Lecturas en un café

Y pensé en André Breton y su poema 'Broceliande', el bosque de Broceliande estaba cerca de allí, en el camino hacia Rennes, otra vez visité allí la Fuente de Merlín y encontré a una pareja mística clavada en el silencio entre los árboles...

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ESTABA EN el café de la Espada en Quimper, y pensaba en que allí estuvo James Joyce, tan moderno y tan céltico, en 1924 pensando en su Despertar de Finnegan, en el albañil muerto que se levanta y pide un whisky y lo convencen de que está mejor muerto, y en las lavanderas que hablan a los lados del río, mientras el río se ensancha, sobre las aventuras sexuales del marido de Anna Livia, y Joyce pensaba en el río Liffey de Dublín, pero estaba mirando el río Odet de Quimper delante del café, y yo pensaba en tantos libros que leí antes de ir esta vez a Bretaña, en Georges Simenon y Las señoritas de Concarneau, ese patrón de barcos de pesca que disfruta la vida, la pesca y los barcos y el mar, protegido por sus hermanas solteronas, y un accidente le tira todo por tierra y le hace conocer la sequedad y la desgana y la angustia, en Max Jacob, que vivía en la casa de al lado, y antes de que los cabrones nazis lo mataran en un campo vivió la literatura como desenfreno, funambulismo, creatividad desatada o melancolía, y en El cubilete de dados habla de guerras en la ópera, caballos que se envenenan con las joyas de las damas, los cisnes que se convierten en mujeres antes de morir, familias que duermen en coches y a la mañana siguiente no se conocen, y deja frases sin terminar, y juega con los lectores.

Y pensé en Álvaro Cunqueiro y Las crónicas del Sochantre, el canónigo tímido al que secuestran los muertos, y da vueltas por las noches en una calesa por toda Bretaña, y se enamora de una dama muerta que lo encandila con su perfume, los pasillos que bajan desde un pueblo bretón hasta el infierno, el judío errante que vaga por Bretaña, las abadías abandonadas donde se cuentan historias sin fin, los ahorcados que se levantan por la noche a beber cerveza, las historias de amor y de humor sutiles y sublimadas como el mejor de los vinos, todas las magias de este mundo y los otros mundos, de la vida y de la muerte, de los libros y de las vivencias, y pensé en Joseph Conrad y Los idiotas, esa historia situada en el norte salvaje de Bretaña, a una mujer todos los hijos le salen idiotas, el marido trabaja la tierra terriblemente para levantar la familia pero todo falla, se entrega a la desesperación en la taberna apocalíptica, y al final la mujer extraviada se arroja por unos acantilados al mar furioso, y pensé en Flaubert y su viaje de París a Bretaña a pie a los veinte años con un amigo, el sofisticado Flaubert se burla de todas las cosas, pero igual que le atraían las leyendas populares o su criada normanda, también acaba fascinado por Bretaña, le parecen sin interés los miles de megalitos de Carnac, pero encuentra la poesía salvaje de Bretaña y rivaliza con Chateaubriand.

Y pensé en Tristán Corbière, el espectro de la muerte que se reía de sí mismo en Morlaix, que bendecía como un obispo a la gente desde su balcón o se enamoraba como un arlequín de la novia de su amigo, que fue a París a dormir en un arcón en una buhardilla y a publicar Los amores amarillos, y no interesaron a nadie pero luego fundaron la poesía moderna, hablaba con ironía y desgarramiento de su Bretaña y de sí mismo despedazado en contradicciones y más facetas que Pessoa, y pensé en Chateaubriand con sus cabellos al viento en Saint Malo para fundar el romanticismo, en sus Memorias de ultratumba habla de una presencia femenina secreta que lo llamaba en los bosques de su padre, en René expresó la nostalgia bretona —o el sentimiento oceánico como lo llamaba Freud— que coincide tanto con la saudade gallega, porque Galicia tiene mucho de céltico por más que digan los pedantes a la moda que pretenden eliminar a los celtas, y pensé en el extraño —aunque tal vez algo tramposo a veces— Julien Gracq que En el castillo de Argol se inspira en los castillos abandonados de Bretaña y para inventar un trío amoroso en un castillo solitario, un hombre pasa una serie de pruebas oscuras para descubrir los secretos de una mujer sorprendente.

Y pensé en Jack Kerouac que quiso explorar sus orígenes bretones —los Kerouac procedían del mágico Huelgoat rodeado de piedras gigantescas, yo acababa de pasar por allí— y fue en un tren apresurado a Brest y conoció a un supuesto antepasado que no salía de cama y bailó borracho con marineros bajo la lluvia y regresó apresuradamente a París en avión y lo cuenta en su novela Satori en París, solo para seguir a Kerouac, para cruzarme con él de algún modo, fui a Brest, una ciudad bastante brutal con una torre gótica de juguete, y recordé el poema Barbara de Jacques Prevert ("Acuérdate, Bárbara,/ llovía sin cesar en Brest aquel día,/ y tú caminabas sonriente,/ expandida, encantada, reluciente"), y encontré la casa donde nació Víctor Segalen, el poeta que llevó el misterio de Bretaña hasta China con sus Estelas.

Y pensé en el escritor André Breton y su poema Broceliande, y pensé en que el bosque de Broceliande estaba cerca de allí, en el camino hacia Rennes, otra vez yo visité allí la Fuente de Merlín y encontré a una pareja mística clavada en el silencio entre los árboles, y el surrealismo de Breton —joder, por algún notivo se llamaba Breton— tenía mucho de celtismo con sus transformaciones y sus sueños y sus desenfrenos , e igual que el alucina con Nadja los celtas alucinaban con la mujer, y pensé en Saint Pol Roux, que se proclamó a sí mismo santo y magnífico, y predicó el magnificismo, la belleza se sienta entre los hombres como Jesús entre los pescadores, y publicó varios volúmenes de Los descansos en la procesión y Los encantamientos interiores, que lo dejó todo en París y se fue a vivir a lo más remoto de Bretaña junto al mar y se levantó un castillo a su gusto y un día los nazis lo encontraron allí y lo mataron, y en la apasionante María de Francia que en sus Lais habla de amantes que rompen los cristales convertidos en pájaros, de hombres solitarios convertidos en lobos, del caballero que duda entre la mujer-fresno y la mujer-almendro, y ¿cómo no?, pensé en Beroul y en el Tristán que se casó en Bretaña con Iseo la de las Blancas Manos, pero mandó llamar de Cornualles a Iseo la Rubia y su mujer le dijo que las velas no eran las de su amante y Tristán murió desesperado y en una islita en Douarnenez se supone que murió Tristán en medio de la pasión y la nostalgia furiosa, y yo estaba en el Café de la Espada y también tenía nostalgia de toda Bretaña y de toda la literatura y de todo lo que Bretaña inspiró a la literatura.

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