Historias de Lugo

Les llamaban Expósito

El origen del apellido Expósito oculta una historia de abandono. Aquellos niños dejados en el torno eran recibidos en la Casa de Maternidad de Lugo con un collar que ninguna ama de cría podía romper. Si lo hacían, se quedarían sin paga durante dos meses.nodrizas1

El torno de la Casa de Maternidad y Expósitos fue, para muchos niños lucenses, su primer contacto con la vida. Antes de que se crease, en 1816 y en el convento de San Francisco (actual Museo Provincial), los niños eran enviados al Hospital Real, en Santiago. De estos niños, solo sobrevivían el diez por ciento.

A finales del siglo XVIII, el obispo, Felipe Peláez Caunedo, denunciaba el abandono de niños a las puertas de los conventos, iglesias y casas de curas, muchos de los cuales morían de hambre y frío o comidos por cerdos y perros

Para solucionar esta situación, el obispo proponía que casas de labradores o artesanos honrados y de buena conducta acogiesen a estos niños, según expone Lois Seijo Castro en su tesis doctoral "A resposta institucional á pobreza".

La situación se regularizó a partir de 1816. En 1833, la Casa de Maternidad y Expósitos de Lugo tenía 170 niños. Sin embargo, hasta 1844 no hubo un primer reglamento provisional de funcionamiento. La creación de los servicios sociales en España a raíz de la promulgación de la Ley de Beneficencia de 1849 regularizó estos establecimientos. Por eso, en 1863 una Real Orden, firmada por el gobernador Vicente Lozama, aprobaba el Reglamento de la Casa de Maternidad y Expósitos de la provincia de Lugo, donde se recogía el procedimiento para el ingreso y la acogida de los niños abandonados así como las normas que deberían cumplir las nodrizas.

La Casa de Maternidad y Expósitos se creaba, como dice su reglamento, «para salvar el honor de las mujeres que han concebido ilegítimamente y evitar los infanticidios que la vergüenza provoca». Para ello, las embarazadas deberían estar ya en su séptimo mes.

Podían ser admitidas otras mujeres con menos meses de gestación pero que pasasen por situaciones particularmente graves como, por ejemplo, ser maltratadas por sus padres, estar en situación de desamparo o por el deseo de los padres «de sustraer a una joven de la vista del público mientras ella no se oponga». En estos casos, las mujeres deberían pagar los gastos de estancia y manutención o pagarse el sustento con su trabajo.

El reglamento no admitía a las mujeres con vida licenciosa, que iban al hospital. Aun así, la Casa de Maternidad establecía dos salas distintas según la vida de las futuras madres con el objeto de no confundir -decía el reglamento- «la fragilidad de un instante con el libertinaje de toda la vida».

De esta forma, había dos salas. La general, para aquellas embarazadas sin medios «y que no sean dignas de otra consideración por su conducta pública o notoria reincidente» y la particular, en la que las mujeres podrían ingresar ya a partir del cuarto mes y estaban obligadas a pagar su estancia y gastos. Se prohibía la admisión de jóvenes que concibiesen por segunda vez de forma ilegítima -es decir, estando solteras- o a las que se tuviesen mala conducta.

No todas las mujeres iban a parir a la inclusa. Había niños, la mayoría, que eran dejados en el torno al nacer o incluso más mayores. Lois Seijo apunta en su tesis que en 1890 fue entregado en el torno un niño de 2 años y medio.

El torno estaba disponible solo por la noche, desde el toque de oraciones hasta el amanecer. Cuando llegaba un niño, el giro del torno hacía sonar una campana. Una tornera atendía los ingresos. Se les llamaba expósitos porque eran expuestos a quien quisiera recogerlos. De día, los bebés entraban por la puerta. Los niños traían una nota cosida en su ropa informando si habían sido bautizados, el nombre escogido por los padres y si estos deseaban recuperarlo.

nota

Tan pronto como eran recogidos, los desnudaban por si necesitaban algún auxilio o cirugía, los bañaban en vino y jabón (según el reglamento de 1844) y se les ponía ropa de la inclusa. En la faja-pañal, llevaban una tarjeta con un número. Se bautizaban si no lo estaban y se les colgaba un collar que no se podía romper (en ese caso, la nodriza pasaría dos meses sin cobrar) y que consistía en un cordón negro fuerte de seda con una medalla de plomo con el año de ingreso.

La mortalidad era alta. Lois Seijo apunta que en 1876, de los 90 niños de la inclusa de Lugo, 53 murieron antes del año de vida. Fallecían por el hongo muguet (transmitido en las mamas), malnutrición, diarrea y sífilis.

Leche de cabra si no había nodrizas
El reglamento de 1844 de la Casa de Maternidad estipulaba que los niños beberían leche de cabra si sufrían enfermedades contagiosas o no había nodrizas suficientes.
Luz
El mismo documento daba instrucciones para que los niños se colocasen frente a la luz o de espaldas pero no de lado «para evitar contraigan el hábito de torcer la vista».
 

 

Las amas de cría lucenses eran mayoría en la inclusa de Pontevedra
Lugo era tierra de nodrizas.  En la inclusa de Pontevedra, eran mayoría las lucenses, especialmente las de de Pantón y Carballedo, según una investigación realizada en este centro por Ana María Rodríguez Martín. La pobreza del interior de Galicia motivaba esta emigración de las amas de cría hacia la costa.
Sin embargo, la vida de nodriza no era nada fácil. En la Casa de Maternidad y Expósitos de Lugo no podían salir a la calle sin permiso del director y nunca más de una hora. Se evitaba que hubiese riñas entre ellas puesto que esto podría ser causa «de que se den malas leches a los niños», decía el reglamento de 1863.

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Cobraban entre 16 y 20 reales al mes. Se levantaban a las cinco de la mañana en verano y a las seis, en invierno. Su jornada diaria terminaba a las ocho de la noche e incluía seis tomas cada tres horas con sus respectivos aseos de los niños. Algunas acababan quedándose con los niños cuando ya no cobraban. Para facilitar estas adopciones, la inclusa corría con los gastos de las escrituras.
Las nodrizas debían reunir varios requisitos, recogidos en una investigación de la historiadora María del Carmen Gómez Magdaleno. Debían tener un desarrollo torácico que facilitase la respiración, encías rosadas para evitar el mal aliento puesto que esto podía causar un rechazo de la leche, tener entre 19 y 26 años y haber dado a luz al segundo o tercer hijo. También se valoraba el pecho. Se preferían las mamas de tamaño mediano, sin grasa, porque se pensaba que eran las que podrían dar más leche. También se revisaba que esta saliese por diez o doce orificios para garantizar una cantidad suficiente. Por último, la nodriza debía ser cristiana y tener una conducta moral intachable, ya que se creía que estos valores se transmitían al niño a través de la leche.

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