Obituario: Carta a un luchador llamado José Luis Galán Rivas

"Te recordaremos siempre, hasta el último soplo de vida 'mi chavalín". Así finalizan las conmovedoras líneas que le dedica su padre tras hacer un recorrido por lo que fue su corta pero intensa vida

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photo_camera José Luis Galán Rivas. EP

Querido Jose, al final me decido a escribirte esta carta para recordarte que fue un privilegio compartir contigo este corto pero intenso camino, de lo que estamos orgullosos como padres.

Naciste en Pontevedra, a los 3 años te trasladaste a Lugo junto a tus padres y hermano, comenzando tus estudios en la Aneja, luego en el Instituto, y al final, Relaciones Laborales. Finalizada la carrera, decidiste hacer oposiciones, sin quejas ni excusas por el trasplante de hígado que te realizaron a los 16 años, consecuencia de tu enfermedad, del que saliste airoso pese a los graves errores en distintos centros. Primero, que estabas en el desarrollo, luego eran gases... Tiempo perdido que precipitó el trasplante que llevarías con discreción el resto de tu vida.

Aprobadas las oposiciones, te fuiste a Móstoles, y luego a Pinto como jefe de área en la oficina de empleo, hasta que por el agravamiento de tu enfermedad ingresaste por tu propio pie en el hospital 12 de Octubre de Madrid, donde estuviste más de dos meses, soportando siete intervenciones entre trasplante y trasplante, algo solo al alcance de un luchador, a las que tú llamabas pequeños ajustes, para no preocuparnos. Con altibajos y muchos problemas, llegaste al segundo trasplante, que desgraciadamente también se complicó.

Esperábamos diariamente los partes de las 12 horas de los que salíamos esperanzados o desolados, día tras día, hasta que nos dicen que te morías: "José Luis se muere", duras palabras difíciles de encajar.

Tuvieron que pasar más de dos meses para al final darnos esta noticia? No había respuesta clara, solo conjeturas. Tanto tiempo, ¿para qué? Para nada. Entrábamos a la Uvi con entereza. Tú mirabas fijo, preocupado por tu salud. Teníamos que estar firmes, no podíamos contestar, dejando que el tiempo se encargara de responder por sí solo.

Diez agónicos días, tú seguías preocupado por el sangrado y preguntabas: "¿Qué dicen los médicos?". Por lo demás, estabas sin dolor y animado, deseando irte a casa para poder comer normal y comprarte un teléfono nuevo. Las noticias se tornaban cada vez más dramáticas, por lo que decidimos llamar a mama, para que viniese de nuevo y así poder despedirse. Mereció la pena, ya que estuvimos hablando los cuatro un buen rato, de la vida, del Instituto, de sus profesores, etc., incluso sonreíamos con las anécdotas que nos contabas como si todo fuese normal. Esa noche quiso quedarse contigo mama, porque al día siguiente se tenía que volver a Lugo. La siguiente noche se quedó tu hermano, parecía la última, ya que respirabas con dificultad. Así, a las dos de la madrugada nos llama para darnos la fatal noticia.

Por la mañana realizamos los difíciles trámites para el velatorio y posterior traslado a Lugo, donde el día 15 de septiembre celebramos el funeral, en la intimidad, con la discreción que a ti te hubiese gustado.

Ahora nos encontramos solos, sin ganas de nada. Nos falta tu presencia, tus visitas, tus llamadas, tu regreso por Navidad. Nos falta tu compañía, la vida, el alma, lo que más queríamos. Aunque siempre permanecerá en nosotros tu recuerdo y el inmenso orgullo y satisfacción de que una persona tan noble y generosa irrumpiera e nuestras vidas para darnos un ejemplo de serenidad, de simpatía, de ternura. Un ejemplo de vida noble y sencillo con el que contribuiste a lograr un mundo mejor y hacer más felices a los que te rodeábamos.

Lejos quedan aquellos viajes llenos de anécdotas, como el Alcázar al que llamabas alcariel, o la Alhambra del cual lo que más te gustó fue el bocadillo. De la operación Abuela, así llamaste a la retirada de su coche, y a la que junto con tu hermano lograsteis embaucar.

Atrás quedan los juegos con tus amigos de Lajosa o los disfraces de carnaval. Disfrutabas de tu niñez y adolescencia junto con tu hermano al que considerabas tu ídolo y llamabas cariñosamente «amigo».

Se borraron también tus proyectos de familia, de estudios, tu puesto de trabajo, tus amigos, tu pareja y el feo de tu perro Luke, del que estabas orgulloso. Así como otras cosas que rellenaron tu corta vida.

Te marchaste en silencio, sin quejarte, dejando tras de ti un reguero de optimismo, de simpatía y de bondad, que solo tu sabías transmitir.

Desde ahí arriba, Jose, protégenos y resérvanos un lugar a tu lado, recibe un beso de amor y cariño y déjalo llegar a lo más profundo de tu espíritu, así recordarás el amor inmenso que te tenemos.

Procuraremos transmitir tu legado a los hijos de tu hermano para que nunca olviden que tuvieron un «tío» que pasó por esta vida con voluntad de hierro en la salud y en la enfermedad, pero que se nos fue demasiado pronto porque lo necesitaban en el cielo.

Jose, hijo mío, las vivencias, los amigos y la familia, son como gomas que se unen poco a poco y van formando un nudo indestructible llamado cariño que perdurará entre nosotros eternamente.

Te recordaremos siempre, hasta el último soplo de vida «mi chavalín».