primo tercero de su abuelo "y se trataban de parientes". Pardo de Vera atribuye el gran parecido físico entre ambos a "algún gen suelto. Ninguno de los hijos de don Ramón, salvo su hija Beatriz, tenían parecido con él, pero yo sí".

Aunque su árbol genealógico está plagado de blasones —por no hablar de sus hijos brillantes, Isabel Pardo, presidenta de Adif; Ana Pardo, directora corporativa de Público, y Gerardo Pardo, abogado— este noble personaje en la doble acepción de la palabra, comenzó a sentir curiosidad por Valle al escuchar a su padre —notario en Becerreá y Santiago— narrar anécdotas sobre la tertulia del escritor en el madrileño café Regina, a las que acudía de oyente desde una mesa contigua. De ahí nació su interés por la obra del autor y le recomendaron la lectura de Jardín Umbrío, un libro de relatos cortos que se adaptaba a la cultura de un niño.

A esta atracción literaria, que creció con el tiempo, se une la afición de este anciano de luenga y blanca barba por los bastones y las capas. Guarda las de su bisabuelo, su abuelo, la paterna y la propia, esta evocación por las formas, y la aproximación al fondo le convirtieron en el perfecto doble de su ídolo. Cristina Almeida, compañera suya en la Facultad de Derecho de la Complutense, le llamaba Bradomín, en alusión al protagonista de las Sonatas de Valle y considerado por los críticos el alter ego del escritor, como lo es Pardo de Vera en la vida real. No es de extrañar que le llamen para el rodaje de documentales sobre el literato o que el Concello de A Pobra le invitase el año pasado para recrear al personaje en el centenario de una fiesta histórica a la que acudió el literato.

Cristina Almeida, compañera suya en la Facultad de Derecho, le llamaba Bradomín, en alusión al protagonista de las 'Sonatas' de Valle

Pardo de Vera protagonizó una agitada vida universitaria en Madrid, donde dio rienda suelta a sus aficiones musicales como bajo y batería del grupo Los Relámpagos, entre otros, y ejerció de actor en un grupo de teatro universitario. Con este ultimo vivió un sobresalto en la representación de la O incerto señor don Hamlet, príncipe de Dinamarca, de Álvaro Cunqueiro, en el colegio mayor San Juan Evangelista. La policía suspendió la obra, al tratarse de un texto escrito en gallego. Acudía a las tertulias del café Gijón, donde compartía mesa con los poetas Uxío Novoneyra y Carlos Oroza o el pintor Tino Grandío. Entonces salía don Gerardo con una mulata que estuvo con el Che Guevara en Sierra Maestra. "Los estudiantes tenían los pósters del Che en su habitación, pero yo estaba con una guerrillera de Sierra Maestra", dice con ese espíritu socarrón de un hombre que vive a su libre albedrío.

Agotado de su intensa vida en la capital, y tras licenciarse en Derecho, regresó al caserón familiar de Becerreá, con 500 años de historia a sus espaldas y que piensa rehabilitar para transmitirlo a sus herederos. Comparte esta residencia con su estancia en Lugo, donde se asentó en 1971. En A Montaña creó una explotación agraria e impulsó una cooperativa con el fin de abaratar el coste de los piensos. El proyecto, enfocado a reducir el número de intermediarios, fracasó por diferencias entre socios, pero él sigue convencido de que es el camino para del campo gallego.

Aunque siempre fue un verso suelto, Pardo de Vera accedió a entrar en política de la mano de la Coalición Democrática de Manuel Fraga. Como corresponde a un perfecto caballero, actuó movido por su amistad con una dama, la esposa del político vilalbés, Carmen Estévez, a quien conoció años antes en Valladolid, cuando le enviaron una temporada a la ciudad castellana para curar una afección asmática.

"Gerardito, que era como me llamaba al ser una señora que casi podría ser mi madre, tienes que hacer una candidatura en Becerreá", le dijo. Y aceptó el envite, pese a ser el feudo de los Rosón, que apostaron por UCD y dejaron a Fraga en una situación complicada en la provincia. Elaboró una lista con vecinos que inspiraban la confianza popular, pero no esperaba ganar. "Fue una sorpresa. Creo que me otorgaron la mayoría por la confianza que ofrecían los integrantes de mi lista y el buen recuerdo que tenían los vecinos de mi padre, que era un santón al que acudían para hacer todo tipo de consultas. No les cobraba los documentos notariales y los consejos legales a los más necesitados".

Accedió a entrar en política de la mano de la Coalición Democrática de Fraga. La confrontación posterior terminó con su expulsión

SENTAR JURISPRUDENCIA. El entonces alcalde becerrense tenía una peculiar forma de gobernar. Si un edil de la oposición tenía razón se la daba y concluía el debate. No dudó en nombrar concejal de Urbanismo a un edil del BNG que conocía todos los rincones del municipio como la palma de la mano. Su independencia de criterio hizo que no tardase en llegar el conflicto frente a las exigencia de la disciplina de partido. No se plegó a los dictados de Francisco Cacharro. La confrontación terminó con su expulsión de CD y la pérdida de los cargos de regidor y diputado provincial. El destino le unió de nuevo con Cristina Almeida, obligada a dejar el puesto de edil en el Ayuntamiento de Madrid tras ser expulsada del Partido Comunista por su oposición a Carrillo. Ambos reclamaron por la vía judicial.

"El acta pertenece al elegido. Un principio clave en Derecho Político es que solo te puede destituir quien te nombra. A un director general lo designa el Consejo de Ministros. Un alcalde o un concejal le deben su cargo a los electores, que les deben ratificar o cesar en los siguientes comicios", precisa. No aspiraba Pardo de Vera a regresar al cargo y exigía una simbólica peseta de indemnización. La justicia le dio la razón a él y a su excompañera de estudios con una sentencia que sentó jurisprudencia al cubrir un vacío legal.

Junto a la abogacía, lo suyo siempre fueron las letras y la investigación de los archivos familiares, en cuya clasificación ocupa su tiempo. Movido por esta vocación literaria se dedicó a la crónica parlamentaria. Su espíritu crítico y su sarcasmo le llevó a airadas polémicas con Fraga y su delfín Cuiña. Don Manuel no le retiró el saludo, pero a veces aprovechaba la ocasión para zaherir: "Aquí esta don Gerardo, con su capa y con su espada". Sus estocadas dolían. Valleinclanesco hasta las últimas consecuencias, considera que hay dos principios insustituibles: la verdad y la justicia.

Primeros años. Gerardo Pardo de Vera nació en A Coruña, en el verano de 1942, ya que su familia se encontraba de vacaciones en esa ciudad. Aunque vivió en la adolescencia en Santiago, tuvo siempre vínculos en Lugo. Visitaba con frecuencia la ciudad para ver a una tía suya, casada con Ángel Carro, el personaje que da nombre al campo del CD Lugo.

Primeros artículos. Escribió sus primeros artículos en prensa muy joven, en las páginas de La Noche, el periódico dirigido Borobó. Con 14 años vio publicado un artículo suyo al lado de un comentario de Otero Pedrayo, que acudía a la tertulia de la notaría de su padre, al gual que Carlos Maside o Álvaro Cunqueiro. También escribió en El Correo Gallego. Más tarde lo haría en El Progreso, La Voz de Galicia o A Nosa Terra.

Deportista y bailarín. Pardo de Vera no solo siente inclinación por las artes, sino también por el deporte. Fue ciclista aficionado e incluso llegó a competir en persecución en la ciclódromo del pabellón de Goya, en Madrid. Su sentido del ritmo le convirtió en un consumado bailarín.

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