Las batutas descansan en Lugo

Orquesta del Vallés. GUILLE DACAL
photo_camera Orquesta del Vallés. GUILLE DACAL

Han tenido bajo sus batutas formaciones como la Orquesta Nacional de España o la Sinfónica de Galicia, entre otras muchas, y les citan entre las figuras que pisan fuerte en la dirección de orquesta sinfónica. Aunque valencianos de origen, Rubén Gimeno y Álvaro Albiach dirigen sus carreras desde Lugo.

Rubén gimeno y álvaro Albiach se llevaron una sorpresa mayúscula el día que coincidieron en un restaurante de Lugo. Los dos son valencianos, de la misma generación -finales de los 60 y principios de los 70- y directores de orquesta sinfónica. Se conocían, pero ninguno sabía que el otro había fijado residencia en Galicia. Lo descubrieron después del inevitable ‘¿Y tú, qué haces por aquí?’ Curiosamente, los dos llegaron a Lugo por el mismo motivo: Rubén está casado con una lucense y la pareja de Álvaro lleva años destinada en la ciudad.

Los dos han montado su cuartel general en la ciudad amurallada, donde pasan todo el tiempo que pueden, que no es mucho. «Mi mujer calculó que el año pasado había estado en Lugo seis semanas», cuenta Rubén que, sin embargo, no se lamenta en absoluto cuando se le pregunta si eso no supone un gran obstáculo para la conciliación. «Hay que tomar la vida como viene. Cuando estoy aquí, estoy al cien por cien. A lo mejor otros están todos los días en Lugo pero apenas pueden ver a sus hijos. Yo me siento muy afortunado, porque mi familia me entiende y me apoya», asegura.

Desde Lugo gestionan sus actuaciones y preparan sus repertorios. Antes de enfrentarse a la orquesta, hay un trabajo previo y solitario. «Tienes que hacer un estudio personal antes del concierto y lo puedes hacer donde quieras. Con la orquesta trabajo luego cuatro días antes del concierto», explica Álvaro

Para ambos, Lugo es el contrapunto al ajetreo de su profesión. «Me viene muy bien vivir en una ciudad tranquila como ésta», confiesa Albiach. «Aquí das dos pasos y estás en un entorno natural, eso es una ventaja de Lugo y a mí, que me gusta practicar deporte, me encanta», abunda. Se confiesa cocinillas y, en esta faceta, se ha llevado una grata sorpresa con «la calidad de los productos, a unos precios que resultan alucinantes si estás acostumbrado a comprar en otros sitios». Antes residió en Madrid, y asegura que no cambia. «La calidad de vida es mucho mejor aquí», zanja, aunque reconoce que le incomoda un poco el transporte, especialmente «el tren, porque hay muy mala comunicación ferroviaria».

Gimeno tiene una percepción similar de la ciudad. «Para el tipo de vida que llevo, haría lo mismo en Nueva York. Que tengas una oferta muy amplia no siempre quiere decir que la puedas aprovechar», apunta. Y los dos aprovechan los viajes para saciar las inquietudes culturales que no encuentran respuesta en Lugo.

CARRERA

Ese ir y venir constante es consustancial a la profesión que han elegido, a la que han llegado por vías diferentes. Álvaro lo tuvo claro desde la adolescencia, pero Gimeno fue violinista antes que director. Después de tocar en la Joven Orquesta Nacional de España y la Joven Orquesta de la Comunidad Europea, llegó como violinista a la Orquesta Sinfónica de Galicia en 1995 y, con el tiempo, empezó a coger la batuta «un poco por hobby», dice. El director James Ross le animó a seguir, le ayudó a conseguir una beca en la Universidad de Maryland y allí se pasó dos cursos. Le siguieron luego otros tres en Estocolmo, siempre compaginando la formación con el violín. «Los compromisos para dirigir vinieron poco a poco, de un modo muy natural», apunta, y desde hace seis años solo se dedica a la batuta.

Desde 2009 ocupa el cargo de director de la Orquesta Sinfónica del Vallés, pero eso no significa dedicación exclusiva. «El sistema de orquestas a nivel mundial está muy establecido. Con la del Vallés paso de doce a catorce semanas, luego vienen otros directores y yo dirijo otras formaciones. Es un trabajo intenso, quemarías a la gente muy rápido si no fuera así». Gimeno acorta distancias con otras profesiones y asegura que, aunque se trata de una ocupación muy desconocida, en realidad «no es diferente a otro trabajo en el que tiene mucha importancia la relación humana, es algo tan primario como eso, es una cuestión de empatía».

