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Otras cosas que podemos ser

LA INFORMACIÓN recogida los últimos días por El Progreso, he de decirlo, me llena de esperanza. El hecho de que una jueza pueda estar echando las cartas en sus ratos libres amplía horizontes de maneras insospechadas y abre puertas a los que, como yo, o como ella —en caso de probarse— tenemos otras ambiciones, amplitud de miras, digamos. A mí lo de la bola de cristal (y esto lo comento sin ánimo de ofensa, sino todo lo contrario) nunca me llamó la atención, pero, ay, qué me dicen del circo y de todas sus manifestaciones. Voy a hacerles una confesión, porque la noticia, verdaderamente, me ha dado alas para hablarles de mis anhelos más profundos. Lo he pensado muchas veces. Si ocurriera algo desgraciado que me impidiera ejercer mi profesión, estoy convencida de que podría ganarme la vida en un circo. Lo he pensado bien. Me parece que el personaje adecuado para mí sería el de mujer barbuda. Más que nada porque con lo de las acrobacias probablemente me caería a la primera y ya tendría que despedirme de todo, otra vez. El tema de los animales tampoco lo llevo bien, andar a latigazos para que vayan allí, vengan acá, salten un arito. No. Y luego está el asunto de que les pueda disgustar ese trato y, en un despiste, te arranquen algún miembro, a modo de venganza. A pesar de que sería justo el ataque, no me acabo de ver en ese riesgo. No lo veo en absoluto necesario. Pero lo de la mujer barbuda, sí. Te das unas vueltas por la pista, exhibiendo tu rostro distinto, y listo. Lociones crecepelo siempre habrá en el mercado. Cuestión de elegir la adecuada, darle un nuevo uso, y lanzarse al estrellato.

Lo que jamás se me había ocurrido antes de que saltara esta magnífica noticia es que se podían combinar las dos profesiones. Yo, a la mujer barbuda la tenía siempre como opción b. Si algo falla, reflexionaba yo, si la vida te da un revés, no hay que preocuparse tanto. Hay salida siempre, solamente hay que saber buscar. La originalidad no está de más, tampoco, mejor lo del circo que, pongamos, una gestoría (sin ánimo de ofensa para las gestorías). Y otra cosa a favor de este empleo es que ya no vas a necesitar usar las pinzas nunca más. Pero, hete aquí, que viene la magistrada y nos sorprende muy gratamente con la combinación de ambas ocupaciones. Al menos a mí, que me gusta mi profesión actual, me viene de perlas, porque ahora sé que, al menos de momento, podría intercalar ambas. Y eso es algo así como un sueño cumplido. Tendría que comprobarlo, claro, pero no creo que esté contemplada la incompatibilidad periodista/mujer barbuda. Así que, más o menos, ya lo tengo todo planeado: durante la semana sigo con lo mío, con lo habitual, y los fines de semana, me concentro en lo otro. Una vida ambulante, excitante y repleta de aventuras que podría relatar todos los lunes, de vuelta a la normalidad. Aunque no vamos a caer a estas alturas en el típico prejuicio «lo normal/lo anormal», que ya no es propio, ni es digno. Ejerzo dos trabajos ¿y qué? Solo que uno es diferente.

El único problema, de índole moral, que alcanzo a ver, es que llegue a beneficiarme de las ventajas que supone ser mujer barbuda a tiempo parcial. Quiero decir, que si yo saco provecho de los conocimientos que me aporta mi profesión be para ejercer mi profesión a, no estaría actuando correctamente. Puede que legalmente sí, caso de no estar tipificado el supuesto, pero tendría un problema ético.

No parece tener problemas de ese tipo la jueza del tarot. Claro que no se puede comparar una cosa con la otra porque son —las mías y las suyas— actividades diferentes. Aunque reconozco que estos días pienso mucho y por eso se me ha ocurrido una opción c que es la siguiente: imaginemos que no se me de bien ser mujer barbuda porque, desde fuera, todo parece más fácil de lo que es. Podría aspirar al puesto de la mujer que es propulsada por el cañón. Creo que así no tendría conflictos con nadie, salvo que cayese siempre encima de aquellos que me critican por lo que escribo. Sería únicamente un asunto de corregir la dirección. Noticias así son inspiradoras. 

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