LA LLEGADA de seiscientos migrantes rescatados en el Mediterráneo no es un hecho extraordinario. Es la triste realidad de cada día. La operación Aquarius ofrece de extraordinario el rechazo del Gobierno italiano, el mirar para otro lado del francés y la acogida por el español. La acción de política humanitaria estuvo acompañada de una intensa acción de comunicación, justificable sobre todo por un Gobierno que arranca. Cuando se sobrepasa la línea de comunicación para merecer el calificativo de propaganda, y eso ha sucedido estos días con los medios públicos estatales, es justificable preguntarse por el objetivo. La decisión de acoger a los migrantes del Aquarius honra al Gobierno que la adoptó. La comunicación elevada a propaganda es un exceso que activa alertas. No estamos ante un suceso extraordinario de migrantes a las puertas de Europa. No estamos tampoco ante la primera respuesta extraordinaria de un país europeo. La señora Merkel lo hizo con los refugiados sirios cuando nadie en Europa los recibía. Bien está que España aparezca como territorio de acogida por haber sido un país de emigración económica -lo es o lo fue en esta crisis- y de emigración política con la Guerra Civil y el franquismo.
La cruda realidad del momento es que vamos a encontrarnos en pocas semanas con un auténtico test para el Gobierno y para la capacidad de administrar la débil y complicada situación parlamentaria en la que está Pedro Sánchez. Hay que presentar y aprobar el techo de gasto para 2019. Habrá de pasar por el Congreso y responder a los compromisos con Bruselas.
Los apoyos del PP y Cs no parecen probables en este contexto político y las condiciones de Podemos no pasarán por cumplir el compromiso con la Comisión de un 1,3% de déficit público. El experto, por oficio y años, Mariano Guindal, le pronostica al Gobierno la necesidad de convertirse en "austericida" ante las obligaciones económicas con Europa. Por tanto, los excesos de propaganda de este fin de semana suenan a distracción interesada.
