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La tabla del ocho

La deuda del histórico Club Lemos ha pasado en 30 meses de 10.000 a 80.000 euros

ESTOY DESATADO. Será el segundo domingo que dedico este espacio a un asunto deportivo. No sé si mi compañero Miguel Piñeiro, quien vive intensamente el mundo del deporte, me estará poseyendo. Y es que nunca fui un gran deportista ni un gran fan como espectador de cualquiera de las numerosos disciplinas que hay dentro de este basto mundo que tiene como estandarte el culto por el cuerpo. Como todos, hice algo de deporte, pero abandoné este hábito tan saludable hace ya muchos años, tantos como cuando descubrí que un joven de 19 años tenía cosas más interesantes por las que preocuparse. No digo más. Hagan ustedes su propia interpretación de lo insinuado.

Pero retomando el hilo secuencial, decirles que en esa corta vida de deportista comprometido hice dos pinitos.

Uno jugando de portero en un equipo de barrio, el Escultor. Me llamaban, condescendientemente mis amigos, ‘la araña negra’. Desconozco si de debía a que llevaba una sudadera del color del carbón o debido al hecho de que era tan buen cancerbero como el mítico ruso al que le habían puesto tal apelativo.

El segundo de mis pinitos tal vez sea más reseñable. Además de parar balones me introduje en el fascinante mundo del baloncesto, donde la altura sí importa, tanto que con doce años disponía de la suficiente para comer las papas en la cabeza de cualquiera. Triunfé, o es lo que creo, cuando con esa edad me llevaron junto a otros seis niños que cursaban estudios en el colegio San Antonio a Madrid para participar en un programa de televisión llamado ‘Torneo’, que presentaba Daniel Vindel. Llegamos, jugamos el primer partido y lo perdimos. La derrota no había resultado dura, por lo menos para mí. Viaje como aquel, jugando en el ya desaparecido pabellón de deportes del Real Madrid, es de esas cosas de las que uno nunca se olvida, como tampoco de la cara de sorpresa que pusieron algunos de mis compañeros cuando vieron una escalera mecánica en el Corte Inglés.

Al hilo de aquella algarabía, de aquella inmensa sorpresa de todos, tengo que mostrar ahora la mía con otro aspecto del deporte, ya que estamos metidos en ello. Me refiero a las cuentas del Club Lemos. En solo dos años y medio se ha multiplicado por ocho la deuda que atesora. Se ha pasado de 10.000 a 80.000 euros, o lo que es lo mismo, se han gastado 2.333 euros más al mes de lo debido durante este periodo, y esto no tiene pinta alguna de parar.

La última ocurrencia es solicitar un préstamo bancario para acabar la temporada por el valor de la subvención que el Ayuntamiento le concederá al club, que asciende a 13.000 euros. En caso de que haya alguna entidad dispuesta a adelantar el dinero, hay que tener en cuenta que además de devolver lo pedido habrá que pagar intereses, con lo que la deuda crecerá todavía más.

Dice el presidente de este club que no sabemos si llegará a celebrar su centenario (faltan para ello siete años), que al finalizar la liga se marchará y que ese será el momento de dar precisas explicaciones sobre las cuentas, sobre una gestión económica que no se puede calificar de otra manera más que de nefasta, horrible.

A ver si es verdad que desgrana los números con pelos y señales y no se limita a indicar que uno de los principales acreedores es él mismo, al poner dinero de su propio bolsillo para asumir los gastos del club, algo que no resulta nuevo para quien haya seguido la trayectoria de esta entidad. Ya lo hizo en otra ocasión, en otra etapa en la que había estado la frente del club.

Por lo demás, de ejemplar deberíamos de entender la gestión económica realizada por el anterior presidente del Lemos, Gaspar Pérez, quien fue capaz de reducir la deuda del club en 35.887 euros en dos años. A su llegada a la institución, el 1 de julio de 2012, el déficit total era de 55.765 euros acumulado en temporadas anteriores.

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