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Las líneas y la telaraña

Título: Wayward Pines.
Creador: Chad Hodge.
Reparto: Matt Dillon, Carla Gugino, Juliette Lewis.
Cadena: Fox.
Calificación: ●●●○○

WAYWARD PINES’ quiere ser '‘El sexto sentido’' en versión serie televisiva. O al menos suponemos que Night Shyamalan, su director, querría que fuera eso. Pero, en fin, no. Desde aquel estreno y aquel impacto, no volvió a suceder nada por el estilo. Aquí se vuelve con una idea, en principio, inquietante pero no novedosa y no tan lejana en el tiempo (la referencia a ‘La cúpula’ es obvia). Uno va a un pueblo y no puede salir de él. La gente de allí, créanme, es muy rara, pero nadie parece darse cuenta menos el recién llegado, cosa que es normal porque lo de que lo extraño está en los demás es un convencimiento unánime. Más o menos así arranca el piloto y lo preocupante de estos comienzos que buscan sorprender más allá de la duda razonable es que después en la resolución, acaban quedando cabos sueltos. Deshacer un entuerto requiere mucho trabajo y mucha agudeza, ya no les cuento, muchos a la vez. Porque al final lo que queda es un poco la ofensa de un daño a la confianza. Un por qué me abres todas estas puertas si luego no las vas a cerrar o ni siquiera vas a pasar por ellas o si vas, descubres en un momento tonto que la casa solo tiene una ventana. Toda la seguridad que pones en un autor, esa certidumbre que te asegura que no va a haber trampas, abismos, ni mentiras, se destruye de un plumazo. Y recuperar la confianza perdida es casi imposible. Pierdes, entonces, interés por el asunto. Puede que ocurra algo parecido con esta serie que busca conmocionar con un argumento insólito, increíble, misterioso. Ya hablamos aquí en ocasiones de esas líneas finas finas que separan universos -paralelos o no-, de lo interesante que resulta rozar una de ellas porque tan solo ese roce, descubre atmósferas inimaginables. Son líneas que se entretejen, que forman redes, que crean telarañas, en las que puedes quedar atrapado al mínimo despiste. La araña, en este caso, es el espectador. Alguien al que no le apetece lo más mínimo que le cuenten historias que no se cree. ¿Cuál es la magia de una buena historia? Que quienquiera que la cuente te haga sentir que eres un ser que vives y piensas y sientes y que, en ese momento, existir es lo mejor que te podía haber pasado. La magia es hacerte consciente de tu propio yo en relación con tu entorno más cercano y más lejano. Tú y tu entorno-mundo.

Sin embargo, una historia se mete en problemas cuando en vez de deslizar suavemente los dedos por la línea, pone su manaza. Y pasa al otro lado. Entre una buena comedia y el ridículo más absoluto está esa mano poco certera a la hora de posarse y descansar. Entre la heroicidad y la vergüenza hay un corto y confuso camino. Y un hilito de frontera. Entre el misterio y el sonrojo, quizá una palabra de más. De lo que se deduce que estamos en constante peligro y oh cielos, la delicadeza no suele ser tampoco moneda común. Bueno, aquí hablamos de ficción y de la dificultad de mantener un pulso narrativo adecuado, un tono presente, pero sutil, constante, pero discreto. La serie ‘Wayward pines’ se mueve en terreno pantanoso por eso de las líneas y las telarañas. No acaba de tener el camino claro y se vislumbra un ansia ligeramente sospechosa por el planteamiento más original, más sorprendente, más fascinante, más terrorífico y más impresionante. Por volver a aquel tiempo en el que ‘El sexto sentido’ era plagiado por doquier y en la tele ponían anuncios del niño diciendo que, de tanto en tanto, veía muertos.

Esta serie se ve también. Pero con reservas. Del tipo cruzar varias líneas que no deberían ser traspasadas si queremos que los espectadores sigan con nosotros.

No hace falta molestarse

Eso no es un programa todavía. Pero lo será. Resulta que hay una empresa en Canadá que se encarga de romper relaciones. O sea, tú quieres dejar a tu pareja por razones varias. Pero no te atreves. Ya saben, da cosa. Entonces vas, llamas ahí y rompen por ti. ¡Es una súper idea! ¿No les parece? Para qué pasar tú por ese trago. No tiene ningún sentido, si total ya lo hacen los demás. Contemos el tiempo a partir de ya mismo y veamos cuánto tarda en convertirse en un ‘reality’.

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