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La leyenda del indomable

EL SILENCIO nunca fue rentable para Jesús Lence, al contrario que para el común de los empresarios gallegos de su generación. Si había en Galicia un industrial a prueba de tópicos, alejado de cualquier cliché, ese era el propietario de Leite Río y Leyma, sin el que no se puede entender ya el sector lácteo de los últimos cuarenta años. No solía gastar pólvora en salvas y, cuando tuvo que defenderse, que fue en numerosas ocasiones, lo hizo siempre atacando. Daba igual que tuviera delante a un conselleiro, a un transportista, al líder de un sindicato agrario o a un periodista. El mensaje de Lence siempre era el mismo. Sin matices. Directo. Una fábrica de titulares. Algo nada frecuente entre los de su especie.

Lence recibía a quien llamase a su puerta. Su despacho del polígono de O Ceao, todo menos almidonado, tampoco respondía a los cánones que se pueden esperar para la base de operaciones de un líder empresarial. Porque sin duda lo era, líder en un sector, el lácteo, sinónimo de división permanente. Con Leyma y Río logró armar un gran grupo lácteo con hechos, cuando todas las miradas apuntaban en una sola dirección y llamaban a las cooperativas agrarias a liderar el proyecto y consolidar un conglomerado por el que Galicia siempre suspiró pero nunca vio en las empresas de Lence.

Presumía de que solo sabía comprar, envasar y vender leche. Y le funcionaba. El grupo es una isla de rentabilidad en un oasis de márgenes estrechos. Sin ir más lejos, la última unión en el sector, firmada en 2016 entre Feiraco y otras cooperativas, se sitúa, por ingresos, al nivel de Leite Río-Leyma. Que inventen otros el gran grupo lácteo, solía ironizar sobre la vieja aspiración del sector.

El de Castroverde rompió con la norma hasta para armar su sucesión, algo siempre delicado en una empresa familiar. Lo hizo incluso con transparencia. Probó con su yerno, se quedó después con sus hijos e incorporó también a dos ejecutivos de la casa, que pilotarán ahora el negocio.

Desde su retiro en Canarias, en los últimos meses, también se llevó algún que otro disgusto, como cuando vio a la Xunta llegar hasta el Tribunal Supremo para forzar a Leche Río a devolver dos millones en subvenciones. Sin embargo, Jesús Lence estaba a otra cosa: diseñando un futuro sin él. Y lo logró. Galicia ha perdido a un empresario indomable. Queda la leyenda.

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