La dimisión de la ministra

Cuando esto escribo, la señora Ana Mato sigue al frente del Ministerio de Sanidad. A juzgar por su manifiesta incompetencia (evidenciada en los primeros días de la crisis del ébola) se llega a la conclusión de que para desempeñar tan elevada encomienda fue elegida no por su pericia profesional sino por su amistad con quien manda. No tenemos suerte con Sanidad. En el ministerio llevan camino de acostumbrarse a la falta de idoneidad o a la manifiesta incompetencia profesional (y política) de algunos de los titulares de la cartera. Todavía recorre las dependencias del Ministerio algún bedel que guarda recuerdo de un ministro (Jesús Sancho Rof) que ha pasado a la Historia por su ignorancia. Ante la intoxicación provocada por la ingesta de aceite de colza, contaminación masiva que provocó más de trescientos muertos, declaró que todo era obra de «un bichito» que perecería si se le dejaba caer desde lo alto de la mesa de su despacho. Cuando la epidemia de las vacas locas, la entonces ministra de Sanidad (Celia Villalobos) frivolizó hablando de recetas de caldo de huesos de vaca frente al riesgo real que corrían los ciudadanos afectados por encefalopatía espongiforme, una enfermedad de etiología confusa.

En la anterior legislatura fue otra ministra, Leire Pajín, quien también desconcertó a propios y extraños con sus parvos conocimientos en materias relacionadas con la Sanidad. Y una diplomática, Trinidad Jiménez, hubo de enfrentarse la gripe aviar. Es la política y sus circunstancias partidistas -no los conocimientos y la competencia profesionales- quienes deciden los nombramientos para una cartera de rango tan principal como debería ser la de Sanidad. Para ilustrar el grado ancilar que ocupa la Sanidad en la composición de los gabinetes ministeriales hay que empezar por recordar que está transferida a las comunidades autónomas y eso equivale a decir que no es una prioridad estatal. España es diferente. En este caso sin lógica, porque frente a la exigible unidad de los protocolos médicos de actuación se yergue la barrera de la singularidad. O para ser más exactos, de las singularidades. Dios quiera que el episodio de contagio del ébola fechado en la Comunidad de Madrid no tenga réplica en ninguna otra comunidad porque se abriría la caja de los «hechos diferenciales». Claro que a juzgar por la actuación de la señora Ana Mato en su patética rueda de prensa del primer día de la crisis habrá quien diga -y no le faltará razón- que es imposible ir a peor. Es verdad. El presidente Rajoy está tardando en sustituir a la señora Mato por alguien que si no es competente en materia de Sanidad, cuando menos lo sea en comunicación. En los círculos políticos madrileños se da por hecho que así que escampe la crisis del ébola la señora Mato tendrá la deferencia de renunciar al cargo. Veremos.

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