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Luces de neón

Jay McInerney escribió la novela en segunda persona. Después la pasó a primera persona y más tarde a tercera persona, pero en ambos modos sintió que le faltaba energía

ME HICE a través de internet con Luces de neón, de Jay McInerney, en una edición vieja de Círculo de Lectores. En España está descatalogada, es decir, olvidada, aunque en su día The Times la citó entre clásicos de culto como El almuerzo desnudo, Generación X, Trilogía de Nueva York, Noches de cocaína o El valle de las muñecas. Esta semana el cartero me entregó un libro viejo, huesudo, pero que aún podía dar una paliza a cualquiera. Narrada en segunda persona, la historia nos traslada al Manhattan de los 80. El protagonista tiene un empleo de facts checker en una revista prestigiosa y vocación literaria, y es un símbolo de una juventud dorada y decadente, en la que los resplandores del neón se vuelven una pesadilla. Fue la primera obra de McInerney. Las siguientes seis novelas y sus relatos intentaron ampliar el lienzo de Luces de neón, pero sin abandonar la mirada sobre la ciudad, sus recintos más llamativos y su particular mundo literario.

Interesado primero por la poesía, en el tercer año de universidad McInerney tomó un curso sobre el Ulises de Joyce y comprendió que "la prosa podría ser lingüísticamente tan intrincada y desafiante como la poesía". Al acabar sus estudios se propuso escribir la gran novela para expatriados, al estilo de Robert Stone o Graham Greene, "y parecía que París ya no era el mejor lugar al que ir. Decidí que tal vez era Japón". Eso sucedió en 1977. Dos años después se mudó a una Nueva York peligrosa y asolada por la heroína, aunque en la que empezaba a surgir una nueva música. "Sentí que debería haber un equivalente literario de todo eso. Un equivalente literario de la música punk", explicó en una entrevista en The Paris Review. Pasó mucho tiempo explorando los clubes nocturnos y los clubes de música. "Cuando llegué a la ciudad, todavía era posible escuchar a Los Ramones tocar en CBGB, y a Iggy Pop en el Peppermint Lounge. Los Talking Heads eran los sabios reinantes del centro de Manhattan". Podías quedarte despierto toda la noche y encontrarte con John Belushi en un baño, o coincidir en la misma noche con Jim Carroll, Lou Reed, Andy Warhol y Basquiat. Por entonces McInerney solo era "una mosca en la pared", pero fue testigo de un gran momento, y lo interiorizó.

Maruxa 2

En un lapso de tres meses su vida se derrumbó. Primero lo despidieron de The New Yorker, después su mujer lo abandonó por un fotógrafo, y al final a su madre le diagnosticaron un cáncer. "Creo que Luces de neón habría sido un libro menos interesante y más superficial si no hubiera padecido esa triple catástrofe". En plena crisis, sin embargo, apenas escribía. Por suerte, un día sonó su teléfono y era su amigo Gary Fisketjon, asistente del editor Jason Epstein, anunciándole que en un rato recibiría la visita de Raymond Carver. Llevaba toda la mañana durmiendo y pensó que era una broma. Minutos después sonó el timbre de casa, y en la puerta estaba Carver, de paso para hacer una lectura pública en Columbia. Ni su editor, Gordon Lish, ni Fisketjon, de trabajo hasta arriba, podían atenderlo, y pensaron en McInerney, que lo admiraba. Esa fue la mañana que asesinaron a John Lennon. Hablaron durante horas. "La cocaína que puse encima de la mesa para ayudar a romper el hielo sin duda lubricó la conversación". Carver le propuso que se inscribiese en el programa de posgrado que impartía en la Universidad de Syracuse. Allí aprendió a ser "implacablemente económico" en el uso del lenguaje.

Una noche que llegó muy tarde a casa se dio cuenta de que casi todo lo que tenía había desaparecido, empezó a escribir algunas oraciones. Al día siguiente terminó el relato, y se lo envió a George Plimpton, que lo publicaría en The Paris Review. Sospechó que esa historia era el inicio de algo más, que al final sería una novela y se titularía ‘Luces de neón’. En seis semanas acabó el primer borrador. Fisketjon le dijo que no podía escribir una novela entera en segunda persona. Cuando la pasó a primera, y después a tercera, sintió que faltaba energía. "Así que dije joder, y la pasé a segunda de nuevo", y cuando la leyó Jason Epstein dio su visto bueno.

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