Más que punto de cruz

La madrileña Cristina Repáraz, ahora vecina de Goá, lleva realizados incontables trabajos de este tipo de bordado, un proceso "laborioso" que, lamenta, "aún no se considera arte"
Cristina Repáraz con algunos de sus trabajos. S.IGLESIA
photo_camera Cristina Repáraz con algunos de sus trabajos. S.IGLESIA

Incontables horas e incontables trabajos en punto de cruz son los que atesora la madrileña Cristina Repáraz, ahora cospeitesa de adopción tras asentarse hace once años con su marido, Bruno Ramos, y sus hijos Arturo y Martín, en la parroquia de Goá.

Desde ahí, "con el mundo para ti en vez de tú para el mundo", continúa dedicándose a una afición que, lamenta, "aún no se considera arte", pese a lo laborioso de este popular bordado. "Si tuviera que venderlos, no habría precio, es demasiado tiempo el que se les echa", afirma Cristina sobre las muchas ilustraciones que lleva plasmadas a golpe de puntada, algunas de ellas con más de un año de trabajo. "Aquí tengo más tiempo que en Madrid, así que hay días que si me pongo puedo pasar más de medio día con el punto de cruz", comenta. 

De los primeros que hizo en modo autodidacta ya casi ni se acuerda, dice, aunque sí sabe decir cuáles son sus favoritos. Los conocidos como samplers, las muestras con las que trabajaban las niñas en el siglo XIX, son "las que me dan más ternura", apunta Cristina, quien luce en las paredes de su cocina una buena muestra de estos modelos. Y si hay unos especiales, esos son los que dedica a su familia, una manera de que sus hijos "sigan conservando mis trabajos en punto de cruz cuando yo ya no esté", bromea esta polifacética artista de la costura. 

Además de punto de cruz, Cristina también da una nueva vida a muebles viejos y realiza una casa de muñecas

Y es que ese mimo y perfeccionismo que plasma en lino —teñido con productos naturales como café o té— lo traslada a todas sus facetas. Cuando da una nueva vida a muebles viejos en su casa de Goá —de la que abrió sus puertas a través del programa Que casas! de la TVG—, descubre usos diferentes de objetos cotidianos o levanta una casa de muñecas auténtica. "Compré la estructura en un coleccionable y todo lo demás lo fui adquiriendo en mercadillos", recuerda. Y a partir de ahí construyó el tejado, revistió la fachada, puso suelo y reformó el pequeño mobiliario. Por delante le queda instalar un lucernario y decorar a lo barroco.

"Esta casa de muñecas es para toda la vida", dice Cristina, porque el tiempo no corre cuando de creatividad se trata.  

Comentarios