¿Para cuándo la semana sin móvil?

ES INNEGABLE que los teléfonos móviles constituyen un gran avance. Permiten localizarte o que des un aviso cuando es realmente necesario. Pero también generan hábitos y adicciones preocupantes. Todos hablan de la pérdida de capacidades sintácticas y gramaticales, especialmente en los jóvenes, por la peculiar redacción de unos mensajes en los que prima la rapidez y la economía telegráfica. Imaginen ustedes que pasan una semana sin móvil en la que se dedican el mismo tiempo a leer o a escribir cartas que a redactar ‘whatsapp’. Todos sabemos que la mayoría de los mensajes son innecesarios y banales, del mismo modo que somos conscientes de que si no envías un mensaje para quedar con los amigos no estás en el mundo. Sorprende, sin embargo, el tiempo que emplean algunos a esta labor o al envío de chistes.

Esa semana de celulares apagados podría entrenar a sus hijos en algunas prácticas totalmente desaparecidas con la llegada de las calculadoras, omnipresentes en los teléfonos móviles y en los ordenadores. Cuando era un niño competía con uno de mis abuelos para efectuar multiplicaciones y divisiones con números de dos o tres o cifras sin usar lápiz ni papel. Él siempre acababa primero. Su ventaja no radicaba en una gran habilidad en las operaciones numéricas, sino en el atajo para resolver la operación. Era el viejo truco del cálculo mental y la descomposición de los números en centenas, decenas o unidades para hacer más simple la operación.

Esas habilidades caen ya en el olvido, como las viejas costumbres de memorizar los teléfonos, ahora que basta con apuntarlos en la agenda del móvil. ¿Se ven anotando en una servilleta el teléfono de un colega?

Durante esos días alejado de la ‘movilmanía’ puede calcular los minutos que dejará de hablar mientras conduce, pese al riesgo de despiste, sobre todo a la hora de marcar los números. Podrá percatarse de las llamadas absurdas que realiza para avisar que llega a casa en cinco minutos. ¿Cuántas veces nos ponemos a hablar de banalidades como si se tratase de una conversación inaplazable? ¿Cuántas charlas con sus amigos o familiares o plácidas comidas no se verán interrumpidas?

Otros muchos usan el móvil para escuchar música y bailar e incluso para tomar fotografías o vídeos sin que el afectado se percate hasta que las ve colgadas en una red social, patología esta última que está cada vez más extendida.

A medida que van enumerando o desechando sus aplicaciones -agenda, guía, web, juegos, conexión al facebook- nos damos cuenta de que realmente llevamos un ordenador en el bolsillo. Cuando nos ponemos a alabar su inteligencia de tercera generación, no nos percatamos de que incluso sirve para llamar por teléfono.

El móvil se convirtió en un elemento esencial en nuestras vidas, en indicador de integración social. Quien no tiene móvil no está en la onda, ni en nada. Es invisible. Pero para aprender a valorar también lo que nos quita el móvil, no estaría mal evadirse una semana de esa realidad. Sería casi tan beneficioso como dejar de ver la televisión durante el mismo tiempo. Puede servir de higiene mental, aunque suene a retrógrado.

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