Opinión

Olor a cloaca

PIERDAN TODA esperanza quienes creían que el vicepresidente del Gobierno, Iglesias Turrión, aportaría alguna luz al enredo de la ya famosa tarjeta digital de su excolaboradora de viejos tiempos en el Parlamento Europeo Dina Bousselham.

El líder de Unidas Podemos rompió su silencio sin apearse de sus posiciones. Todo es cosa de las cloacas del Estado, frecuentadas por ciertos periodistas -según él, se entiende-, conjurados contra él, su partido y el Gobierno de coalición.

Se aferra al papel de víctima, en abierta contradicción con las sobrevenidas tesis del juez García Castellón, que le investiga por dos presuntos delitos (revelación de secretos, delito informático), después de haberle retirado la condición de perjudicado en pieza separada del caso Tándem (oscuros manejos empresariales del excomisario Villarejo). Eso sugiere la inquietante sospecha de que tal vez el vicepresidente quiere añadir un esqueje judicial a la trama policial y mediática empeñada en desprestigiarle a base de difamaciones y mentiras manufacturadas.

El problema es que la realidad no acaba de ajustarse, mecachis, a su papel de indefensa víctima de las cloacas del Estado. Y que la gente sigue sin entender la escasa capacidad de encaje de quien no hace mucho tiempo también se ofendía porque la portavoz del PP en el Congreso, Cayetana Álvarez de Toledo, aludía al pasado terrorista de su padre.

Esto es peor. Sus exculpatorias declaraciones del viernes a RNE no desmienten que también él manipula y huele a cloaca. O, en el mejor de los casos, a chismografía nacional alimentada por él mismo al explicar, por ejemplo, que retuvo la tarjeta digital de su colaboradora por un irresistible instinto paternal de protección (la tarjeta contenía imágenes intimas de Dina).

Mejor si se queda en chisme. Será muy difícil porque ya ha implicado al presidente del Gobierno al declarar que le respalda. "Faltaría más", ha dicho Iglesias, dándolo por sentado sin que hasta ahora, salvo error u omisión del columnista, Pedro Sánchez haya dicho nada que signifique arropamiento, apoyo o respaldo incondicional a su vicepresidente segundo.

El caso es que Dina tiene nombre de huracán tropical. Y se puede llevar por delante la brillante carrera política del personaje, cuyo narcisismo ha funcionado de nuevo como recordatorio de las contradicciones que cabalga. "En política no se pide perdón, en política se dimite", decía en mayo de 2014.

Pero sus declaraciones a RNE demuestran que entre la dimisión y el perdón ha elegido el contraataque. Era previsible.

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