Albiach se inició en la música con ocho años y empezó a ejercer como segundo director en una de las formaciones de su pueblo, Lliria. Ahí le entró «el gusanillo», así que continuó formándose hasta diplomarse en la Academia Musicale Pescarese, en Italia, en 1998. Al año siguiente inició su carrera profesional dirigiendo la Orquesta del Capitole de Toulousse. No pudo haber empezado con mejor pie: ese mismo año consiguió el Premio del Jurado y el Premio del Público en el Concurso Internacional de Orquesta de Besançon. Las distinciones le procuraron mucho trabajo en Francia y paulatinamente se fue introduciendo también en España.

Ahora Albiach es un director ‘freelance’, que dirige allí donde lo llaman. Su próxima cita será el 27 y 28 de octubre en el Teatro Monumental de Madrid con la Orquesta de Radio Televisión Española. Desde que empezó, el panorama musical ha cambiado mucho, dice. «Entonces no era lo que es ahora, que hay más de treinta orquestas profesionales. Antes había la mitad y eso también suponía menos oportunidades de aprender», recuerda

Aunque los dos proceden de Valencia, una comunidad con una larga tradición musical, consideran que España está a años luz de la devoción de Centroeuropa o Estados Unidos. Por eso la formación de un director de orquesta ha de pasar por ahí. «Si te interesa mucho, tienes que ir a la fuente», matiza Albiach. A su vez, esta circunstancia también amplía considerablemente su campo de trabajo. «Yo dirijo igual en España que en Europa», añade.

Aunque el país esté a años luz de Alemania o Austria en cuanto a la permeabilidad a la música clásica, Álvaro y Rubén atisban avances, también en Galicia, donde «goza de buena salud; tiene dos orquestas magníficas y distintas entre ellas, con dos programaciones muy asentadas y un público fiel». A lo que hay que sumar un fuerte incremento de profesionales gallegos, tanto en calidad como en cantidad. «Cuando formaba parte de la Joven Orquesta Nacional veías que sobre todo había gente de Valencia y a partir de cierto verano, empezó a haber muchos gallegos», recuerda Gimeno. Lo mismo en la Orquesta Joven de la Sinfónica de Galicia, un proyecto educativo del que fue director artístico durante diez años.

Cada vez hay más gente formada, pero el público sigue siendo minoritario respecto a otros tipos de música. «Hay muchas diferencias con Alemania, donde en cada pueblo hay una sala de conciertos y la música está en los colegios y en las casas. Si desde pequeño tienes contacto con la música, se convierte en algo natural. Para mi hijo no es extraño ir a un concierto porque está habituado», explica Gimeno, quien asegura que le gustaría que el pequeño, de siete años, «adorase la música como fuera, como oyente o como músico».

También reconoce que la parafernalia que rodea la música clásica no contribuye a tender puentes con quien no ha llegado a ella de forma natural. «Hay muchos formalismos, como un vestuario definido, la gente siente que no puede ir en vaqueros. No es que la música sea desfasada, es que lo que la rodea es caduco», explica.

De una opinión similar es Albiach. «La música clásica es una práctica elitista, aunque no lo queramos reconocer. Primero hace falta que surja una inquietud previa, que te habrá sido generada por una formación», y esa muchas veces, no existe. Considera que la divulgación es una labor «que hay que hacer poco a poco, insistir e intentar hacerla próxima. Cuanto más apoyo haya de orquestas o administraciones, mejor, pero no hay muchas acciones de sensibilización», admite.

A Gimeno le preocupa esta brecha, y se ha planteado hacer lo que esté en sus manos desde el atril para contribuir a cambiarlo. Con la Orquesta Sinfónica del Vallés, por ejemplo, han probado a dejar sillas vacías entre los músicos para que las ocupen personas del público. «Tratamos de que la gente se sienta más cómoda con respecto a la orquesta, que puedan verme la cara, y salen con mucha ilusión». También intenta establecer un diálogo con los oyentes y crear cierta distensión, algo habitual, dice, en un concierto de rock o pop. En ‘Diario de Ana Frank’ decidió dirigirse a las butacas y ofrecer un sucinta explicación de la obra. «Un concierto es un viaje emocional y busco el momento más adecuado, al principio, al final, depende», aclara.

Tanto Gimeno como Albiach actuaron en el Círculo de las Artes cuando Lugo para ellos era sólo una ciudad más en sus giras. Desde entonces, han vuelto otras veces, como unos lucenses cualesquiera que aprovechan las escasas oportunidades de escuchar clásica en la ciudad.

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