Opinión

¿Odio o jarabe?

TAL Y como se suceden los coscorrones, a Pablo Iglesias le está saliendo el tiro por la culata, el sitio menos deseado para que salgan los tiros. Siendo el líder podemita el principal impulsor de los escraches, cuando se acosaba a políticos del PP y a otros que no eran de su ralea, eran "jarabes democráticos"; ahora que los hostigamientos se concentran ante su casoplón de Galapagar, son "incitación al odio". No es que tales incordios, surgidos con la etiqueta de escraches en Argentina en 1995 y coreados en España por primera vez en marzo de 2013, sea la manera más elegante de protestar, por mucho que la Fiscalía diga que importunar a Iglesias carece de consecuencias punibles, que es como autorizarlas, lo cierto es que por los precedentes que, aunque esté mal decirlo, allanan la bronca y el cabreo, como cualquier otro rebote que atañe a políticos que promuevan la maldad, si de molestar a otros se trata, y de rechazarla, si se les vuelve en contra. En ese caso, viene a ser un merecido, aun estando mal visto desde el lado más ortodoxo de la educación y la convivencia, que es el que debe prevalecer. Pero si alguien disfruta provocando, como en el caso de Iglesias, la respuesta adquiere un grado de evasiva. Para que asuma que lo que no quieras para ti, no se lo hagas a otro.

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