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La ley de Betteridge

Qué hacer ante todos esos titulares que se preguntan si sabemos cómo vivir

MaruxaSIEMPRE HE apreciado la escritura en aquellos lugares en los que no se la espera, donde su presencia resulta absurda, redundante, o las dos cosas. Por ejemplo, los textos del Hola, con su descripción de casoplones de estilo español de millonarios desconocidos, de las fiestas horteras de familiares de dictadores y las íntimas celebraciones de un par de cientos de invitados de alguna familia real olvidada.

Esos articulillos son unas serpientes de texto entre fotones de colores saturados, como un Instagram extremo, que recogen lámparas de lágrimas ante las que hiperventilar, escaleras de caracol ante las que fibrilar y señoras con traje de noche reposando en sofás ante las que sufrir un ataque epiléptico. También hay imágenes de gente por la calle, en vaqueros, para coger aire antes del siguiente maquillaje contorneado. Al cerrar la revista conviene mirar un rato una pared para que el ojo haga un balance de blancos como las cámaras de televisión hacen con un folio.

Los textos, completamente inútiles, me tienen rendida de siempre. En ellos la gente está "en su mejor momento" o "pasando una época delicada", que son los dos estados naturales del ser humano del Hola; las mujeres se encuentran "completamente recuperadas de su embarazo" o "muy rejuvenecidas"; los hombres no suelen llevar adjetivos, las casas son "refugios" si están en la montaña, la playa o en Suiza en general; "espectaculares" en Palm Springs o Milán y "coquetas" si en ellas vive una mujer sola como Tamara Falcó.

Como esta afición a leer toda cuanta hoja impresa se me presenta, de las revistas al catálogo del supermercado, viene de lejos percibo una evolución en el texto periodístico no precisamente informativo. Llamemos así a esas culebrillas de letras maquetadas entre fotos que ayudan a justificar que ese producto se llame revista y no álbum.

Un hito del texto periodístico no precisamente informativo son los cuestionarios sobre qué se lleva en el bolso. He leído cientos, porque tuvieron su momento, con un cerebro rayano en la bipolaridad: por un lado, con la certeza de que son mentira y de que su único objetivo es vender los productos que supuestamente las famosas meten en el bolso; por otro, con un arrobo infantil al ver qué cosas dice alguna gente que lleva encima. Las combinaciones solían ser deliciosas: una crema de cien euros, barra de labios de 50 y un plátano; crema de manos de 40 euros, pañuelo de seda de 150 y chicles de sandía. Yo personalmente llevo una castaña y bálsamo de tigre blanco, que es el llamado frío. Creen los chinos que aplicado en las sienes alivia el dolor de cabeza pero lo único que hace es invadir el espacio con su olor y provocárselo a los demás en solidaridad.

Después de los bolsos vinieron las neveras, un invento de los editores para abrir el cuestionario absurdo también a los hombres. Reto a cualquiera a prepararse algo al llegar a casa con el agua con gas, champán y queso curado citados por ellos. Acto seguido, las costumbres al recibir en casa, que es algo que, por lo visto, arrebataba a todos. Hacerte famoso y empezar a planear cómo combinar vajillas diferentes o diseñar tus propios platos de pan es todo uno.

Y ahora, en un nuevo giro del texto periodístico no precisamente informativo aparecen las rutinas, una traducción del inglés que deberíamos llamar, creo, hábitos pero para qué molestarnos. Las rutinas tienen como objetivo el bienestar o wellness y, en su nombre, se hacen cosas delirantes. De todas las que se me han posado delante, negro sobre blanco, la más alocada es la del actor Mark Wahlberg, que él mismo publicó en sus redes sociales porque no creo que tal cosa encontrara editor. Dice que se levanta a las dos y media de la madrugada para rezar y hacer ejercicio durante tres horas a diario. Que eso le deja mucho tiempo para disfrutar de la familia, gente con la inexplicable costumbre de dormir por la noche. Las rutinas excéntricas de ahora ya no son las de antes, lamentablemente. Estrellas del rock drogándose en bañeras, cambiándose la sangre en clínicas suizas, actrices desayunando champán... eran muy divertidas de leer pero imposibles de replicar si querías llegar puntual el lunes al trabajo. Ahora son aspiracionales, presentadas bajo la ridícula premisa de que si haces tal cosa, serás tal cosa. Producen en cascada un tipo de titular específico, el titularpregunta. Este titular —¿hay que comer quinoa cuatro veces por semana? ¿conviene acostarse a las 18.30? ¿tiene Gynewth Paltrow respuesta para todos nuestros problemas de salud y para algunos que todavía no percibimos?— produce lectores ansiosos, lectores inquisitivos, lectores taquicárdicos que se preguntan si serán capaces siquiera de programar el despertador a lo Wahlberg.

Para tranquilidad colectiva revelaré la ley de Betteridge, que establece: "Cualquier titular que acaba en interrogante puede ser contestado con la palabra No". Es una verdad universalmente conocida que si un periodista tiene una certeza titulará con una frase afirmativa y no interrogativa. Que sepan que me estoy disparando al pie porque yo también he caído, y caigo, alegremente en el titular-pregunta. Antes de que se abriese el nuevo hospital de Lugo titulé esperanzada "¿Se llamará el hospital Chula?". Betteridge nunca falla.

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