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Tres lucenses y la ginebra Wolfe

El mancebo cogió una botella de esa marca y le sirvió una copa que el otro cató al instante advirtiendo que lo que le habían servido no era la aromática y auténtica ginebra Wolfe

Los tres eran naturales de Lugo y residentes en La Habana, dos de ellos solteros y otro no; dos eran taberneros y el otro mancebo en una de las tabernas. Se llamaban Carlos Varela, de 35 años; Antonio López, de 32, y el veinteañero José Fernández. Protagonizaron en Cuba un caso judicial que tuvo su importancia por varias razones, entre ellas la de que el resultado sentaría jurisprudencia pues jamás antes se había juzgado un asunto similar.

Empezamos mal, así que nos vamos al principio de esta historia: en 1899 se registró en Cuba una marca de ginebra, que era tan larga e ilegible como Schied am schnapps aromático de Wolfe. Era un destilado que fabricaba un tal Udolpho Wolfe en los Estados Unidos y que quería entrar en el mercado cubano, cosa que ocurrió con éxito al convertirse en una de las marcas de ginebra más exitosas de la isla.

Unos años después, en 1907, un buen día, un detective de la policía secreta entró en la taberna de Carlos Varela. El dueño no estaba, así que lo atendió amablemente José Fernández, el esbelto mancebo. El detective pidió una ginebra Wolfe. El mancebo cogió una botella de esa marca y le sirvió una copa que el otro cató al instante advirtiendo que lo que le habían servido no era la aromática y auténtica ginebra Wolfe, sino una ginebra holandesa de ínfima calidad. Se lo dijo al mancebo, quien se excusó diciendo que habría sido un error, al rellenar una la botella vacía de Wolfe desde una garrafa del producto deleznable. El detective se llevó la botella medio llena de ginebra como prueba.

Unos días después, otro policía de la secreta entró en el otro establecimiento, el regentado por Antonio López. Pidió una copa de Wolfe y le sirvieron de la auténtica. Sonsacó al propietario, quien le dijo que las botellas vacías las vendía como cosa de desecho a compradores ambulantes que andaban por ahí. Y que lo hacía porque los de la ginebra Wolfe no recompraban los envases ni exigían la devolución ni tenían servicio de recogida.

Los tres lucenses fueron detenidos y juzgados: los dos primeros por usurpación de marca y falsificación de producto, lo que viene siendo el garrafón de toda la vida, y el tercero por comerciar con botellas vacías. Fueron absueltos porque los argumentos de la defensa eran demoledores. No se podía acusar al mancebo que sirvió la ginebra mala pues no había testimonio que refutara la declaración del chaval, quien dijo que había rellenado la botella por error. Menos a su jefe, que ni siquiera tenía por qué tener conocimiento de tal asunto. Lo único que tenían era una copa servida al policía y nada más. Con pruebas tan endebles no había caso.

En cuanto al tercer acusado, el que vendía las botellas vacías, menos caso había. Compraba ginebra Wolfe, vendía ginebra Wolfe y las botellas eran de su propiedad, pues las había pagado y los fabricantes no las querían para nada, así que era muy libre de venderlas sin saber si se iban o no a utilizar para lo que fuera.

Salieron libres los tres acusados y volvieron felices a sus asuntos tabernarios, pero la Fiscalía recurrió. En el segundo juicio, sin presentar más pruebas ni testimonios, la acusación se ciñó a la Ley como si estuviera en huelga de celo. Empezaron a citar a lo loco artículos del código penal y toda la legislación existente sobre protección de productos y marcas que nunca antes se había aplicado porque nunca antes se había dado un caso similar. La cosa se lió y los tres acusados fueron condenados a un año y ocho meses de prisión, que cumplieron religiosamente. Allá se les fue la vida a por uvas.

La sentencia no fue unánime. De los siete jueces que participaron en este segundo proceso, tres emitieron un duro voto particular en el que hacían constar que no había pruebas ni testigos ni manera alguna de demostrar que los condenados hubieran cometido delito alguno. Dijeron además que no se tenía que haber celebrado el primer juicio ni mucho menos el segundo.

Da la impresión de que o bien los utilizaron como chivos expiatorios para escarmiento de terceros, o es que fueron directamente a por ellos porque le caían mal a alguien. Total, de nada le sirvió esta injusticia a los fabricantes de Wolfe, que muy poco después se fueron al traste. Igual la ginebra no era tan buena ni tan aromática. Hoy, las botellas de esa marca son muy reclamadas por los coleccionistas, al menos por los coleccionistas de botellas antiguas, digo yo. Si encuentro una barata, me la compro y la relleno con un brebaje apestoso mientras me río de Udolpho Wolfe.

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