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Las brujas de Cangas

El caso de María Soliño es famoso porque fue la mayor causa contra la brujería que se dio en Galiza

SOBRE MARÍA Soliño se dicen pocas verdades, probablemente algunas mentiras y con seguridad muchas conjeturas. La tradición popular y la transmisión oral la convirtieron con razón en una heroína, víctima de la inquisición, que la reclamó para presar testimonio acusada de brujería y fue condenada. Mucho cuidado con las leyendas urbanas o rurales transmitidas boca a boca durante generaciones. En caso de que tengan un origen, que no siempre lo tienen, todo aquello que sea contado de generación en generación suele generar una gran mentira que parte de una pequeña verdad.

De María Soliño, a quien con el tiempo se la conoció con el apellido Soliña, casi nada sabemos por la documentación existente. Era una viuda de Cangas, de clase media-media, que había heredado de su marido una casa con bajo y una planta superior, una dorna, varias fincas y los derechos de presentación de unas pocas iglesias, no sabemos cuántas. Los derechos de presentación permitían a los benefactores de una iglesia participar en los beneficios de su gestión. Quienes han convertido a María Soliño en lo que no es, se contradicen. Por lo general, o eso sostengo yo, a falta de fuentes fiables y de documentación contrastada, lo más eficaz es aplicar el sentido común, algo que en este caso no se ha hecho.

Ilustración para el blog de Rodrigo Cota

Bien, con el tiempo se ha afianzado la teoría de que Soliño fue acusada de brujería en 1617 por varios pequeños nobles de la villa de Cangas, ansiosos de quedarse con sus posesiones, las descritas anteriormente: la casa, la dorna, algunas fincas, que no sabemos si eran dos o siete, y los derechos sobre las iglesias, que tampoco sabemos si eran muchas o pocas pero seguramente eran una o dos. Pero quienes sostienen eso, al mismo tiempo afirman que poco antes, en el mismo año de 1617, una banda de turcos habían asaltado Cangas sumiéndola en la pobreza más absoluta, asesinando a la buena parte de los varones, quemando casas y cultivos, robando todo lo que tenía valor y llevándose el ganado. Vale, admitamos que eso sucedió. Dicen también que la población había quedado tan pobre y esquilmada que no había vecino ni vecina que estuviese en condiciones de aportar un céntimo a sus respectivas parroquias. O sea, que los famosos derechos de presentación valían menos que nada.

Pero si seguimos las tesis impuestas, unos nobles acusaron a Soliño de brujería para robarle su ruina. Es contradictorio. El caso de María Soliño es famoso porque fue la mayor causa contra la brujería que se dio en Galiza. Con ella, fueron acusadas y condenadas otras ocho mujeres. Los adictos a la tesis del robo sostienen que todo el proceso se inició para robar a Soliño y otras pocas mujeres que aún tenían menos que ella, pero para disimular metieron en medio a otras que eran pobres de solemnidad.

No me lo creo ni me lo creeré hasta que parezcan nuevos documentos que avalen esa tesis, cosa que no creo que suceda. Esta historia está dotada de un contexto irreal, amplificada por quienes desconocen la historia de la nobleza de la época. Para un noble, fuera grande o pequeño, todo el patrimonio sin duda exagerado que se atribuye a la pobre María Eoliño, era calderilla, ni más ni menos. Todos tenían pazos, grandes terrenos, derechos de presentación en iglesias más ricas y prósperas, dornas, pesquerías, salinas, ganado, cultivos y todo lo necesario para vivir con sobrada holgura. Carece de todo sentido que montaran un macroproceso para robar una casa, una dorna, cuatro fincas minifundistas y los derechos sobre un par de parroquias en ruina.

María Soliño tenía por aquella época entre 68 y 70 años según las pocas fuentes que existen, que ni en eso se ponen de acuerdo. Ni siquiera por edad y por su viudedad suponía una amenaza para nadie que ansiara sus riquezas, por llamarlas de alguna manera. La lógica nos dice que, si nos atenemos a los hechos contrastados, pudiera participar en algunas prácticas paganas, muy habituales en la zona y en la época. Su proceso y el de las otras mujeres acusadas con ella no era ni mucho menos el primero aunque fuera el más importante y probablemente el último. La Inquisición estaba muy pendiente de los aquelarres que se celebraban en Coiro, donde se decía que las campanas de la iglesia parroquial sonaban solas para convocar las reuniones paganas. La lógica nos dice que los inquisidores, hartos de luchar contra esas reuniones nocturnas, decidieran montar un gran proceso para zanjar de una vez el asunto.

Como suele suceder, tanto María Soliño como el resto de las acusadas confesaron bajo tortura estar casadas con el Diablo, mantener relaciones carnales con él y todo aquello que los inquisidores les dictaron, cosa que luego negaron ante el juez, y es eso lo que las convierte en víctimas, en inocentes y en heroínas, no el que dos o tres de ellas tuvieran una casa, o una dorna, o las dos cosas. Fueron víctimas de una Inquisición desquiciada que sólo justificaba su existencia aportando víctimas.

La injusticia que hemos cometido con María Soliño, tratando de hacerla más victima de lo que fue, consigue el efecto contrario, al proporcionar a sus acusadores un falso móvil. Ella y sus compañeras de cautiverio fueron juzgadas y condenadas por una Inquisición que actuó sin motivo.