Opinión

La parada de los monstruos

TAL VEZ alguien recuerde cuando el Festival de Eurovisión era un festival musical. Yo lo veía. Todo era muy ceremonioso y le daba mucho empaque la cortinilla aquella que le ponían antes de empezar en la que salía la E de Europa en el centro de la tele rodeada de unas estrellas en las que ponían letras en las que se leía ‘Eurovisión’ acompañado todo de aquella música tan grandilocuente. Justo antes, los presentadores te avisaban de que iban a hacer una conexión con toda Europa. Casi nada. El conjunto conseguía hacer creer al espectador que estaba ante un momento histórico. Es decir: sabían cómo hacer su trabajo. Luego salían a cantar y yo iba perdiendo el interés paulatinamente, mezclaba las canciones, no recordaba qué país me había gustado más y España acababa siempre del modo ya conocido. En algún momento el festival perdió fuelle y decidieron insuflarle aire convirtiéndolo en una especie de distopía. Hoy día si vas a Eurovisión tienes dos certezas: tu carrera musical no despegará y si no haces el ridículo encima te vas a descalabrar en el concurso, o lo que sea eso ahora. Dadas las circunstancias, deberían cambiarle la música y que empiece con la de Benny Hill.

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