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La novela inacabada de Faulkner

ALGUNAS IDEAS nacen con tanta fuerza que son insostenibles en el tiempo. Justo eso sucedió con Elmer, la novela sobre un norteamericano en París que William Faulkner nunca acabó de escribir. Iba a ser una no vela "grandiosa", en palabras del propio autor. En agosto de 1925, este se había instalado en París, después de viajar desde Nueva Orleans a Génova a bordo del carguero West Ivis. A la espera de que la editorial Liveright confirmase la publicación de su primera novela, La paga de los soldados, Faulkner estaba ya inmerso en la escritura de Mosquitos. Pero el 23 de agosto dirigió una carta a sus padres con un emocionante arranque: "Queridos padres. Estoy a la mitad de otra novela, grandiosa esta. Es totalmente nueva. Hasta anteayer no se me ocurrió. He dejado a un lado Mosquitos: no creo ser lo bastante viejo para escribirla como debiera escribirse". Tres días después, en otra misiva, insistía en que estaba trabajando duro en la nueva obra. "Pienso con razón que es terriblemente buena; tan clara está en mi mente que apenas puedo escribir lo bastante aprisa". Pronto se vería que la velocidad no es la vía más rápida para contar una historia.

Encerrado en una habitación de la rue Servandoni, junto a los jardines de Luxemburgo, por la que pagaba un dólar al día, el novelista escribía tanto que casi se sentía "excluido de todo". Esos días incluso se dejó barba. La llevaba lo bastante larga como para "aguantar el agua". Vivía en permanente ebullición. De hecho, a la vez que avanzaba en Elmer preparaba un libro de poemas para niños y una serie de artículos de viajes, que nunca publicaría. El 6 de septiembre, cuando volvió a comunicarse con sus padres, la novela tenía ya más de 20.000 palabras. Además, añadía, "acabo de escribir algo tan bonito que estoy a punto de estallar: dos mil palabras sobre la muerte y los jardines de Luxemburgo. Tiene un sutil reto argumental, sobre una mujer joven, y se trata de poesía aunque esté escrito en prosa". El 10 de septiembre, Elmer ascendía a 27.000 palabras. No solo eso: había escrito un poema "tan moderno que ni yo mismo sé lo que significa", así como "el mejor cuento del mundo. Es tan hermoso que cuando lo terminé fui a mirarme al espejo".

En el París de 1925, todos jugaban al críquet, desde los taxistas hasta los senadores



En París, Faulkner llevaba una vida desahogada, disfrutaba de los museos y los cafés, y era un adicto al críquet, al que veía jugar "a jóvenes, taxistas y senadores" en los jardines de Luxemburgo. Pero de pronto, su grandiosa novela autobiográfi ca decayó. En carta del 13 de septiembre a su madre, en el último párrafo, confesaba que "he dejado a un lado la novela, y estoy a punto de empezar otra, una especie de cuento de hadas que ha estado zumbando en mi cabeza".

Empezaba a tener demasiadas grandes ideas en el aire.

Después de una estancia de dos semanas en Londres, donde constató que la ciudad era muy cara para él, y se comía demasiadas veces al día para su gusto, regresó a París. La esperanza en Elmer reflotó. "He empezado a escribir otra vez mi novela, en buena hora". Pero fue un espejismo. En diciembre Faulkner regresó a EE.UU. y recibió la aprobación de La paga de los soldados, que se publicó en febrero de 1926. Volvió a dejar de lado Elmer y a retomar Mosquitos.

Los manuscritos mecanografiados de las distintas versiones, de positados en la Universidad de Virginia, remiten a una narración en la que su protagonista, Elmer, es un joven de Nueva Orleáns que de cide ser artista, y parte hacia Italia en un carguero. Tras un periplo por distintas ciudades del nortedel país, y un breve viaje por Suiza, llega a París, donde se instala en la rue Servandoni. Retrato de Elmer Hodge fue un intento desesperado por convertir en cuento largo el material que originalmente pretendió ser una novela. En 1958, Faulkner le dijo a James B. Meriwheter que dejó inconclusa Elmer porque, aunque graciosa, no era "suficientemente graciosa". Por otra parte, el material con el que intentaba escribirla se le acercaba demasiado en el tiempo, señala Michael Millgate en su biografía, y era excesivamente autobiográfico. Elmer pertenecía "a esa etapa en que Faulkner tenía ya segura su vocación literaria, pero aún carecía de tema".

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